23. Martes 13, parte 2

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23. Martes 13, parte 2

El infierno está vacío, todos
los demonios están aquí
- William Shakespeare

Lilith Greco

Cerré el diario muy lentamente, una parte de mí temía que si lo hacía con demasiada brutalidad Alexander Mands (o Theodore Rotland) saltaría de las páginas y me atacaría.

¿Esto. Era. Jodidamente. En. Serio?

Una fuerte y escalofriante risa nos hizo girarnos hacia la entrada. Allí, Alexander nos miraba con ojos salidos de órbita.

—Habéis tardado más de lo que imaginé —rió.

—¡Bastardo de mierda! —Abi intentó lanzarse a él, pero Rotland la empujó haciéndola chocarse contra la pared.

—Mierda, Abi —gruñí, pero antes de ir a por ella Asher ya había llegado. Volví a mirar al bastardo frente a mí—. ¿Qué es todo esto, Rotland?

Echó la cabeza hacia atrás, complacido.

—Oh, me encanta volver a escuchar mi nombre —rió como un puto maniático—. Suerte saliendo de aquí. Yo iré a verme mis chicas.

Salió y el vagón comenzó a sonar.

—¿Dónde está la llave, Abi?

—¡Oh, mierda! —se levantó de un salto, corriendo hacia el otro vagón. Fui detrás y me subí con prisa.

—¡Chicas! —escuché el grito de Ash a lo lejos, pero Abi ya había comenzado a avanzar.

Cuando llegamos al final del túnel, Rotland había cerrado la puerta y nos miraba desde detrás de las rejas con una sonrisa sádica.

—Es una pena que esto tenga que acabar así, Abi —murmuró—. Y, por cierto, hiciste bien en desconfiar de mí. Se nota que eres inteligente, por algo eres mi hija.

—¡Hijo de puta! —gritó, intentando abrir la puerta. Una fuerte corriente atravesó su cuerpo y cayó al suelo al instante.

—¡Abi, mierda!

Me agaché, poniéndola de lado y usando mi chaqueta como cojín para que los espasmos de su cuerpo no le provocaran un daño mayor. Una pequeña corriente eléctrica me golpeó al tocarla, pero me mantuve firme.

—Joder, chicas —Trev llegó jadeando. Cuando vio a Abi en el suelo, abrió los ojos horrorizado—. ¿Qué ha pasado?

—¡Abi! —Ash corrió a nosotras— ¿Estáis bien?

Dominic también llegó, él menos jadeante que los demás, probablemente porque era un loco del ejercicio.

—Nos ha encerrado —gruñí—. ¿Alguno tiene cobertura? Necesitamos llamar a alguien.

Saqué mi teléfono, asegurándome de que Abi estuviera bien, y gruñí al no ver las rayitas de la cobertura.

—Yo no tengo —bufó Asher.

—Yo tampoco.

—¡Yo sí! —celebró Trevor— Nunca he amado tanto mi compañía telefónica. ¿A quién llamo?

Delirio (LM #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora