Consumida

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Los primeros momentos, Charlie mantuvo los ojos cerrados, fingiendo dormir, pero después de un rato empezó a parpadear contra su voluntad. Cerró con fuerza los párpados e intentó que no se le volvieran a abrir, pero la situación se volvió insostenible. Abrió los ojos en la oscuridad y sintió un alivio inmediato.

Al anochecer, había refrescado. La ventana abierta dejaba pasar el aire fresco y limpio. Charlie cogió aire e intentó calmarse con cada respiración. Estaba más impaciente que angustiada. «Date prisa —pensó—. Sé que estás ahí fuera.»

Pero solo había silencio y quietud.

Se sacó el disco del bolsillo y lo miró. Estaba demasiado oscuro para poder ver los detalles, aunque tampoco tenía nada que no hubiera memorizado ya. Había algo de luz de la luna, pero las sombras en las esquinas eran oscuras, como si hubiera algo escondido, comiéndose la luz. Frotó un lado del disco con el pulgar y sintió el relieve de las letras. Si no supiera que estaban allí, le costaría notarlas.

«Afton Robotics, LLC.» Había visto fotos de William Afton, el hombre que Dave había sido: fotos de él con su padre, sonriendo y riendo. Pero ella solo lo recordaba como el hombre del disfraz de conejo. «Mi padre debía de confiar en él. No debe de haber sospechado nada. Nunca habría construido un segundo restaurante con el hombre que asesinó a uno de sus hijos. Pero esas criaturas..., tenía que saber que estaban sepultadas debajo de nuestra casa.» Charlie apretó los dientes y reprimió un repentino y delirante deseo de sonreír.

—Estaba claro que tenía que haber un cementerio secreto de robots debajo de mi habitación —murmuró—. ¿Dónde iba a estar si no?

Se cubrió la cara con las manos. Todo se le arremolinó en la cabeza.

Se lo imaginó sin querer.

La criatura en el umbral. Al principio, era una sombra, tapaba la luz; después era un hombre con un traje de conejo. A Charlie ni siquiera se le pasó por la cabeza asustarse. Conocía a ese conejo. Sammy ni siquiera lo había visto aún. Seguía jugando con su camión de juguete, arrastrándolo por el suelo hacia delante y hacia atrás, en un movimiento hipnótico. Charlie se quedó mirando la cosa que estaba en la puerta y empezó a sentir frío en la boca del estómago. Este no era el conejo que conocía. Sus ojos se movían sutilmente de un hermano a otro, tomándose su tiempo, tomando una decisión. Cuando centró la mirada en Charlie, el frío se apoderó de ella, pero luego miró a Sammy, que aún no se había dado la vuelta. Entonces, un movimiento repentino y los disfraces saltaron de las perchas al mismo tiempo y cayeron sobre ella, tapándole la vista. Oyó caer el camión de juguete, que dio vueltas en el sitio durante unos instantes; luego todo se quedó en silencio.

Estaba sola. Le habían arrebatado una parte vital de sí misma.

Charlie se incorporó y se sacudió para intentar desechar los recuerdos. Se había acostumbrado a compartir habitación con Jessica. Hacía mucho tiempo que no estaba completamente sola con sus pensamientos en la oscuridad.

—Se me había olvidado lo difícil que es estar en silencio —susurró, y su voz sonó tan suave como su respiración.

Miró con furia el disco que tenía en la mano, como si fuera el causante de las regresiones. Lo tiró al otro lado de la habitación, a una esquina oscura, fuera de su vista.

Entonces lo oyó. Había algo en la casa.

Fuera lo que fuera, estaba siendo cauteloso. Oyó crujidos en la distancia, lentos y amortiguados. Después, el silencio. Lo que se estuviera moviendo esperaba que el ruido pasara desapercibido. Charlie salió reptando de la cama y se acercó a la puerta con cuidado. La abrió más todavía y se asomó angustiosamente despacio, hasta que consiguió ver bien el salón y el comedor más allá. Una parte de ella volvía una y otra vez al pensamiento de que estaba en la casa de otra persona, de que era una intrusa.

Trilogia de libros de five nights at freddy'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora