17. Val

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Val no tuvo una buena noche, y es que haber presenciado ese acto tan barbárico la perturbó sobremanera. No podía conciliar el sueño y las pesadillas se sucedían de una u otra forma. En una de ellas veía que estaba nuevamente con su hermana Dalla en la choza, al pie del Muro, y sabiendo que las fuerzas de Stannis iban a caerles decidió ayudar a su hermana a salir de allí. Pero Dalla se ponía en las labores de parto, y en ese momento aparecieron los hombres de Stannis cabalgando, al verlos vio que estos ardían en llamas rojas y naranjas junto con sus caballos. Pero el fuego no los consumía, y tales seres ardientes perpetraban su masacre, donde no solo cortaban con espadas y ensartaban con sus lanzas, también quemaban a cuanto salvaje se topara con ellos. Vio que varios de ellos comenzaron a rodearla, y eso causó que todo a su alrededor ardiera quemándola a ella y a Dalla, cuyo bebé emitía sus primeros y últimos llantos. Val se despertó con sobresalto, creyendo sentir todavía el calor intenso que emanaba de esos jinetes de fuego. Miró por la ventanilla de su celda y comprendió que ya había amanecido. Se sentó en la cama y posó su cabeza sobre los brazos, deseando que también hubiese sido un sueño la inmolación de Mance. Pero al ver su vestido blanco y dorado, más la diadema y su capa de armiño colgados de unas argollas fijas en la pared, comprendió que no era así. No sabía la hora, pero dedujo que aún era temprano. Se levantó y se sentó en el orinal, para que pronto, o no tanto, el guardia se lo llevara. Después de lavó un poco con un cubo de agua que le habían dejado para su aseo. Al rato tocaron a su puerta. Ella abrió y era el guardia, quien le trajo el desayuno, el cual colocó en una pequeña mesa que había en la reducida celda. Y como si adivinara lo del orinal lo tomó para llevárselo y traerlo al rato limpio. Val apenas tocó su desayuno, aún tenía en su mente las imágenes terribles de lo que vio ese día, y todavía se preguntaba por qué no tuvo el valor de arrojarse a la pira.

En medio de esas reflexiones oyó que tocaron a la puerta.

—¿Sí? —Dijo ella con voz enérgica.

—Princesa, el lord comandante desea verla. —Escuchó del otro lado la apagada voz del guardia.

—No soy princesa, y no estoy para él.

—Necesito hablar contigo, Val, por favor. —Se escuchó la voz de Jon.

—Déjame en paz, y ni te atrevas a entrar.

—Es muy importante lo que te quiero decir.

—Pues a mí me vale...

Val no pudo terminar la frase, la puerta se abrió repentinamente, y allí pudo ver a Jon, junto al guardia con un rostro de preocupación.

—Está bien, no tardaré. —Le dijo Jon al custodio para luego entrar con cierta cautela.

Luego cerró la puerta y miró a la salvaje. Jon se veía algo precavido, tal vez creyendo que Val pudiera tenderle otra sorpresa desagradable.

—Si vas a volver a lanzarme algo asegúrate de que esté vacío. —Decía Jon acercándose a la salvaje con sigilo.

—Largo, no quiero verte, cambiacapas.

—Para mí tampoco es placentero venir aquí. Pero necesito que me ayudes, para que también yo pueda ayudarte.

—Aun por lo que hiciste por Mance para mí no dejas de ser un bastardo traidor—respondió Val poniendo las manos en puños —¿Y qué te hace pensar que vaya a ayudarte? No quiero nada de ti, lárgate.

—Por favor, Val, escúchame—Jon sonaba casi suplicante—, al menos sólo esta vez.

El semblante de la princesa seguía hostil, pero el brillo de sus ojos daba señales de que parecía querer ceder, por esta ocasión, a la petición de Jon. Luego de pensar un poco, le dio la espalda y se ubicó en un rincón de su celda y se cruzó de brazos quedando cabizbaja.

La Princesa del Invierno: I El Saneamiento del MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora