Capítulo 32: Una nueva trampa

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Si amas, no traiciones. Si no sientes nada, no ilusiones.

Narra Audrey:

—¿Entonces están de novios? —quiso saber mi madre estallando de la felicidad al vernos ingresar abrazados al comedor. Ambos nos miramos, sonreímos y luego enunciamos un gran "si".

El almuerzo fue precioso y todo lo preparado por Brandon no meritó ni una crítica. En la sala reinaban las risas, la música y un clima poco tenso. Yo me mostraba feliz y conforme, pero en el fondo no podía encontrarme más triste. Aquél, fue el almuerzo más falso de toda mi vida. Todo transcurría con calma y nadie allí parecía recordar que hacía tan sólo unas horas fui víctima de un robo. Malditas hipócritas.

—¡Brad, si la querés tener completamente a tus pies debes llevarla a un concierto de rock! —exclamó mi madre. Sonreí por cortesía, pero le dirigí una mirada de lo más desaprobadora porque otra vez el innombrable vagaba por mis recuerdos.

Narra Eizen:

Ni bien me acosté, entré en un estado total de shock. Analicé todos los hechos hasta llegar a la precoz conclusión de que Audrey, con lo dura que era, jamás me perdonaría ni entendería.

Pasé toda la noche llorando en silencio tratando de no despertar a mi primo. La oscuridad en la habitación era fatal, ese dormitorio se encontraba tan oscuro como mi corazón.

No solo perdí a Audrey, sino que también, perdí la oportunidad de salvarle la vida a mi abuela. Me engañaron, caí como un idiota en una trampa perfectamente ideada.

Que Drey me perdonara dependía de Peter. Si él me decía quien había sido el gran hijo de puta que planeó todo aquello, quizá Audrey podría entenderme y creerme.

Cuando mi primo despertó se asombró al verme, pero se abstuvo a realizarme cualquier tipo de pregunta y comprendió de inmediato que todo salió mal. Noté su necesidad infinita de pegarme una trompada y espetarme en la cara lo tan idiota que fui. Se desesperó tanto como yo y me sermoneó unas treinta veces por no haberlo escuchado y arriesgarme a tanto. Luego, notando mi plena alteración, me abrazó y para tranquilizarme me dijo que me quedara tranquilo, que pronto íbamos a encontrar una solución segura y que en cuanto supiera quien había sido el cerebro de ese plan siniestro, íbamos a acabar con él.

Esa mañana decidí no ir al hospital, sentiría un cúmulo enorme de culpa al estar allí sabiendo que mi abuela empeoraba y que yo no podía hacer nada al respecto. A mi contrario, Patrick si fue.

Dediqué toda mi mañana a llorar y recordar. A anhelar y odiar. Me dolía el corazón, me dolía el alma y no hay dolor que duela más que el dolor del alma.

Busqué en internet, como por milésima vez, posibles curas para la enfermedad de mi abuela; que no era sólo un nivel elevado de legoremia, sino que también una intoxicación modo grave a la que se le sumaban sus problemas de presión, diabetes y circulación.

Para la legoremia hay mil tratamientos, desde medicamentos hasta quimio. Pero para la suma de todas las enfermedades de mi abuela juntas, había uno solo y lo fabricaban en Italia. ¡Que idiota fui al pensar que un grupo de pandilleros podía conseguir un remedio que ni los hospitales tenían! Idiota, idiota, idiota.

Como si fuera poco, la persona de la cual estaba profundamente enamorado me odiaba. Y sus razones para odiarme eran falsas porque ambos fuimos víctimas de una trampa mortal. Lo hicieron con el fin de separarnos, si no esa gran mafia me hubiese buscado para darles la joya, pero no ¡fue por gusto! ¿Su madre fue la causante? No lo sé.

Llorando y lamentándome no lograba nada. Esperando que Peter encontrara al responsable tampoco. Lo mejor era accionar e intentar solucionar las circunstancias a mi manera y sin depender de otros. Aunque claro que tenía todas las de perder.

Ningún obstáculo nos podrá separarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora