La última ronda

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John golpeó la cabeza del niño del globo con los dedos de los pies. Rodó un poco más lejos, pero no volvió a decir nada.

—¿Charlie? —dijo Jessica, titubeante—. ¿Dónde están? ¿Los grandes?

—No lo sé. La cabeza me da vueltas.

Charlie echó un vistazo rápido a su alrededor, y después se acercó a los demás, que también estaban examinando la sala. Todo cambió cuando Clay rompió los focos. Los monstruos realistas y las criaturas malignas desaparecieron, y las reemplazaron versiones raras y peladas de sí mismas. Ya no tenían ojos, solo bultos lisos y vacíos de plástico.

—Parecen cadáveres —dijo John en voz baja.

—O una especie de molde —apuntó Clay, pensativo—. No parecen terminados.

—Son las luces —dijo Charlie—. Creaban una ilusión, como el chip.

—¿De qué hablas? —preguntó Jessica—. ¿Qué chip?

—Es... una especie de transmisor, integrado en un disco —respondió Charlie—. Te aturde el cerebro con información inútil para que veas lo que esperas ver.

—Entonces ¿por qué no son así? —Clay señaló a los pósteres de las paredes, que mostraban a un Freddy Fazbear alegre, con mejillas sonrosadas y sonrisa cálida.

—¿O así? —John había encontrado otro, en el que salía Bonnie, tocando una guitarra roja, tan brillante que parecía de caramelo.

Charlie estaba pensativa.

—Porque no hemos venido aquí antes. —Se acercó a los pósteres—. Si fuéramos niños pequeños y viéramos esos anuncios tan adorables, y luego los pósteres y los muñecos y todo eso, entonces nos parecería que son exactamente así.

—Porque ya tendríamos esas imágenes en la cabeza —apuntó John.

John arrancó el póster de Freddy de la pared y se lo quedó mirando un momento antes de tirarlo al suelo.

—Pero nosotros sabemos la verdad. Sabemos que son monstruos.

—Y les tenemos miedo —dijo Charlie.

—Y los vemos tal y como son —concluyó John.

Clay volvió a acercarse a las mascotas de las máquinas de Arcade, apuntando aún con el revólver. Caminó hacia delante y hacia atrás frente a los monitores, mirándolos desde distintos ángulos.

—¿Cómo me habéis encontrado? —preguntó Charlie, de repente—. Aparecisteis como un ejército, justo a tiempo. ¿Cómo supisteis que estaba aquí? ¿Cómo supisteis que todo esto estaba aquí?

Nadie le respondió de inmediato. John y Jessica miraron a Clay, que miraba decidido a uno y otro lado de la sala. Parecía que estuviera buscando algo en particular.

—Seguimos a...

Clay dejó la frase a medias.

Charlie los miró de uno en uno.

—¿A quién? —preguntó.

Pero en cuanto pronunció esas palabras, la puerta del armario se abrió de repente y golpeó la pared con gran estruendo. El Freddy retorcido que había atrapado a Charlie irrumpió en la sala, con la mandíbula aún desencajada y moviéndose de una forma muy poco natural. Era una versión de pesadilla del Freddy que habían conocido de niños, con punzantes ojos rojos y la musculatura de un monstruo. Giró su cabeza alargada de lado a lado con violencia. La mandíbula le rebotaba.

—¡Corred! —gritó Clay, agitando los brazos e intentando dirigirlos a todos hacia la puerta.

Charlie estaba clavada en el suelo, incapaz de quitarle ojo a las fauces de la bestia.

Trilogia de libros de five nights at freddy'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora