Capítulo 23: Plan en ascenso

547 31 17
                                    

Narra Audrey:


La rebeldía nos atacaba con una intensa fuerza y fue así que al acabar de comer, lo invité a casa. Se negó rotundamente y me vi tentada a insistir.


-¡Quiero correr riesgos en estas tres semanas! Yo siempre voy a tu casa y vos a la mía casi nunca, así no vale.


Acabó aceptando, sonrió y se acercó a mí. Se inclinó para atribuirme un pico y de inmediato partimos rumbo a mi hogar.


Estacionó la moto a dos cuadras de casa y silenciosos transitamos el camino secreto que él recordaba a la perfección.


Llegamos a mi habitación sin ser descubiertos y para el instante en el que nos fuimos a sentar en la cama para mirar televisión o siendo sincera, para besarnos, oímos los pasos generados por mi madre y sus tacos al chocar contra la madera. Hablaba por teléfono y decía:


-Drey esta insoportable.-¡Ja! ¿Yo era la insoportable?-. Se enojó anoche y hoy se fue a las clases de piano y no ha vuelto. Llamé a su amiga Diane y ha dicho que pasará la noche en su casa.


Amé a Diane con todas mis fuerzas.


Los pasos cada vez se volvían más cercanos, al igual que el sonido de su voz.


-Debajo de la cama -dijo Eizen y se paró apresuradamente, mostrándose muy nervioso.


-No, no. -Me paré también y lo tomé de la mano-. Nada mejor que el armario.


Nos metimos en el mismo, era enorme y entrabamos a la perfección. Él quedó con las piernas cruzadas a lo indio y yo sentada sobre ellas, con la cabeza sobre una de las extremidades del armario y las piernas flexionadas sobre otra.


Mamá entró al dormitorio y trancó la puerta. La situación se tornó extraña dado que pocos segundos más tarde mi madre encendió la radio y una música relajante invadió el espacio. Escuchamos ruido a papeles, a abrir y cerrar de cajones y no lo dudé, era el cajón de fotos. Claro.


En ese cajón yo guardaba todas nuestras fotos familiares. Aunque gran parte de ellas se encontraban destrozadas a causa de las peleas con mi familia que me llevaban a arrasar con todo.


Y si eso fue extraño, todo se tornó aún más confuso cuando el ruido explicito e ininterrumpido de la música relajante, fue corrompido por un llanto desgarrador.


Miré a Eizen y al igual que yo no comprendía nada. Deslicé con cuidado la puerta del armario y por una pequeñísima rendija pude ver a mi madre sentada en la alfombra de mi habitación, descalza y con los tacos a un costado. El suelo se hallaba repleto de álbumes de fotos y de los pedacitos de las fotografías rotas.


Pasaron varios minutos y continué intacta en mi posición espiando por la rendija. No podía asimilar la imagen que observaban mis ojos: mamá lloraba a más no poder y se torturaba viendo las fotos.


Eizen me besó la mejilla y deslizó muy cuidadoso la puerta, dejando una enorme rendija. En ese momento, y tras percibir su respiración agitada, recordé que era claustrofóbico.

Ningún obstáculo nos podrá separarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora