El lobo retorcido

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Charlie le tiró las llaves a John.

—Vete. Hay una gasolinera a unos kilómetros de aquí, por donde vinimos. Llama desde allí.

John asintió con la cabeza. Las llaves le tintineaban en la mano.

—Me quedo contigo —dijo Jessica enseguida.

—No —contestó Charlie, más bruscamente de lo que pretendía—. Vete con John.

Jessica parecía confundida, pero por fin asintió y se dirigió al coche.

—¿Estás segura? —preguntó John.

Charlie le indicó con la mano que podía marcharse.

—Alguien tiene que quedarse. Mantendré las distancias. Lo prometo. No interactuaré con... eso.

—Vale.

Al igual que Jessica, John titubeó unos segundos. Después dejó a Charlie sola en aquel aparcamiento vacío. Un minuto más tarde, Charlie oyó que arrancaban: el ruido del coche se fue disipando a medida que se alejaban por las calles desiertas. Charlie se sentó en el montón de tierra donde había descubierto al oso deforme y lo miró.

—¿Qué información tienes? —susurró.

Se incorporó y caminó despacio por las otras dos parcelas de tierra removida, preguntándose qué habría debajo. El oso daba miedo, estaba deforme, era una imitación de Freddy hecha por otra persona. Era una variación rara, a la que su padre nunca había dado vida. «Pero William Afton (Dave) sí.» El hombre que diseñó estas cosas era el mismo que secuestró y asesinó a su hermano.

Acudió a su mente un pensamiento, una pregunta que ya la había acechado muchas veces: «¿Por qué se llevaron a Sammy?». Charlie se lo preguntaba a sí misma, al viento, a sus sueños, sin cesar. «¿Por qué se llevaron a Sammy?» Pero lo que quería decir era: «¿Por qué no a mí? ¿Por qué fui yo quien logró sobrevivir?». Miró al suelo bajo sus pies, se imaginó la cara del oso, rara, embrionaria. Los niños asesinados en Freddy's vivían después de muertos. Sus almas estaban alojadas de alguna manera en los disfraces animatrónicos que les habían dado muerte. ¿Estaría el espíritu de Sammy atrapado tras una puerta grande y rectangular?

Sintió un escalofrío y se incorporó. De repente quería alejarse lo más posible del Freddy retorcido enterrado en el suelo. La imagen de su cara le volvió a la mente y esta vez le puso los pelos de punta. ¿Esconderían los otros dos montones criaturas similares? ¿Habría un conejo deforme escondido en la tierra, justo ahí? ¿Un pollo agarrando un pastelito contra su pecho grotesco? «Pero la cosa que intentó matarme (que intentó engullirme) estaba hecha para matar. Podría haber cualquier cosa ahí enterrada, esperando la noche.» Podría mirar, desenterrar los otros dos montones para ver qué dormía debajo. Pero en cuanto lo pensó, casi pudo sentir el agarre de unas manos metálicas en los brazos, empujándola al interior de ese pecho mortal y cavernoso.

Charlie dio unos pasos atrás, decidida, y deseó por un momento haber permitido que Jessica se quedara.

—¿Cómo ha ido tu encuentro con Charlie? —preguntó Jessica en tono conspirador cuando tomaron la última curva para salir de la urbanización a la carretera principal.

John no levantó la vista de la carretera.

—Me ha gustado volver a verla. Y a ti también —añadió.

Jessica se rio.

—Sí, siempre me has querido mucho. No te preocupes, sé que estás aquí para verla a ella.

—Estoy aquí para trabajar, de hecho.

—Claro —dijo Jessica.

Se giró y miró por la ventanilla.

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