Capítulo 33: Te odio para SIEMPRE.

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"Te odio porque deseo abrazarte, te odio porque quiero soñarte, te odio porque necesito besarte, te odio porque añoro tocarte, te odio porque ya no espero encontrarte después de amarte."

Narra Audrey:

El trayecto en auto fue corto y no me quitaron la venda hasta que ingresamos al lugar donde seguramente me retendrían. Era un galpón espantoso, amplío y con aspecto descuidado.

Ni bien ingresamos me ataron a una silla y me amarraron las muñecas y los pies; lo hicieron con tanta fuerza que hasta llegaron a lastimarme. En la boca me colocaron una especie de venda para evitar que enunciara palabra pero de todas formas continué gritando, acoplándome a la idea de que quizás alguien me escucharía y me rescataría. 

Uno de los hombres dialogaba vía celular en voz baja y otro me observaba. Ambos eran unos cagones, unos malditos cagones que se escondían detrás de un pasamontañas. 

—Vas a hacer una llamada desde este celular —me informó el que hacía minutos dialogaba y luego a modo malévolo sonrió—. Llamarás y dirás que estas secuestrada. —Lo miré confusa ya que no entendía que beneficio les generaba a ellos que yo informara a alguien acerca del secuestro. Poco le importó mi mirada exhausta de confusión y me quitó la venda de la boca.

—Dime el número de tu mamá o de quién sea que te interese llamar —sentenció. Discó y me colocó el celular en la oreja, la línea sonó y sonó por varios segundos que se volvieron los más largos de toda mi vida; cada sonido igualaba a los latidos de mi corazón, seguidos e intensos. 

—Alo —formuló por fin mi mamá.

—¡Me secuestraron! —exclamé de inmediato al escuchar su voz—. No es un chiste, te juro que me tienen secuestrada, mamá —expliqué desesperada en medio de las lagrimas—. Ven a buscarme por favor...

—¡¿Dónde te tienen?! —se desesperó al igual que yo y sin dudarlo enunció—: ¡Diles que les daré un rescate! Diles eso —largó impaciente y tuvo que respirar porque los nervios la debían estar carcomiendo tanto como a mí.

—Decile que acepto —habló en voz baja quien sostenía el celular y prosiguió—: pero que no va a ser tan fácil que te encuentren.

—Dice que acepta pero que no va a ser tan fácil que me encuentren, mamá que hago... mamá. —Mi llanto aumentaba cada vez más al igual que el sentimiento de desamparo y mi estado de nervios.

—Díganme donde dejar el rescate y les doy la cantidad que quieran —pidió mi madre actuando de manera muy astuta y sin dudarlo.

—En avenida Gumental esquina Paraguay —informó el tipo—. Deja el sobre detrás del árbol que hay al lado de Starbucks. Llegas a ir con la cana y a la nena no la ves nunca más. ¿Está claro? Ah y... cincuenta mil dolares. 

Wow, cincuenta mil.

—Mamá... Mamá... —manifesté esperanzada y buscando consuelo en sus palabras.

—¡Ups, se cortó! —se burló el tipo y otra vez me dirigió una de esas odiosas sonrisas malévolas. 

—Déjame hacer otra llamada —supliqué —. Por favor, una más.

—Estoy de buenas hoy. —Se rió en mi cara y sacó del bolsillo de mi jean mi celular—. Llamemos desde el tuyo. A ver, acá está tu historial de conversaciones. —Otra vez volvió a reír—. Vas a llamar a tu amorcito, parece que lo querés mucho. Además, seguramente tu madre ya este dejando el rescate por lo preocupaba que se veía, así que... digamosle a ese chico que te venga a buscar. ¿Te parece?

Ningún obstáculo nos podrá separarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora