El primer local

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Cuando llegaron, Jessica ya estaba allí, igual que John. El chico se levantó en cuanto entró Charlie.

—Estaba preocupado por ti. ¿Qué os parece si duermo en el suelo? —Esperó nervioso su reacción, como si solo al tenerla delante se hubiera dado cuenta de que quizá se había extralimitado.

En otro momento y en otro lugar, a Charlie habría podido molestarle su preocupación. Era excesiva. Pero allí, en Hurricane, se alegraba de contar con él. «Deberíamos estar todos juntos —pensó—. Es más seguro.» No es que tuviera mucho miedo, pero la inquietud aún se aferraba a ella como una telaraña. La presencia de John le había resultado tranquilizadora desde que habían llegado. Todavía la estaba mirando y esperando una respuesta, y ella le sonrió.

—Mientras no te importe compartirlo con Jason —dijo.

—Si me prestáis un cojín, estaré perfectamente —respondió él con una sonrisa.

Marla le lanzó uno, el chico lo ahuecó concienzudamente, dejó el cojín en el suelo y se tumbó.

Se acostaron casi de inmediato. Charlie estaba agotada; ahora que tenía la herida limpia y vendada, la adrenalina de la noche la abandonó de golpe y la dejó exhausta y un poco temblorosa. Ni siquiera se molestó en ponerse el pijama, sino que se desplomó sobre la cama junto a Jessica y se quedó dormida al cabo de unos segundos.

Se despertó justo después de amanecer, cuando el cielo seguía pálido y un poco rosa. Miró a su alrededor en la habitación. Sospechaba que los demás no se despertarían hasta varias horas después, pero se sentía demasiado alerta para intentar dormirse de nuevo. Cogió los zapatos y salió pasando por encima de Jason y John. El motel estaba un poco apartado de la carretera, rodeado por una densa arboleda. Charlie se sentó en el bordillo para ponerse los zapatos y se preguntó si podría pasear por el bosque sin perderse. El aire era fresco y ella se sentía renovada y fortalecida por las escasas horas que había dormido. Le dolía el brazo, un dolor sordo cuyo latido atraía su atención una y otra vez, pero la hemorragia no había atravesado el vendaje. Normalmente le resultaba fácil ignorar el dolor cuando sabía que no suponía ningún peligro. El bosque era tentador, así que decidió correr el riesgo de perderse.

Cuando estaba a punto de levantarse, John se sentó a su lado.

—Buenos días —le dijo.

Tenía la ropa arrugada por haber pasado la noche en el suelo, y su pelo era un desastre. Charlie contuvo la risa.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

Charlie negó con la cabeza.

—Hoy te pareces un poco a como eras antes —contestó.

Él se miró y se encogió de hombros.

—Aunque la mona se vista de seda... ¿Por qué te has levantado tan pronto?

—No sé, no podía dormir. ¿Y tú?

—Alguien me ha pisado.

Charlie hizo una mueca de vergüenza.

—Lo siento —dijo, y él se echó a reír.

—Es broma, ya estaba despierto.

—Iba a dar un paseo por ahí —explicó ella señalando la linde del bosque—. ¿Quieres venir?

—Sí, claro.

Se dirigieron hacia la arboleda. John se quedó atrás un momento para meterse la camisa dentro del pantalón a escondidas e intentar alisar las arrugas. Charlie fingió no darse cuenta.

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