Dave, el guardia de seguridad

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El otro coche no estaba en el aparcamiento. Cuando entraron en la habitación, había una nota en la almohada de Charlie con la caligrafía grande y redonda de Marla:

¡Hemos quedado a las 6.30 para cenar y después ir adonde ya sabéis! Nos vemos pronto, pareja, ¡no os olvidéis de nosotros! Besos, Marla

  Debajo de su nombre había dibujado una carita sonriente y un corazón. Charlie sonrió para sí, dobló la nota y se la metió en el bolsillo sin enseñársela a John.

—¿Qué dice? —preguntó él.

—Hemos quedado en la cafetería dentro de una hora —respondió mirando el reloj.

John asintió. Seguía en la entrada, esperando algo.

—¿Qué? —le preguntó Charlie.

—Tengo que ir a cambiarme —contestó señalando la ropa arrugada que llevaba. Levantó las llaves, las balanceó y preguntó—: ¿Puedo llevarme tu coche?

—Ah, sí, claro. Pero acuérdate de venir a por mí —dijo Charlie con una sonrisa burlona.

Él sonrió.

—Por supuesto —añadió con un guiño.

Cuando la puerta se cerró tras él, Charlie suspiró. «Por fin sola.» No estaba acostumbrada a tanta compañía; ella y la tía Jen se movían en sus propios universos y se alegraban de encontrarse de vez en cuando a lo largo del día, pero dando por hecho que Charlie podía cubrir sus propias necesidades; de lo contrario, ya avisaría. Nunca lo hacía. Era capaz de alimentarse, ir al instituto, volver, y mantener sus buenas notas y sus amistades informales. ¿Qué podía hacer la tía Jen respecto a sus pesadillas? ¿Qué podía hacer en relación con las preguntas para las que en realidad no quería respuestas? ¿Qué podía contarle la tía Jen que no fuera aún más terrorífico de lo que ya sabía? Así que no estaba acostumbrada a la presencia constante de otras personas. Y lo cierto es que le resultaba un poco cansado.

Se duchó rápidamente y se puso ropa limpia, vaqueros y una camiseta negra; después se tumbó en la cama mirando al techo. Tenía la vaga sensación de que su mente debía estar alterada u horrorizada por lo que había descubierto, repasando una y otra vez recuerdos que se habían despertado y buscando nuevas imágenes. En cambio, estaba en blanco. Quería estar sola y arrinconar los recuerdos al fondo de su cabeza, donde debían estar.

Después de lo que le parecieron unos pocos minutos, alguien llamó a la puerta. Charlie se incorporó mirando el reloj. Había pasado más tiempo del que pensaba y ya era hora de irse. Dejó pasar a John.

—Tengo que ponerme los zapatos —dijo.

Mientras se ataba los cordones, levantó la mirada para observarlo. Se había cambiado y se había puesto unos vaqueros y una camiseta, una gran diferencia con la ropa formal con la que se había acostumbrado a verlo. Todavía tenía el pelo mojado. Y lucía un aire fresco y radiante. Charlie sonrió ligeramente.

—¿Qué pasa? —preguntó él cuando se dio cuenta.

—Nada. Todavía estás sucio —bromeó y pasó a su lado.

Se subieron al coche. Esta vez condujo ella. Cuando llegaron al restaurante, apagó el motor, titubeó: no hizo ningún amago de salir.

—John, no quiero contarle a nadie lo de Fredbear's.

—Pero... —Él mismo se calló—. Vale. Creo que a veces nos olvidamos de que se trata de tu vida y no de una simple aventura. No pasa nada, sé guardar un secreto.

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