El adiós...

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Todos se quedaron mirando al hombre del suelo. Jessica dio un paso atrás involuntariamente. Charlie estaba petrificada, no podía apartar la mirada de él. «Porque soy uno de ellos.» John se puso a su lado, como si le hubiera leído la mente.

—Charlie, está loco —dijo en voz baja, y fue suficiente para despertarla del horrible hechizo. Se volvió hacia él.

—Tenemos que salir de aquí —dijo.

Él asintió, se volvió hacia el grupo e hizo un gesto hacia el walkie-talkie que tenía en la mano.

—Voy a volver a la sala de control. Estos aparatos son radios de la policía, así que tiene que haber alguna forma de que emitan hacia el exterior. Quizá pueda usar el equipo que hay allí para recibir señal.

—Voy contigo —dijo Charlie de inmediato, pero él negó con la cabeza.

—Tienes que quedarte con ellos —dijo en tono apenas audible.

Charlie miró a Jessica y a Carlton. Tenía razón. Carlton necesitaba a alguien a su lado, y Jessica... Jessica mantenía la compostura, pero no podían dejarla sola a cargo de la seguridad de ambos. Charlie asintió.

—Ten cuidado —dijo.

Él no respondió; se guardó el walkie-talkie en el cinturón, le hizo un guiño y se fue.

Clay Burke estaba en la oficina repasando los informes de los casos de la semana. No había gran cosa: infracciones de tráfico, dos hurtos y una confesión del asesinato de Abraham Lincoln. Clay hojeó los papeles y suspiró. Negó con la cabeza y abrió el cajón superior de su escritorio para sacar el expediente que llevaba mortificándolo toda la mañana.

«Freddy's.» Cuando cerraba los ojos, volvía allí, al alegre restaurante familiar con el suelo embadurnado de sangre. Después de que Michael desapareciera, había trabajado jornadas de catorce horas seguidas, algunos días incluso había dormido en la comisaría. Cada vez que volvía a casa iba a ver a Carlton, que solía estar dormido. Quería abrazar a su hijo y no soltarlo jamás. Podía haber sido cualquiera de los niños que había allí aquel día; había sido pura suerte que el asesino no se hubiera llevado al suyo.

Había sido el primer asesinato del que se había encargado su departamento. Era una unidad de dieciséis personas que normalmente se ocupaba de pequeños robos y quejas por ruido, y que les encargaran la investigación de un espantoso asesinato les hizo sentir a todos casi como niños cuyas pistolas de plástico de pronto fueran de verdad.

Clay abrió el expediente sabiendo lo que encontraría. Solo era un informe parcial, el resto estaba en el almacén del sótano. Releyó por encima las palabras que tan bien conocía, el lenguaje burocrático que intentaba, pero no lograba ocultar el resultado: no se había hecho justicia. «A veces los criminales se libran después de haber hecho cosas terribles, pero es el precio que tenemos que pagar.» Eso es lo que le había dicho a Charlie. Ahora se avergonzaba un poco al darse cuenta de cómo le habría sentado eso precisamente a ella.

En un arrebato de urgencia, levantó el teléfono para llamar a recepción en lugar de recorrer los seis metros que lo separaban de allí y preguntar en persona.

—¿Dunn ha vuelto de Freddy's? —preguntó antes de que la agente al otro lado de la línea pudiera decir nada.

—No, señor —contestó—. He...

Burke colgó sin esperar a que terminara. Se quedó mirando la pared largo rato; después cogió su taza de café y se dirigió al sótano.

No hacía falta que buscara la caja de pruebas de las desapariciones, no era la primera vez que la consultaba. No había nadie allí abajo, así que, en lugar de llevársela arriba a su despacho, se sentó en el suelo de hormigón y repartió los papeles y las fotografías a su alrededor. Allí estaban las entrevistas, las declaraciones de los testigos y los informes de la escena del crimen, el suyo incluido. Los repasó sin un objetivo concreto. No sabía qué estaba buscando; allí no había nada nuevo.

Trilogia de libros de five nights at freddy'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora