Ellos vienen por mí

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La profesora Treadwell parecía inquieta. Tenía el gesto más calmado que nunca, pero mientras sus alumnos trabajaban, ella se paseaba de un lado al otro de la tarima; los tacones de sus zapatos hacían un ruido repetitivo. Arty tocó a Charlie con el dedo, señaló a la profesora con la cabeza e hizo como que gritaba. Charlie sonrió y volvió a centrarse en su trabajo. No le importaba el ruido. Los pasos regulares y marcados de la profesora eran como un metrónomo que marcaba el tiempo.

Charlie volvió a leer la primera pregunta: «Describe la diferencia entre un bucle condicional y un bucle infinito». Charlie suspiró. Sabía la respuesta, pero le parecía inútil escribirla. «Un bucle condicional solo ocurre si se dan unas condiciones determinadas», comenzó, y después lo tachó. Suspiró de nuevo y miró por encima de las cabezas de sus compañeros.

Volvió a ver ante ella la cara del lobo, que cambiaba de aspecto entre la ilusión de lo que era y la estructura que llevaba dentro. El animal la miraba fijamente a los ojos, como si estuviera leyendo algo muy dentro de ella. «¿Quién eres? ¿Quién se supone que eres?», pensó. Nunca lo había visto y eso la preocupaba. En Freddy Fazbear's Pizza no había ningún lobo.

Charlie tenía una memoria casi fotográfica. Lo había descubierto el año anterior. Por eso tenía recuerdos tan claros incluso de su más tierna infancia. Pero no recordaba al lobo. «Eso es una tontería —se dijo a sí misma—. Hay muchas cosas de las que no tengo memoria.» Y aun así los recuerdos del taller de su padre eran muy claros: el olor, el calor. Su padre inclinado sobre la mesa de trabajo, y aquel lugar de la esquina al que no le gustaba mirar. Todo estaba presente en ella, próximo. Hasta las cosas que no tenía tan presentes, a menos que algo más se las recordara, como el Fredbear's Family Diner, que le había resultado familiar en cuanto lo había visto. Aun así, esas criaturas no estaban en ningún lugar de su memoria. No las conocía, aunque estaba claro que ellas sí la conocían a ella.

«¿Por qué estarían sepultadas en la parte trasera de la casa? ¿Por qué no las destruyeron?» El profundo apego de su padre por sus creaciones, nunca superó su pragmatismo. Si algo no funcionaba, lo desmontaba para utilizar las piezas. Lo hacía incluso con los juguetes de Charlie.

Parpadeó, recordándolo de repente.

Le acercó una ranita verde con gafas de carey que tapaban sus ojos saltones. Charlie la miró con escepticismo.

—No —dijo ella.

—¿No quieres saber lo que hace? —protestó su padre, y ella se cruzó de brazos y negó con la cabeza.

—No —murmuró Charlie—. No me gustan esos ojos tan grandes.

A pesar de sus quejas, su padre puso la rana en el suelo, delante de ella, y apretó un botón escondido debajo del plástico del cuello. La rana giró la cabeza de lado a lado; de repente, dio un salto en el aire. Charlie soltó un grito y pegó un salto hacia atrás. Su padre fue corriendo hacia ella.

—Lo siento, cariño. Tranquila —susurró—. No quería asustarte.

—No me gustan los ojos —dijo sollozando contra su cuello.

Su padre la abrazó durante un buen rato. Después la soltó y recogió la rana. La puso en la mesa de trabajo, cogió un cuchillo de la estantería y le rajó la piel de arriba abajo. Charlie se tapó la boca con las manos y exhaló una especie de pitido, mientras miraba, con los ojos abiertos de par en par, cómo su padre le quitaba con cuidado la piel verde al robot. El plástico se quebró con un crujido seco que rompió el silencio del taller. Las ancas de la rana se agitaron indefensas.

—Ha sido sin querer —dijo con la voz ronca—. Lo siento, ha sido sin querer, papá.

Hablaba en voz alta, pero casi solo se oía el aire. Algo le frenaba la voz, como si estuviera intentando gritar en sueños, sin que consiguiera emitir ningún sonido. Su padre estaba concentrado en el trabajo y no parecía oírla.

Trilogia de libros de five nights at freddy'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora