24. Clydas

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Era de esos días en los que menos pensó que comenzaría de esa manera, Mully y Owen llegaron cargando a una muchacha. El calvo mayordomo la observó y en primera instancia pensó que se trataría de alguna dama de la reina. Pero no era así, los guardias le aclararon que se trataba de una dama norteña. No hubo tiempo de acostarla en una cama, la colocaron en una amplia mesa que a menudo era usaba por el maestre para operar, aunque éste ya hacía mucho que se había marchado. Por lo que ahora esa y otras tareas le correspondían de forma momentánea al mayordomo. «Resiste, niña, o quizás me toque responder por vuestra sangre.» Pensaba Clydas, al tiempo que los guardias le decían quién era y cómo la encontraron desfallecida. Lo primero que tocaba hacer era cerciorarse de que la chica no tuviese una herida de consideración tanto externa como interna. Y para eso tenía que desvestirla y le pidió ayuda a Mully. Antes de eso despidió a Owen el Bestia.

Una vez solos ambos desvistieron a la chica, Clydas supuso que ello causaría ciertas sensaciones en el hermano negro, por lo que procuró darle indicaciones para que no se distrajese de su tarea. Una vez que estuvo desvestida, Clydas despidió a Mully, quien se mostraba algo impresionado ante el hermoso cuerpo desnudo de la noble muchacha. «Seguro que en Villa Topo no habrás estado con una que se le aproxime a esta chica.» Pensaba Clydas al recordar que dicho lugar era la escapada favorita delos hermanos negros, para yacer con prostitutas y olvidar por un rato sus votos de castidad, tras hacer su juramento. Al tenerla desnuda, Clydas procedió a revisarla, agarró su muñeca para ver su pulso, le levantó sus brazos para cerciorarse que no tuviese alguna herida, igual hizo con las piernas. Le abrió los ojos y estos se mostraban con un brillo normal. Hizo lo propio con la boca y no vio señales de heridas internas. Gracias a que la chica era delgada la pudo voltear para ver si en su espalda y caderas hubiese alguna herida. Le removió el oscuro cabello para ver detrás del cuello, y sólo vio un pequeño moretón. También notó un pequeño coágulo en la parte trasera de su oreja derecha, más algunos raspones en la espalda y las piernas.

Clydas suspiró de alivio, al saber que ella no corría peligro, solo había perdido el conocimiento ante la situación de percance en la que se había visto horas antes. El mayordomo comenzó a buscar entre un montón de cosas que solía guardar el maestre Aemon en un armario bastante alto, usó una silla para extraer algo que se hallaban en la esquina de arriba del mueble. Hizo un gran esfuerzo por halar lo que había allí, pues su edad ya era de aproximadamente sesenta años y había desarrollado una joroba a lo largo del tiempo que había estado sirviendo de mayordomo. Y finalmente salió una enorme piel gruesa, debía ser por lo menos tres veces más grande que la chica, y él también. Se acercó a la yaciente muchacha y la cubrió con ella abrigándola completamente. El resto era cuestión de que reaccionara, Clydas rogaba por no tener que esperar mucho para eso. Aprovechó ese tiempo para prepararle un caldo ligero. «Lo que te haya traído hasta acá, no ha sido al mejor lugar para alguien como tú.» Pensaba Clydas, dándole los toques finales a su preparación, pues conocía la naturaleza de los hermanos negros, capaces quién sabe de qué contra una chica solitaria e indefensa, aun siendo de alta cuna. Eso no representaba inconveniente alguno para la reina, o para la sacerdotisa roja, pues ellas tenían a sus caballeros y escoltas, pero aquella chica venia sola y no siempre iba a bastar la protección que pudiera brindarle Jon. Como si atendiera aquello, la chica despertó exhalando un tímido suspiro. Clydas se percató y la vio sentarse en el mesón, al tiempo que tomaba la piel para cubrirse el pecho.

—¿Dónde estoy? —preguntó ella con voz somnolienta y restregándose los ojos.

—Os encontráis en el Castillo Negro, mi señora.

—Pude llegar entonces, los dioses han sido benévolos—dijo ella mostrándose aliviada, luego miró a Clydas fijamente. —¿Quién es usted?

—Me llamo Clydas, soy un mayordomo de la Guardia de la Noche, para servirle, mi lady.

La Princesa del Invierno: I El Saneamiento del MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora