Una cita incomoda

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Charlie miró el reloj: le daba tiempo a llegar a su cita con John, incluso le sobraba. Pasó bajo una farola y bajó la vista para mirarse la ropa. «Oh, no.» Tenía las rodillas de los vaqueros llenas de barro y una mancha oscura donde se había limpiado los dedos de sangre. «No puedo aparecer cubierta de sangre. Ya me ha visto así demasiadas veces.» Suspiró y se dio media vuelta.

Afortunadamente, cuando llegó a su habitación, Jessica se había marchado. Charlie no quería hablar de lo que acababa de suceder. Clay no le había dicho claramente que lo mantuviera en secreto, pero estaba bastante segura de que no debería proclamar a los cuatro vientos su visita privada a la escena de un crimen. Charlie echó un vistazo a las caras debajo de la funda de la almohada, pero no se acercó a ellas. Quería enseñarle el proyecto a John, pero, al igual que Jessica, era posible que no lo entendiera.

Abrió un cajón del armario y se quedó mirando el contenido con la mente puesta lejos de allí. Se le apareció la imagen del cadáver, con las extremidades extendidas como si lo hubieran tirado al lugar en el que yacía. Charlie se tapó la cara con las manos y respiró hondo. Había visto las cicatrices, pero nunca había visto las heridas de los resortes. En ese momento, le vinieron a la mente los ojos de Dave, el sobresalto en su mirada antes de caer. Charlie sentía los resortes en las manos, notaba cómo oponían resistencia y luego cedían. «Eso es lo que ocurrió. Eso es lo que hice.» Tragó saliva y se deslizó las manos por el cuello.

Sacudió la cabeza como hacen los perros cuando están mojados. Volvió a mirar el cajón abierto, concentrada esta vez. «Tengo que cambiarme. ¿Qué es esto?» El cajón estaba lleno de camisetas de colores brillantes; ninguna de ellas le resultaba familiar. Charlie se sobresaltó. Una ligera sensación de pánico se apoderó de ella. «¿Qué es esto?» Cogió una camiseta y la volvió a soltar, entonces se obligó a tomar aire. «Jessica. Son de Jessica.» Había abierto el cajón equivocado.

«Céntrate, Charlie», se dijo así misma, muy seria, y de alguna manera su voz le sonó como la de la tía Jen. A pesar de todo lo que la separaba de su tía, solo imaginar su voz fría y autoritaria la tranquilizaba un poco. Asintió y cogió lo que estaba buscando: una camiseta y unos vaqueros limpios. Se vistió a toda prisa y salió en busca de John, con un cosquilleo en el estómago, una mezcla de nerviosismo y náuseas. «Una cita», pensó. «¿Y si sale mal? O peor, ¿y si sale bien?»

Cuando se aproximaba al restaurante tailandés, vio a John, que ya estaba allí. La estaba esperando fuera, pero no parecía impaciente. No la vio enseguida. Charlie aminoró la marcha un momento, para mirarlo. Parecía cómodo, mirando hacia delante con una expresión tranquila y relajada. Irradiaba una confianza en sí mismo que no tenía el año anterior. No es que antes estuviera inseguro, pero ahora parecía... un adulto. Puede que fuera porque había empezado a trabajar nada más terminar el instituto. «Puede que fuera por lo ocurrido el año pasado en Freddy's», pensó Charlie, que de repente sintió envidia. Aunque se había ido a vivir fuera de casa y había empezado a estudiar en la universidad, sentía que la experiencia la había vuelto más niña, en lugar de hacerla crecer. Y no era una niña protegida o cuidada, sino vulnerable y desarraigada. Una niña que ha mirado debajo de la cama y ha visto los monstruos.

John la vio y la saludó con la mano. Charlie le devolvió el saludo y sonrió, natural. Fuera o no fuera una cita, se alegraba de verle.

—¿Cómo te ha ido en la última clase? —preguntó John a modo de saludo.

Charlie se encogió de hombros.

—Sin más. Una clase es una clase. ¿Cómo te ha ido en el trabajo?

John sonrió.

—El trabajo es el trabajo. ¿Tienes hambre?

—Sí —respondió Charlie con decisión.

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