Capítulo 29: Principio del fin.

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"La peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande."

Narra Eizen:

—¿Y si le digo que puedo conseguir los medicamentos usted que me dice? —consulté al médico ejerciendo una sonrisa inmensa y sintiendo en mis adentros una gran paz. Como era de predecir, el doctor se sorprendió y no supo que manifestar al respecto, a Patrick le sucedió lo mismo y de manera muy acelerada y brusca me sujetó del brazo para hacerme a un lado.

—¡Deja de decir bobadas!—se quejó con desagrado—.No hagas chistesitos con algo así de grave.

—¡Pero es cierto! —afirmé aún muy sonriente—. En tres días los tendré.

—¿Te metiste en alguna joda? —especuló indignado y sin dejarme contestar blanqueó—. ¡Más te vale que no! ¿Recordas cuando yo trafi...? Agg, ¡ni puedo mencionarlo! —Se frotó los ojos tratando de tranquilizarse y me dirigió una mirada suplicante—. No seas idiota Eze, hay que ir por un buen camino.

—Tengo que hacer un trabajito nomas —formulé muy tranquilo y relajado, bajo el punto de vista de que no era nada de otro mundo, casi que olvidando que debería robar. Digamos que Patrick no quedó muy confiado, pero yo no era ningún nene así que no podría de ningún modo impedir que yo actuara a mi manera.

Decidí abandonar el hospital por un rato y en el trayecto en colectivo llamé a Audrey. Demoró vario tiempo en corresponder la llamada y cuando lo hizo no habló y solo me permitió escuchar su respiración agitada.

—Drey, soy yo —murmuré confundido.

—Te necesito —largó precipitada entonces. Su voz no era la de siempre y yo que la conocía a la perfección pude darme cuenta enseguida que había llorado.

—¿Qué pasó? —indagué preocupado—. Estoy yendo a mi apartamento. Vení y charlamos.

—Lo de siempre, la idiota de mi vieja —farfulló malhumorada—. Me voy a escapar, en un rato te veo.

Recibí también un mensaje de Dilan, mi misterioso socio. Me pedía la dirección del apartamento argumentando que me debía entregar un artefacto esencial para que el operativo no fallara.

Llegué a mi apartamento y en poco más de diez minutos Audrey golpeó la puerta del mismo, le abrí y mi asombro fue total al verla: mis ojos se exaltaron y quedé boquiabierto, ella se limitó a sonreír a modo muy sensual y asentir levemente.

Creí que me encontraría con una Audrey demacrada, deprimida y que se lanzaría a mis brazos en busca de consuelo. Pero a su contrario, se hallaba muy radiante, súper maquillada y casi ni se notaba que lloró.

Llevaba puesto un crop top por arriba del ombligo y una campera de jean algo gastada a propósito. En las piernas traía un short negro, con un cinturón con tachas. Una camisa roja a cuadros le rodeaba la cintura y en los pies tenía unos converse negros con plataformas altísimas.

Su cabello se encontraba recogido con una coleta alta, dejándole todo el rostro al descubierto. Estaba súper maquillada, haciendo uso de mucho rímel, labial y todas esos productos innecesarios que suelen usar las mujeres.

—Wow —largué sorprendido y sin desquitar mi vista de ella.

—¿No me harás pasar? Que atrevido. —Se rió e ingresó al apartamento. La observé mientras se sentaba en el sillón y comprobé cada vez más que era un diosa.

—¿Como se encuentra tu abuela? —Se cruzó de piernas y reafirmó su colita.

—Eh... bien. —Cerré la puerta, que hasta el momento seguía abierta.

Ningún obstáculo nos podrá separarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora