¡Bienvenido de vuelta a Freddy Fazbear's Pizza!

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Retiró la funda de almohada, con cuidado de que no se enganchara en ninguna parte. Bajo el sudario, las caras, inexpresivas y ciegas, tenían un gesto plácido, como si estuvieran dispuestas a esperar, siempre escuchando, durante toda la eternidad.

Charlie las encendió y se inclinó a mirar cómo practicaban moviendo esas bocas de plástico sin emitir sonido alguno.

—¿Dónde? —dijo la primera.

—Aquí —dijo la segunda.

—¿Dónde? —repitió la primera.

Charlie se echó hacia atrás. Había algo raro en esa voz. Sonaba forzada.

—Aquí —repitió la segunda.

—¿Dónde? —dijo la primera elevando el tono, como si estuviera cada vez más molesta.

«Esto no debería pasar —pensó Charlie, alarmada—. No deberían poder modular la voz.»

—¿Dónde? —preguntó la primera.

Charlie dio un paso atrás. Se inclinó lentamente a mirar bajo la mesa, como si allí fuera a encontrar el lío de cables que explicara ese extraño comportamiento. Allí estaba, mirando atónita, cuando un bebé rompió a llorar. Se incorporó enseguida y se golpeó la cabeza contra el borde de la mesa. De repente, las dos caras tenían un aspecto más humano y más infantil. Una de ellas estaba llorando, mientras que la otra miraba con gesto de sorpresa.

—No pasa nada —dijo la cara más tranquila.

—¡No me abandones! —gimió la otra y se giró hacia Charlie.

—¡No te voy a abandonar! —exclamó Charlie—. Todo va a salir bien.

El sonido de los gritos iba en aumento hasta alcanzar un volumen muy superior a cualquier sonido humano. Charlie se tapó las orejas y miró a su alrededor, desesperada, en busca de ayuda. El cuarto se oscureció. Unas cosas pesadas colgaban del techo. Una maraña de pelo le rozó la cara y el corazón le dio un vuelco: los niños no están a salvo. Se giró, pero una gran cantidad de tela y pieles se extendía entre ella y los bebés que lloraban desesperados.

—¡Os encontraré!

Se abrió camino entre los brazos y piernas tirados por el suelo. Los trajes se sacudían con violencia, como árboles en una tormenta; un poco más allá, algo cayó al suelo con gran estruendo. Cuando por fin alcanzó el escritorio, ya habían desaparecido. Los aullidos no cesaban y sonaban tan alto que Charlie no conseguía oír ni sus propios pensamientos, incluso cuando se dio cuenta de que era ella misma quien gritaba.

Charlie se incorporó con un suspiro bronco, como si realmente hubiera estado gritando.

—¿Charlie?

Reconoció la voz de John. Charlie miró a su alrededor medio dormida y vio una cabeza que se asomaba por la puerta de la habitación.

—Dame un minuto —dijo Charlie, incorporándose—. ¡Fuera! —exclamó.

John retiró la cabeza y cerró la puerta. Charlie estaba temblando; sentía debilidad en los músculos. Había estado en tensión mientras dormía. Se cambió de ropa apresuradamente e intentó peinarse un poco antes de abrir la puerta.

John volvió a asomar la cabeza y miró a su alrededor con cautela.

—Vale, pasa. No hay trampas, aunque tal vez debería pensar en ponerlas —bromeó Charlie—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Bueno, estaba abierto, y...

John dejó la frase a medias, distraído por el desorden de la habitación que tenía ante él.

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