18. Plan

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18. Plan

Y a veces un pecado es la
entrada al paraíso
- Juan Miguel Zunzunegui

Dominic Harris

Si dijera que no me gustaba la expresión de todos a nuestro alrededor, la forma en la que Lilith alzaba la cabeza como si pudiera pisar a cualquiera o como ese hijo de puta nos miraba incrédulo, estaría mintiendo descaradamente.

Porque jodidamente me encantaba.

—¿Perdón?

—¿Sabes que le hace La Manada a la gente de mierda como tú? —dio un paso. No me gustó dejarla ir, por si ese bastardo hacía algo, pero era Lilith y podía con esto. Mierda, era la jodida alfa.

—No sé de qué estás hablando —intentó defenderse, aunque un leve temblor cubrió su voz.

Sonreí. Tiembla, hijo de puta, porque cuando acabe contigo no vas a querer seguir viviendo.

—Eclipse Harris. Tres años de edad. ¿Te suena eso?

Di un vistazo a nuestro alrededor. Valak estaba grabando, el resto se había repartido estratégicamente por la zona mientras vigilaban de todos los puntos posibles, listos para atacar de ser necesario, y yo me mantuve a las espaldas de Lilith; un paso por detrás de ella, aunque no sentí ningún sentimiento de inferioridad, sino más bien era algo como protección.

Mis ojos se fijaron en los dos hombres vestidos de traje que miraban todo con ojos atentos y desconcertados.

Jackson y Fred Stuart.

Ellos eran la razón por la que estábamos haciendo esto aquí y ahora, delante de tanta gente. Eran los accionistas de bufete de abogados del cual Max era jefe.

Y eran una pareja joven que amaba a los niños. Amarlos, en serio. Habían adoptado a cuatro críos.

No lo entiendo. Amo a Lipse, pero una ya me supera. No quiero imaginar cuatro.

—No tengo idea, en serio. Te equivocas de persona.

—Permíteme mostrártelo —supe que estaba sonriendo por su tono de voz—. ¿Dom?

Acorté el paso que nos separaba y saqué la grabadora del bolsillo pequeño de la mochila. No dije nada, mientras pulsaba el botón de reproducir y le entregaba la mochila a Abi.

Ella, Leviatán y Ava irían fuera a encargarse del coche del bastardo.

El tío Max me daba besitos en la boca —escuché la voz de mi hija y sentí ganas de hacer que ese maldito se tragara la grabadora. Y un cuchillo—. Decía que no se lo podía decir a nadie. Que era nuestro secreto.

La grabación dejó de sonar y guardé el aparato en mi bolsillo. Seguí sin hablar, mis ojos enfocándose con pura frialdad en los suyos. No mostré mi rabia, y creo que eso lo asustó más.

—Espero que lo hayas pasado bien estos años de vida, Max, porque ahora vas a descubrir el infierno —Lilith le dio un golpecito en la cara, con más fuerza de la que se notó, y retrocedió un par de pasos—. Vámonos, Manada.

Di media vuelta, pasando un brazo por encima de sus hombros y caminando como si fuera dueño del mundo. Aunque, siendo sinceros, era dueño de Lilith y eso equivalía a lo mismo.

¿Había sido un pensamiento bonito o machista?

Cuando llegamos al exterior, todos rodeaban a Ava, Leviatán y Abi que estaban rompiendo y pintando el coche de Max.

Abi y Ava lo pintaban, escribiendo cosas como «pedófilo» y «asqueroso» en colores amarillo y morado. Leviatán estaba rajando las ruedas con una navaja.

Me acerqué a la mochila para agarrar el spray naranja, pero en vez de pintar, lo lancé con fuerza contra el parabrisas, haciéndolo añicos.

—¡Hijos de puta! ¡Mi coche!

Agarré con prisa el spray del interior y rocié pintura sobre los asientos antes de correr a la motocicleta que Lilith ya había arrancado. Me subí de un salto y ella aceleró con prisa.

Dejé que el viento me golpeara en la cara y cerré los ojos, mientras me adentraba a mi luna e intentaba relajarme.

Se había quedado sin su amado Mercedes, que era lo que más le importaba en el mundo.

También sin inversores y, por lo tanto, sin trabajo. Todo su bufete se irá a la ruina.

Y, ahora, se quedaría también sin casa.

Tardamos seis minutos y treinta y dos segundos en detenernos frente a la casa del pequeño barrio residencial en el que vivía ese hijo de puta. Max no vivía en Blue High como yo, sino que vivía en un pequeño barrio residencial de las afueras del centro.

Era un quiero y no puedo.

Bajamos de los vehículos, Trev llevaba una mochila mientras que Valak se colgaba la otra. El menor lanzó la mochila a un lado y ayudó a mi mejor amigo con la otra. De ahí sacaron tres botellas de litro llenas de gasolina que Ash había conseguido en su taller y se las pasaron a Trev, Abi y Leviatán.

—No rompáis ventanas ni forcéis puertas. Sonará la alarma y tendremos a la policía en dos minutos —avisó en una orden Lilith.

Al ser las once de la noche, solo habían dos tipos de personas en este barrio. Los que estaban durmiendo y los que estaban de fiesta, así que teníamos vía libre si no hacíamos algún tipo de estruendo.

Los tres comenzaron a lanzar la gasolina a las paredes, agradecí que la tela me tapara lo suficiente la nariz como para solo respirar lo necesario y así casi no sentir el nauseabundo olor de la gasolina.

Lilith se pegó a mí, abrazándome de lado y descansando su cabeza en mi hombro. Soltó un suspiro.

—¿Vas bien? —me cuestionó, sonando preocupada por como me estuvieran tomando las cosas.

Trev sin duda lo llevaba genial, porque estaba carcajeándose mientras rociaba gasolina en la casa de su hermano.

—Voy perfecto.

Sus ojos se achicaron, haciéndome saber que estaba sonriendo, y me besó la mejilla por encima de ambas telas. Deseé que esas barreras no estuvieran ahí, porque amaba el contacto de su piel contra la mía aunque fuese un simple beso en la mejilla.

—Esto está hecho, alfa —le afirmó Abi, su voz sonaba emocionada.

—Genial, cachorra—se separó de mí para agarrar una caja de cerillas de la mochila. Me la entregó—. ¿Quieres haces los honores?

Saqué una cerilla, encendiéndola con agilidad, y la lancé sin ningún tipo de remordimiento a la casa. Seis segundos fue lo que tardó exactamente en comenzar el incendio.

Nos subimos con prisa a las motos, arrancando mientras dejábamos el fuego atrás.

Sonreí, porque mi vida nunca sería la misma a como lo fue antes de Lilith Greco.

Y estaba jodidamente contento con eso.

Delirio (LM #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora