Capítulo 9

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Killian

Maldita sea. Algo me dice que mi obsesión por Skyleen está a punto de empeorar después de esto. Creí que sería fácil, acostarme con ella y usarla cuando estuviera aburrido, en otras palabras, un culo a mi disposición, pero ahora me doy cuenta del daño que me está haciendo. Skyleen me complace, sacia mis ganas de sexo, pero nunca tengo suficiente de ella.
No podría ni mencionar con cuántas chicas me he acostado, pero algo que si tengo muy en claro es que ninguna me interesó tanto como para desear volver a estar con ella. Jessica fue la única con quien tuve más de un encuentro, pero no fue porque sintiera algo por ella, sino que estaba seguro de la facilidad con la que podía meterme entre sus piernas cuando no tenía ganas de conocer a alguien nuevo. Para mí, el sexo era un mero acto de satisfacer mis necesidades, sólo pensaba en mi placer y en poder despejar la mente un rato de toda la mierda por la que estaba pasando.
En mi vida he encontrado muchas chicas fáciles, que con sólo verme son tentadas de probar el dulce sabor de la maldad. Tienen un momento de rebeldía y creen que será muy excitante ser cogidas por el chico tatuado, aunque después esperan que un cierto contacto más íntimo entre nosotros porque las películas y libros románticos les han dado hecho pensar en una falsa perspectiva donde el chico malo se enamora de la chica desconocida en una noche. ¡Ja! Eso es lo más retorcido y estúpido que he escuchado. Tal parece que estar jodido es un maldito afrodisíaco para las mujeres, aunque Skyleen me ha demostrado todo lo contrario. Ella no se deja llevar por mi aspecto, ni tampoco por la tentación de estar con alguien opuesto a ella, lo nuestro nació del odio y de probar quien tenía más control sobre el otro, pero ahora ya no estoy tan seguro de que eso siga siendo verdad.
Lo confieso, soy adicto a Skyleen. Ya nadie podrá ocupar su lugar, ninguna mujer logra excitarme tanto como ella, mucho menos satisfacerme. En estos últimos días no he logrado pensar en nada que no sea Skyleen, odio la forma en la que está consiguiendo hacerme sentir. Su presencia no me molesta, me pone duro con sólo mirar la manera en la que su perfecto cuerpo se ajusta a sus vestidos, me gusta escucharla hablar, siempre y cuando no sea para mentarme la madre. Escuchar su risa me hace sonreír como un maldito idiota, sin mencionar que desearía poder besar y marcar cada centímetro de su piel para dar por enterado al mundo que Skyleen Evans es de mi propiedad, quizás así pueda dejar  de pensar en asesinar a cada imbécil que mire a Sky.
Justo ahora no quiero pensar en toda la mierda que me atormenta por involucrarme con la chica que se supone será mi hermanastra, prefiero seguir estimulando mi mente viéndola retorciéndose de placer, al tiempo que grita sin parar mi nombre.
Acababa de hacerla venir con el mejor sexo oral que he hecho hasta ahora. Normalmente soy la clase de cabrón que le gusta cogerse a las mujeres boca a abajo con las manos sujetas a la espalda o sobre su cabeza para no verlas ni que ellas pudieran tocarme. Cuidaba bastante en donde metía mi lengua y mi verga, mis reglas siempre han sido: no besar y mucho menos jugar sin condón. La única con la suficiente suerte de conocer de lo que soy capaz con mi boca fue Jessica, pero no lo hacía con frecuencia, ya que esa zorra se acostaba con el primero que se le cruzaba en frente. En cambio, con Skyleen me he olvidado por completo de esas reglas y ahora soy tan adicto a ella que me impulsa a probar nuevas cosas de las cuales antes no me atrevía porque nadie me tentaba tanto como para querer corromperla.
La inocencia de Skyleen es llamativa, me encanta verla cohibida al principio y después ver como saca esa llama salvaje al estar conmigo. Puede que se muestre avergonzada cuando iniciamos esta clase de perversiones, pero es tanto su deseo que al final es el éxtasis quien le da el valor suficiente para romper esa barrera de decencia.
¿Me pregunto si alguna vez tendré suficiente de ella?

Skyleen seguía tratando de recobrar la conciencia, pero decidió bajar de mi cuerpo y recostarse a un lado de mí. Su corazón latía frenético y su respiración era demasiado acelerada. Sabía que necesitaba un minuto, pero yo aún no terminaba con ella, así que mientras esperaba a que recobrara un poco el aliento, me levanté de la cama y fui hacia mi escritorio, donde al abrir el primer cajón del lado derecho encontré un envoltorio metálico.

Amor Inquebrantable (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora