39. Emmett

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Nevaba copiosamente y no había indicios de que el tiempo mejorase, en cuanto avanzara. El Castillo Negro amanecía con una llamativa novedad, ello por tratarse de una gran comitiva que se preparaba para partir. Férreo Emmett no se molestó en preguntarle a Jon los pormenores de cómo éste dispuso que la reina abandonase de inmediato el castillo. Pero la tensión que mostraban la reina y sus hombres indicaba que aquello no había sido un acuerdo tan cordial que digamos. Los caballeros de la reina no dejaban de mostrar su aire de orgullo, pese a tener que dejar el lugar, escoltados por un fuerte número de guardias negros, que debían garantizar no solo la seguridad de la reina, la princesa y su séquito, también para prevenir alguna resistencia de los caballeros ante la situación en la que se veía envuelta su reina, echada del lugar por un bastardo. A Férreo le extrañó no ver en el grupo a Melisandre, pero sintió alivio al no tener que lidiar ahora con una reina fastidiosa, unos caballeros altaneros y una sacerdotisa que le inspiraba cualquier cosa, menos confianza y seguridad, pese a haber revivido a Jon. Al final, éste decidió que permaneciera en el Castillo Negro, era preferible que tanto la reina como la sacerdotisa no estuviesen cerca. Por loque el joven comandante dispuso que estuviese recluida en su aposento, y sólo podría salir de allí cuando Edd el Penas lo dispusiese. «Si fuera por Edd, me la estaría llevando a ella también.» Pensaba Emmett, aunque también supuso que Tollett preferiría que permaneciera confinada, tirando a la vez las llaves. En todo caso, Emmett agradecía no tener que ver con eso, a la vez que se acomodaba la capucha para ver mejor.

El destino al que llevaría a esa comitiva se mantendría en el más estricto de los secretos. Jon le hacía tanto énfasis en eso que Férreo procuró decirse muchas veces no decir nada, y si era posible olvidarlo él mismo hasta que ya hubieran hecho un buen recorrido hacia el sur del Muro. Ya todo parecía estar listo cuando vio que la reina aparecía con una gruesa capa de pieles, tomada de la mano de la princesa Shireen, aquella niña que llevaba una capucha para disimular las marcas que la psoriagris le había dejado en el rostro, pero también para cubrirse de la nieve. Tras ellas iba Caramanchada, el extraño bufón, cuyo aspecto y palabras enigmáticas causaban inquietud a quien lo viese y oyera. Caminaba al ritmo de su ama, moviendo la cabeza de un lado a otro, haciendo sonar los cencerros y tarareando alguna canción. Y tras él venia Axell Florent, el tío de la reina, quien con sur ostro evidenciaba su disconformidad con lo que pasaba. Emmett sostenía las riendas de su montura mientras veía eso, pudo notar como aparecía Jon Snow, quien se ubicó al lado del carruaje que iba abordar la reina. Tenía puesta la capucha, la cual le daba un aire extraño al joven comandante, como si fuese un implacable juez a punto de dictar una severa sentencia. Pero éste terminó oyéndose de otra forma.

—Le deseo un buen viaje, alteza. —Dijo Jon procurando sonar diplomático.

—No puedo tomar eso de alguna forma si a lo mejor me está enviando a mi perdición, lord Snow. —Respondió la reina de forma hosca mientras tomaba por el hombro a su hija.

—No debe preocuparse, le aseguro de que a donde va estará a salvo. Férreo Emmett es un hombre de confianza y se esforzará de que llegue con bien junto a su hija y su gente.

—No olvidaré esto, bastardo. —dijo Selyse Baratheon con un semblante frio—. No olvidaré el desplante que le estás haciendo a tu reina.

«Así no puede ser su reina, ni de nadie más.» Pensaba Emmett.

—Alteza, ni la guardia ni yo hemos tomado partido en las disputas del sur, y nos mantendremos al margen de todo como siempre ha sido. —Tras decir eso Jon hizo una breve reverencia.

Seguido, la reina abordó el carruaje, uno de sus caballeros la ayudó a subir junto con la princesa. Caramanchada sería el otro acompañante, antes de subir el bufón miró por un momento a Jon ladeando su cabeza. Y luego dio un pequeño brinco, haciendo que los cencerros sonaran.

—Las rosas que crecen en el frío muro pronto se marchitan. —Dijo con un extraño canturreo—. Pero no la rosa hecha de hielo y fuego. Lo sé, lo sé. Je, je, je.

Después subió al carruaje para que los escoltas cerraran la puerta e iniciaran la marcha. Nadie se molestó en entender lo que dijo el bufón. Emmett vio que Jon adoptaba un semblante de mucha inquietud. «A lo mejor solo entendió la mitad del chiste.» Luego vio como se le acercaba Axell Florent con actitud pedante.

—Parece que al final terminareis quedándote con la princesa, lord Snow. —Le increpó a Jon con insolencia—. No le culpo de hacer trampa al respecto, pues quien no desearía tener a esa hermosa criatura.

—Estás muy lejos de saber qué era lo que querías, ser Axel—respondió Jon—, tu rey me la ofreció y la rechacé. Y me compadecería de vos si la hubieses conseguido.

Axell, bruscamente, se dirigió a su montura para iniciar el recorrido de la comitiva.

Emmett después vio cómo se le acercaba el joven comandante. Recordaba las veces en que entrenó con él. Pese a que Jon ya era jefe de la guardia, seguía luciendo como un chico imberbe, poco diestro e instruido en cómo dirigir a los hermanos negros. Recordó también cómo vencía a Jon repetidas veces, pero eso en lugar de desmotivarlo lo hacía animarse y poner más empeño en mejorar su técnica de lucha. Y por ese motivo, Jon quiso que Emmett permaneciera en el Castillo Negro, en lugar de regresar a Guardiaoriente del Mar con Cotter Pyke. Necesitaba a uno de los mejores guerreros de la guardia para que adiestrara a los nuevos reclutas que iban llegando. Ahora era distinto, ya no veía a ese chico sino a un hombre, cuyo destino ya no podía ser alterado por nada ni por nadie. «Si practicásemos ahora, quizás él me ganaría esta vez.» Y así tuvo a Jon para darle los últimos detalles.

—¿Aun cree conveniente mandarla allá? —preguntó Emmett.

—Bastión Kar y Último Hogar no son lugares adecuados para ella. —Dijo Jon viendo cómo se iban preparando los demás para iniciar la marcha—. Serán de los primeros sitios a donde lleguen los Otros, y sus señores han demostrado una lealtad dudosa últimamente.

—¿Qué pasará con el mensaje si no puedo dárselo a su destinatario?

—Tendrás que ver si hay alguien más que lo pueda recibir por él. Asegúrate de que la reina no pueda enviar mensaje alguno, ni usar a sus hombres para eso. Si es posible, no podemos dejar que se sepa que ha salido de aquí.

Haré todo lo que esté a mi alcance, señor.

—Buen viaje, Férreo—dijo Jon mientras le daba una palmada en el brazo—, que los dioses te guíen.

Emmett hizo una reverencia y dio la señal de iniciar la marcha, y así comenzaba a salir el numeroso grupo que escoltaría a la reina hacia un destino desconocido, mientras los habitantes del Castillo Negro los observaban marcharse. Emmett sabía de la alta posibilidad de no volver ante la inestabilidad de los sucesos que se venían dando en el Norte, y la cada vez más endeble defensa del Muro. El Castillo Negro ya se veía distante y sus últimas torres se fueron perdiendo poco a poco en el horizonte, al ir internándose el grupo en lo incierto de la nieve. «El invierno nos pisa los talones.» Se dijo al alejarse. Aun así, debía predisponerse en cumplir su cometido y después ver cómo afrontar su destino.

La Princesa del Invierno: I El Saneamiento del MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora