15. Val

57 7 0
                                    

Un día el rey decidió presentarse nuevamente ante la princesa. Al verlo se sintió sorprendida de que volviera a tratarla, el semblante que lucía Stannis daba a entender que, desde luego, no venía para hablarle de cosas agradables. Lucía una armadura elegante con el ciervo dentro de un corazón llameante en el pecho, también tenía una corona ornamentada con llamas rojas. Pese a esos atuendos, Val no dejaba de ver al desagradable hombre calvo, de espaldas anchas, con barba recortada, ojos azules y rostro inconmovible. El rey iba acompañado por solo dos de los caballeros, que viese la primera vez, uno era el rubio, llamado Justin, quien había mediado por ella cuando intentó escapar. Llevaba el cabello recortado, ojos azules, alto, corpulento y siempre susceptible a la sonrisa, y cuya armadura mostraba tres espirales de diferentes colores, algo que para Val no significaba nada. El otro era el de cabello castaño y largo por debajo de los hombros, nada jovial, igual de alto, pero menos corpulento, sus distintivos mostraban tres polillas.

—Ser Justin, ser Richard, déjennos un momento. —Dijo Stannis sin dejar de mirar a Val con su semblante tan poco gentil—. Estaré bien, no se preocupen.

Los caballeros vacilaron un poco, pero acataron, saliendo de la celda.

—No deberías ser tan confiado—dijo Val con son de advertencia—, no podrías saber si quisiera clavarte tu espada en el estómago.

—Sé que no será así ahora. —Respondió Stannis inexpresivamente.

—¿Por qué lo dices? —Val mostró una sonrisa burlesca—pregúntale a ese guardia lo que le pasó.

—No eres un alma perversa—Stannis entrecerró los ojos—, veo que no encierras esas bajas actitudes. Y actuaste como debías ante ese depravado.

—No sabes nada de mí. —Murmuró Val haciendo puños.

—En todo caso, me causas muchas molestias, princesa salvaje. —Decía Stannis con su semblante pétreo—. Más de las que deberías.

—Ya te dije que no soy princesa. —Explotó Val—. Y si no quieres problemas déjame ir.

—Las cosas no son tan simples como crees, muchacha. He vencido a tu cuñado y me apoderé de sus familiares, y de su ejército, así que puedo disponer de ti de la forma que me plazca.

—No soy tu trofeo, no le pertenezco a nadie.

—Claro que no, pero puedes ser mi llave para apaciguar a los de tu clase y a mis caballeros ávidos de recompensa.

—Nunca me casaré con uno de tus hombres.

—No pensaba en ellos, si no en un mejor partido.

—¿Quién?

—Jon Snow, el bastardo de Winterfell, quien ahora es el lord comandante de la Guardia de la Noche.

—De ese es quien menos quiero saber al respecto.

—Si lo legitimo será la cabeza de la casa más importante del Norte, te convendría mucho. —Stannis mostró una mueca extraña que parecía ser una sonrisa de complacencia—¿Qué mejor forma puede haber de entrelazar a los norteños y salvajes?

—Somos el pueblo libre, no somos ningunos salvajes. Y me da igual si él es o no bastardo, o que ahora sea el lord de los cuervos, no me interesa. Para mí las absurdas leyes de ustedes los arrodillados no tienen ningún valor.

—Bien, muy bien, tú lo has querido así entonces. —dijo Stannis dando unos pasos hacia la única fuente de luz de aquella celda. Dirigió su mirada hacia la pequeña ventana cómo si esperase que la luz le diera alguna señal. Entrechocó los dientes varias veces, «No sé cómo no se le rompen de tanto hacer eso.» Pensó Val sobre esa extraña costumbre que tenía el rey. Tras estar un buen tiempo de ese modo, volvió a ubicarse en su lugar sin despegar la mirada de la princesa.

La Princesa del Invierno: I El Saneamiento del MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora