Dove
Hago ese movimiento con los brazos que el nuevo coreógrafo, Mario Brunetta, quiere que haga al final de la canción de apertura de cada concierto. Termino en posición de bailarina, aunque es muy incómodo para mí porque tengo menos coordinación que un pez globo y eso lo nota Mario ya que niega con la cabeza y me mira con esa expresión de enfado tan conocida a este punto.
—Salió mejor que la anterior, pero hazlo de nuevo —pide con voz amable, aunque su expresión es mucho menos que amable.
—¿Y si solo omitimos ese paso? —me quejo—. O tengo una idea mejor, qué tal si solo lo hacen las bailarinas y a mí me dejas en paz.
—Eso no pasará, Dove.
—¿Por qué? Sabes que no tengo coordinación me has visto. Soy una bailarina horrible.
—Solo hazlo de nuevo —gruñe.
—Ay, perdón —murmuro, frunciendo el ceño—. ¿Sabías que sonreír prolonga la vida de las personas? Si sigues así, vas a morir pronto.
Escucho una risa detrás de mí, lo que provoca voltearme sin siquiera quererlo. La melodiosa risa viene de Étienne Lefevre, un músico francés que trabaja como productor y letrista en Luminance, y que, por lo visto, Mario detesta con todo su ser porque por fin muestra un sentimiento cuando él se acerca, le regala una mirada que es capaz de congelar el desierto y hace que Étienne se calle y se aclare la garganta disimuladamente.
Puede que Mario sea un coreógrafo italiano bastante guapo y sin ese semblante de "tengo atorado un palo en el trasero", se vería bastante amigable, pero actúa como si fuera el capitán de la milicia a cargo de una misión para desactivar bombas en una base militar en Afganistán.
—No vamos a omitir ese paso —dice, con su voz tan fría que me causa escalofríos—. Y será mejor que tu amigo el francés deje de distraerte y se vaya. Ésta es una práctica privada.
—De hecho, solo vine a hablar con Dove sobre algo —dice Étienne, acercándose a mí y pasando un brazo por mis hombros con familiaridad. Mario lo mira, luciendo imperturbable, pero más frío que el hielo—. Es sobre la canción de...
—Dos minutos —anuncia Mario y lo miro con confusión.
—¿Dos minutos de qué?
Él ya se está alejando de nosotros, lentamente.
—Que tienen dos minutos para hablar. Yo me quedaré aquí —dice, parándose a solo tres metros de nosotros.
Ese tipo es tan extraño.
Aunque agradezco que no me deje a solas del todo con Étienne.
El francés me sonríe e intento fijarme en esa sonrisa encantadora de dientes blancos que me ha regalado. Intento sentir mariposas en el estómago, que mi corazón revolotee, no lo sé, espero sentir algo, pero no lo logro.
Nada.
Ni siquiera gusto.
Absolutamente nada.
No entiendo por qué no siento nada por él, es decir, es demasiado guapo.
Su piel es morena, mucho más oscura que la mía, sus ojos son del más oscuro negro, rodeados de unas largas y rizadas pestañas, sus labios son gruesos y se ven apetecibles y su mandíbula es bastante afilada. Es alto, incluso más alto que mi padre y es delgado, apuesto a que oculta músculos debajo de sus trajes caros. Siempre viste elegante y sofisticado, como si estuviera viniendo a un partido de golf con una familia elitista y no a producir y escribir canciones para artistas adolescentes quince años menores a él. Tiene treinta y dos, y se ve muy joven, máximo unos veinticinco.
ESTÁS LEYENDO
Mi Mejor Problema (AD #3) ✓
RomanceDove y Logan eran tan opuestos como el día y la noche, como el ying y el yang, y al igual que el bien y el mal, funcionan bien juntos. Solo que... eso significa otro problema para ambos.
