28. Jon

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—Un gran bribón, eso es lo que eres—Tormund bebió un largo trago de hidromiel—, nos haces venir hasta aquí sorteando muchas dificultades y encima tenemos que pagar por entrar.

—Es lo justo—respondió Jon y bebió un poco de hidromiel, para luego colocar su cuerno a un lado en la mesa cubierta de pieles a la que se sentaba con el líder salvaje—, tu gente es numerosa y la Guardia de la Noche no dispone de recursos para mantenerlos. Las cosas de valor que ustedes nos entreguen servirán para que podamos comprar comida y otras cosas que nos serán útiles para lo que se viene.

—Y supongo que también debemos darles nuestras armas para que después nos despellejen ¿verdad? —rugió el Matagigantes.

—No les exigiré eso.

—Aun así, estaríamos a merced de ustedes, y quizás algún cuervo resentido quiera tomar sangre de nosotros.

—Te doy mi palabra de que eso no ocurrirá.

—¡Bah! Las palabras solo valen nada cuando vienen de alguien que no hace nada.

—Entonces debes comprender el motivo porque te hago esta oferta. He oído de lo que pasa acá afuera, tu gente no resistirá en cuanto lleguen más espectros junto a los Otros.

—No sabes nada—dijo Tormund al tiempo que tomaba su cuerno para beber—, tenía un hijo llamado Torwynd. No era de los más fuertes, pero era parte de nosotros, un día simplemente se echó a dormir, al no soportar el intenso frío allí mismo quedó. Solo se levantó como uno más de ellos, con esa mirada azul... —la cara de Tormund mostró señales de vulnerabilidad—él no era muy hombre que digamos, pero era mi niño...

—Tienes la oportunidad de evitarle eso a muchos otros como él que vienen contigo. No la tendrás con los que acá insisten en pelear.

— Puede que no vuelva a andar por estos lugares, una vez que cruce—Murmuró Tormund colocando sus manos en la frente—. Pero no pienso terminar como una víctima pasiva en el sur. Ve sabiéndolo, Snow.

—Te entiendo, la verdad, es que hace mucho debí haberme ido de este mundo cuando partí del Muro con el Viejo Oso. Luego cuando partí del Puño de los Primeros Hombres con Qhuorin Mediamano, y de no ser por Ygritte...

—No apreciaste lo que ella estaba dispuesta a hacer por ti.

«¿Entendería ella lo que estoy haciendo ahora?» Se preguntaba Jon recordando los momentos que vivió con aquella salvaje besada por el fuego, donde su cabellera roja parecía ser una llama resplandeciente en medio de la nieve. Pensó en lo que habría pasado si hubiese decidido quedarse con ella en aquella cueva. «A lo mejor seriamos los únicos en seguir viviendo sin ninguna preocupación.» Era algo que nunca podría comprobar, pues al final los caminos de ambos se tuvieron de dividir para reencontrarse solo con la muerte de ella tras el ataque de Styr al Castillo Negro. Algo de gracia le daba a Jon ver que tras esos eventos, más el ataque al Muro y la llegada de Stannis Baratheon, ahora se encontraba allí negociando con un jefe enemigo, nada menos que la entrada de estos, ante la creciente presencia de una amenaza mayor y común para todos los habitantes de Westeros. Aunque más al sur nadie era consciente de eso, pues distintos reyes se peleaban por un trono que a la larga en nada le iba importar a los Otros quien se estaría sentando allí, si algún día llegaban a la Fortaleza Roja.

—Será como tú digas, Snow. —Dijo finalmente Tormund poniéndose de pie. Jon siguió su ejemplo—. Dentro de tres días marcharemos para cruzar tu maldito muro.

—Muy bien, debes avisar cuanto antes a tu gente para que puedan ponerse en marcha pronto.

Tormund procedió a quitarse los brazaletes de oro que tenían grabadas runas antiguas de la época de los primeros hombres y se los dio a Jon.

La Princesa del Invierno: I El Saneamiento del MuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora