10. Quemaduras.

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—Ten, deberías cambiarte esa ropa y tratar de dormir —Jongdae sugirió ofreciéndole una de sus pijamas.

Minseok la tomó y asintió lentamente.

—Pe-pero... tengo hambre —balbuceó ruborizado.

La situación entera era de lo más vergonzosa, todo lo que quería era olvidar lo que había sucedido esa tarde y también de paso olvidar que había llorado en los brazos de su jefe.

Jongdae le dio una mirada cargada de ternura.

—Por supuesto. ¿Qué se te antoja comer?

Minseok mordió su labio inferior, no sabía por qué lo quería de pronto, pero en realidad lo deseaba.

—Ramen.

Jongdae sonrió cálidamente y asintió.

—De acuerdo, tú ve a cambiarte, y yo voy a prepararlo.



Los siguientes minutos, Minseok tuvo una pequeña y frustrante batalla en la habitación de su jefe. Lo intentó de distintas maneras, pero al final tuvo que rendirse, entre que el dolor en su espalda se intensificaba cuando él intentaba alzar los brazos y que su camisa era demasiado justa, no fue capaz de quitársela. Se rindió con eso y se concentró en quitarse los pantalones. Aunque el broche también le dio una dura batalla, al menos eso sí pudo hacerlo.

De pronto surgió una preocupación, ¿cómo iba a continuar con su trabajo si apenas y podía cambiar su propia ropa. Mierda. ¿Cómo iba a digitar los reportes de la universidad que tenía pendientes solo con la izquierda? Iba a tomarle una vida.

Al final tuvo que rendirse y por un instante se consoló con la idea de que de todos modos su orgullo no podía caer más bajo de lo que ya había caído. Ese día se había mostrado más vulnerable que nunca, y su jefe... era tan extraño, la forma en que lo había tratado en el auto... lo había hecho sentirse tan seguro.

—¿Jongdae?

Su jefe se giró hacia él con un cucharón en su mano. Tenía las mangas dobladas hasta los codos y un par de botones de su camisa sueltos, llevaba puesto un delantal con estampados de frutas y, para ser honestos, el atuendo le iba bien, era una perfecta representación de lo que él era; un padre soltero que se esforzaba tanto en la oficina como en la casa.

—¿Si? —Jongdae murmuró, preguntándose por qué las mejillas de Minseok se habían coloreado de ese adorable rosa.

—¿Me ayudas a cambiarme la camisa? —Minseok preguntó y sus mejillas se encendieron un poco más—. No me la puedo quitar.

Jongdae dejó el cucharón sobre la tabla de picar y lentamente se acercó a Minseok. Sus manos temblaban un poco por los nervios. ¿Por qué el destino jugaba de forma tan cruel con sus sentimientos? Era un hombre, joder, era débil. ¿Qué clase de prueba era esa? Tiró de la tela lentamente y por mucho que lo intentó, no pudo no fantasear. Mientras le quitaba la prenda imaginó besar cada tramo de piel expuesta, fueron unos segundos nada más, pero en su mente ya lo había llevado a la habitación, lo había hecho tumbarse sobre la cama y se había metido entre sus piernas. Carajo. Contuvo el aliento y tomó la camisa de su pijama para ponérsela rápidamente. Con el perdón del señor por sus pensamientos impuros, necesitaba sexo, era urgente.

Minseok, ¿me dirías que sí si te lo propusiera? Prometo ser gentil, aunque no sé si duraré lo suficiente, puedo compensarlo con mucha pasión y con un par de rondas extra.

Los Hijos Del Señor Kim [Chenmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora