Bajo tierra

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El mundo tronaba alrededor de Charlie, agitándola rítmicamente hacia delante y hacia atrás. Objetos extraños la pinchaban cada vez más fuerte a medida que se sacudía. Charlie abrió los ojos y recordó dónde estaba, o mejor dicho, dentro de dónde estaba. La horrible imagen del Freddy deforme absorbiéndola con la boca como una serpiente le vino a la cabeza, y volvió a cerrar los ojos y a morderse los labios por dentro para no gritar. Entonces comprendió que los ruidos eran pasos: los animatrónicos estaba en marcha.

Con cada golpe en el suelo, sentía la cabeza a punto de estallar, y así le resultaba muy difícil pensar con claridad. «Debo de haberme quedado inconsciente cuando me metieron aquí», pensó. El tronco de la criatura estaba conectado a la cabeza por un cuello ancho que quedaba casi a la altura del suyo, aunque la cabeza de la bestia era casi medio metro más alta. Era como estar mirando una máscara por dentro: el hueco de un hocico que salía hacia fuera, las esferas en blanco de la parte de atrás de los ojos. Cuando inclinaba la cabeza hacia arriba, con cuidado, incluso podía ver el tornillo que sujetaba el sombrero de copa.

Charlie tenía las piernas doloridas y dobladas en un ángulo extraño, encajadas entre las piezas de la máquina. Debía de llevar un buen rato en esa postura, pero no sabía cuánto. Tenía los brazos constreñidos, alejados del cuerpo y metidos en las mangas del traje. Tenía el cuerpo lleno de pinchazos, moratones y cortes que se hacían más profundos a medida que rozaba contra los trocitos de hierro y metal que sobresalían del traje. Charlie sentía que le salía sangre en media docena de sitios. Se moría de ganas de limpiársela, pero no sabía cuánto podía resistir sin activar los resortes. Le vino a la mente la primera víctima de asesinato, los cortes que cubrían su cuerpo de una forma que casi parecía decorativa. Pensó en los gritos de Dave al morir y en el cadáver hinchado debajo del escenario de La Cueva del Pirata. «Eso no me puede pasar a mí. No puedo morir así.»

Charlie le había dicho a Clay que sabía lo de los trajes con resortes. Las piezas del animatrónico podían estar plegadas, dejando espacio a una persona para usarlo como traje, o desplegadas, de manera que la mascota funcionara como robot. Pero eso es lo que Charlie sabía de Fredbear's Family Diner; esta criatura era distinta. Estaba en el hueco hecho para una persona, pero el traje se movía con total autonomía. El interior estaba lleno de metal y de cables, todo excepto el espacio que ocupaba Charlie.

El animatrónico se sacudió inesperadamente hacia un lado, y ella se golpeó de nuevo contra el lateral dentado, con más fuerza que antes. Esta vez gritó, incapaz de contenerse, pero Freddy no aminoró la marcha. O bien no la había oído, o bien no le importaba. Charlie apretó los dientes, en un intento de mitigar los golpes que sentía en la cabeza.

«¿Adónde vamos?» Charlie inclinó la cabeza hacia un lado y hacia el otro, y miró a través de los agujeros del traje roto del animatrónico. Había solo un par de ajujeros, pequeños, a ambos lados del torso de la bestia. Lo único que reconocía era el bosque: árboles que pasaban a toda prisa en la oscuridad mientras se apresuraban hacia su misterioso destino. Suspiró frustrada, los ojos se le empezaron a llenar de lágrimas. «¿Dónde estás? ¿Estoy más cerca de ti? Sammy, ¿estás ahí?»

Dejó de buscar pistas en el exterior y miró hacia delante por dentro del traje. «Tranquilízate —dijo la voz de la tía Jen en su cabeza—. Estate tranquila siempre. Es la única forma de pensar con claridad.» Charlie miró hacia la máscara, a los rasgos invertidos de la versión retorcida de Freddy.

De repente, las esferas en blanco se giraron hacia dentro; unos ojos de plástico la miraron impasibles. Charlie gritó y se echó hacia atrás. Algo detrás de ella saltó, liberando contra su costado una pieza de metal que era como un látigo. Se quedó congelada de terror. «No, por favor.» Nada más saltó. Después de un rato, Charlie volvió con cuidado a su sitio e intentó no mirar los brillantes ojos azules que la acechaban desde arriba. Cada vez que respiraba, sentía un pinchazo de dolor en el costado, donde le había golpeado la pieza de metal. Se preguntó, aterrorizada, si le habría roto una costilla. Antes de que pudiera asegurarse, el animatrónico volvió a sacudirse hacia un lado. Charlie se cayó y se dio un cabezazo tan fuerte que le resonó por todo el cuerpo. Se le nubló la vista y volvió a quedar inconsciente. Lo único que veía eran los ojos de Freddy, que la vigilaban.

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