Capítulo 2: Nuevos comienzos.

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"Para abrir nuevos caminos, hay que inventar; experimentar, crecer, correr riesgos, romper reglas, equivocarse... y divertirse". Mary Lou Cook.

Narra Eizen:

Cantar significaba muchísimo para mí, era una especie de alivio para mi corazón. Yo cantaba y me olvidaba de todos mis problemas. Hacía un par de semanas había comenzado a hacerlo en la esquina de la súper universidad privada, me lo recomendó mi primo Patrick ya que decía que constaba con mucho más movimiento y gente.

Aquél día fue uno más de tantos, a excepción de que me tocó imponerme ante un par de estúpidas que se quisieron hacer las inteligentes y las graciosas conmigo, cosa que no les resultó y que las llevó a quedar humilladas delante de todo el mundo.

Me importaron muy poco los comentarios sin sentido de las dos tontas que se burlaron de mí. Además, segundos antes a lo ocurrido, divisé a una chica hermosísima que me voló por completo la cabeza y me hizo perder la percepción del resto del mundo. Era rubia y el sol que impactaba contra su cabello dejaba a la vista el brillo del mismo, lo llevaba bastante largo y con las puntas teñidas de un rosado bien clarito.

Me sorprendió aquella chica, no la miré de la manera que observas a cualquier chica linda, si no que la miré realmente impresionado y con un brillo escéptico en los ojos.

Seguí cantando y para mi sorpresa, la rubia cruzó la calle junto con un par de chicos, incluidas las dos tontas que me insultaron. Tras cruzar se paró y no dejó de mirarme ni por un segundo lo que llevó a que mi corazón no consiguiese latir más rápido. No paraba de jugar con sus manos y darle pataditas al suelo, al parecer se hallaba muy nerviosa.

Cuando se acercó a mí y la aprecié más de cerca, noté el color de sus ojos: era un verde tirando a miel. Tenía ojos grandes que le resaltaban y una cara con facciones perfectas. Sonrió, y noté que se le hacían unos preciosos hoyitos en las mejillas al mismo tiempo que sus amplios y gruesos labios se estiraban. Su altura marcaba presencia y su delgadez generaba ternura. Daban ganas de sumergirla en un abrazo infinito y no soltarla jamás.

Supongo que las chicas que se me burlaron debían ser sus amigas. Ella no hizo nada en mi defensa, se quedó allí parada, siendo expectante de la situación. Claro, era una de las clásicas chetas, y de seguro asistía a la mega ultra súper genial universidad privada.

¿Para qué sirve ser tan linda si sos mala persona? Al verla callada y de alguna forma u otra, apoyando los comentarios de sus amigas, todo mi repentino afecto hacia ella desapareció y se esfumó por los aires. Porque como ya mencioné, la belleza exterior no sirve de nada. Lo que importa es la belleza interior, la del alma.

Después del incidente con esas dos estúpidas, decidí irme directo a mi apartamento. Era un día en el que no tenía ganas de soportar nada. Nunca me tomaba descansos y ya estaba necesitando uno con urgencia. Sabía que me gustase o no, por muchísimo tiempo más, tendría que bancarme las críticas y seguir cantando. Y eso iba a hacer, pero no hoy.

Volví al apartamento cansado y con ganas de dormir un siglo entero. Patrick me notó algo tenso así que me pasó un vaso con agua y a continuación me invitó a sentarme a ver televisión con él. La abuela se levantó pasados unos minutos, pero nosotros dos insistimos con que volviera a la cama.

—No chicos—se negó ella mostrándose autoritaria—. Voy a reabrir el kiosco. Ya saben que no me gusta estar todo el día acostada sin hacer nada. Hoy me siento mejor así que abriré—nos dijo mientras se encaminaba a paso lento hacia la puerta del apartamento.

Mi abuela a mi primo le decía "Pack", al igual que yo, por la costumbre. Y a mí, en vez de decirme "Eiz", me decía "Eze". Me gustaba mucho mi apodo.

Ningún obstáculo nos podrá separarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora