10. Rojo

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10. Rojo

No se huye del demonio
cuando viene a salvarte
- Anónimo

Lilith Greco

Mi incomodidad aumentó cuando se acabó el horario escolar y supe que iba a tener que hablar con Dominic. Sin embargo, mi preocupación por Eclipse era mayor que mis dramas con su padre.

Realmente la niña no parecía triste, solo demasiado pensativa. Casi confusa. Pero, sabiendo cómo es ella, la situación era suficiente para que todas mis alarmas se activaran.

Quizá solo fuese una tontería infantil, pero era mi deber como profesora y como persona avisar de cualquier posible problema que pudiera estar teniendo.

Dominic no parecía un mal padre, amaba a esa niña como a nadie, así que no lo puse en duda a él. Lo avisaré y si noto que la situación no mejora, avisaré a servicios sociales para que se metan ellos.

No era normal que una niña de tres, casi cuatro, años y tan alegre como era Eclipse estuviese tan metida en su mundo de forma preocupada.

Cuando Dominic se acercó a mí para buscar a su hija, tragué saliva, armándome de valor. Es tu trabajo, Lilith.

—¿Podemos hablar? —cuestioné, al ver su mirada entre sorprendida e inquisidora, aclaré: —Es sobre Eclipse.

Y entonces sus ojos brillan con pura preocupación. Asiente de inmediato y le echa un vistazo rápido a Eclipse, que está escuchando algo que le dice Axel pero parece más perdida en su cabeza que en lo que dice su amigo.

—¿Qué pasa con ella?

—Hoy la he notado un poco rara. Pensativa —expliqué—. Solo quería asegurarme de que todo estuviera bien y que tú supieras sobre eso.

Miró a su hija con genuina preocupación y me alegre verlo ser tan buen padre. Yo había tenido buenos padres, pero sé de buena mano que él había tenido un padre nefasto y una madre que se preocupaba pero no actuaba.

—Hablaré con ella. Gracias por decírmelo.

Asentí, sonriendo con profesionalidad. Se alejó de mí y caminó hasta Eclipse. Lo vi agacharse para estar a su altura y hablar con ella y Axel antes de llevarse a su hija agarrada de la mano.

Me mordí el labio con preocupación y suspiré cuando Axel se acercó a mí junto a su madre. Su cabello rubio y rizado estaba revuelto y sonreí cuando me miró con esos inocentes ojos avellana. Su madre parecía muy joven, tenía el pelo rubio y ojos del mismo color que su hijo.

—Hola, ¿Lilith, verdad?

—Sí. ¿Puedo ayudarla en algo?

—Oh, sí. Verás, el enano este me ha dicho que mañana harán un proyecto con cartulinas y eso. ¿Tiene que traerla él?

—No, no. El colegio las proporciona.

—De acuerdo, muchas gracias.

—Por nada —sonreí, luego miré al niño—. Adiós, Axel.

—Adiós, maetra.

Se me escapó una sonrisa y me despedí de ellos dos. Cada vez que alguno de los niños me llamaba «maestra» (o «maetra») se me hinchaba el corazón.

Delirio (LM #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora