34. Eddison

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—Así ha sido siempre, alteza, la Guardia de la Noche no debe tomar partido en ninguna disputa que se dé entre los señores de Westeros. —Decía Eddison Tollett, ya cansado de hacérselo entender a la reina Selyse. «¿Me estaré ganando con esto la horca, la decapitación o ser quemado por la mujer roja?» Se preguntaba para sí Edd el Penas.

—La Guardia de la Noche está sujeta a las leyes del reino y debe hacer lo que su rey le ordena. —La reina sonaba con aire autoritario.

—Según las cosas, nuestro rey está en King's Landing.

—Os puedo acusar de traidor por decir eso. ­—Respondió la reina con deje de prepotencia.

—Alteza, vuestro esposo no está en la mejor situación de poder exigir lo que usted dice—respondió Edd tratando de sonar lo más tranquilo posible—, y su paradero es incierto.

—¿Cómo osáis en decirle eso a vuestra reina? —dijo Brus Buckler

—¿Qué no ve la situación, señor Eddison? —dijo la reina haciéndole un gesto al caballero para que no siguiera—uno de mis hombres ha muerto y en cualquier momento los salvajes podrían querer masacrar a mis otros caballeros y a ustedes.

—Vuestro caballero buscó una muerte absurda, y provocó esos eventos—dijo Edd—, y en todo caso, no soy quién para decidir por lo que se haga en este castillo. Mejor hable con el Bowen Marsh.

—Bowen Marsh no me inspira confianza. ­—Dijo secamente la reina.

«¡Qué curioso, a mí tampoco!»­ Pensaba Edd riendo para sí.

—Eras cercano a lord Snow, podrías sernos más útil que el Viejo Granada. —Prosiguió la reina.

—A las granadas nos las comemos semilla por semilla. —Dijo de repente Caramanchada agitando un pequeño cetro que tenía un melón en la punta­­—. Y a las sandías las estrellamos contra la pared, lo sé, lo sé, je, je, je—, terminó diciendo el bufón tras golpear la fruta con un pedestal cercano.

A nadie le hizo gracia aquello, sobre todo a los hombres de la reina, que aun tenían fresca la imagen despedazada de ser Patrek tras ser lanzado contra los muros de la torre de Hardin por Wun Wun. Eddison Tollett vio oportuno ese momento de distención para zafarse de esa incómoda circunstancia.

—Bien, alteza. Creo que ya he sido claro con lo que pasa. —Decía mientras hacia una reverencia.

Procuró salir lo más pronto que posible de aquel conjunto de seres surreales, que más bien le parecía un grupo de rarezas digno de un espectáculo de Volantis. Una reina bigotuda, una niña con las marcas de la psoriagrís, un bufón con esos tatuajes tan estrafalarios como inquietantes y un conjunto de caballeros tan dispares que parecían un grupo de saltimbanquis. Y además, todos adoradores de ese extraño dios rojo, de nombre impronunciable. «Ahora que lo pienso esa sacerdotisa encaja también con todos ellos.» Se decía Edd el Penas. Ya había oscurecido, al tiempo de andar, notó que dos figuras se le fueron aproximando. No los podía distinguir, pero por los atuendos dedujo que eran dos hermanos negros. Aunque, Tollett supuso que sus intenciones para seguirlo no podían ser nada fraternas. Al ver que se iban aproximando Edd se vio tentado a sacar su espada agarrando la empuñadura. «Algún puto soplón debió decirle al Viejo Granada lo que hablé con la reina.» Pensó Edd, que al sentir ya próximos a sus seguidores se detuvo, y notó que ellos también lo hicieron al no escuchar sus pasos. Por un tiempo permaneció inmóvil, al ver que ellos no reaccionaban, procedió a voltearse y sacó su espada.

—Al menos díganme sus nombres para saber quiénes eran mis asesinos.­—Decía Edd mientras empuñaba su acero con ambas manos.

Sin embargo, vio que estos se mostraron sorprendidos ante el gesto, a la vez que exhalaban vaho. Uno de ellos alzó los brazos en señal de pedir calma, sin atreverse a dar otro paso.

La Princesa del Invierno: I El Saneamiento del MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora