Capítulo 40

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Skyleen

Escuchaba un sutil silbido dentro de mi cabeza y mis oídos se sentían completamente tapados. Mi sien izquierda me punzaba y dolida horrores, mi cuerpo estaba adormecido, pero mientras más cobraba consciencia, más quería mover mis extremidades, aunque me fue imposible. Estaba sentada en una silla y mis pies y manos estaban atados con algo rígido y duro, que al mover mis muñecas me lastimaba. Tenía una venda en los ojos, el nudo detrás de mi cabeza lo habían apretado bastante, sin mencionar que las comisuras de mi boca comenzaban a doler por la mordaza.
Confieso que me sentía ansiosa, nerviosa y algo asustada... ¿A quién engaño? ¡Estaba malditamente muerta del miedo! Pero eso es lo que ellos quieren, debilitarme, hacerme frágil y corromper el poco valor que aún me queda.
No voy a dejar que esos imbéciles me quiebren ni me hagan sentir indefensa. Tengo que pensar en algo rápido para poder escapar sin ningún rasguño, aunque tengo la gran desventaja de no saber en dónde estoy exactamente, lo cual me hará el trabajo mucho más difícil.

Estando viviendo en carne propia esta situación de pesadilla, no pude evitar pensar en todas las personas que he conocido a lo largo de mi vida y lo que cada una de ellas significa para mí.
Primero está mi madre, la mujer que me dio la vida, la que me ha amado incondicionalmente a pesar de sus errores. Después está Killian, el chico que logró enseñarme lo que era amar a una persona sobre todas las cosas, y el único capaz de hacerme disfrutar la vida en maneras que jamás había imaginado. También podría añadir a Tara a mi corta lista, ya que, a pesar de habernos conocido en tan poco tiempo, las dos conectamos al instante y nos hicimos muy buenas amigas. Aunque en los pasados días no hayamos estado en contacto, sé que sólo bastaría una llamada para cambiar eso, pero tengo miedo de no poder tener otra oportunidad para solucionar mi distanciamiento con ella, o mi relación con Killian. Tengo miedo de no llegar al día de la boda y ver a mi madre ser feliz, o de no regresar a Nueva York para realizar el sueño de mi vida. Apenas cumplí los dieciocho años, no he logrado nada importante, por lo contrario, mi mudo sólo ha ido de mal en peor y quizás hoy deje de tener un mañana.
Es triste que sea precisamente en estos momentos de vida o muerte que me arrepiento de todas las cosas que no hice y dije a tiempo por miedo. Es irónico lo mucho que piensas en cambiar tu vida para mejor, cuando ni siquiera estás segura de si despertarás un día más. Haces planes, te propones objetivos, deseas enmendar cosas, pedir perdón, juras que no desperdiciarás ni un solo segundo de tu existencia y sueñas con tener otra oportunidad.
Por desgracia, no creo tener esa oportunidad.

- ¡¿Che cazzo sta succedendo qui?! ¿Sono idioti? ¡Ho messo in chiaro che non volevo un rapimento! ¡Stronzo di merda!- Escucho una voz grave y rasposa. -Quando vuoi che qualcosa sia fatto bene, devi farlo tu stesso- escucho el murmuro más cercano. -¡Quítenle eso, joder!

La orden fue acatada al instante, sentí que deshacían cada nudo que sujetaba o cubría las partes de mi cuerpo y no pasaron ni cinco segundos para que el sutil dolor en mis muñecas y tobillos empezara a hacer presencia, sin mencionar el entumecimiento de mi boca.
Poco a poco fui abriendo los ojos, tratando de enfocar mi entorno y las personas que me rodeaban. Abría y cerraba los ojos constantemente, al tiempo que parpadeaba de manera repetitiva y luchaba por relajar el entrecejo. La iluminación me molestaba, no fue bueno para mi vista estar en completa oscuridad durante un largo tiempo, ya que me había desacostumbrando a la intensidad de la luz. Por el momento, sólo lograba ver figuras borrosas, aunque fue cuestión de tiempo para que pudiera recobrar la visión.

- Mi scuso per l'orribile trattamento riservatole da questi idioti, signorina- empezó a hablar un hombre viejo, de entradas prominentes, que llevaba lentes rojos con un grueso marco negro y estaba sentado delante de mí.

Me encontraba en una especie de oficina con estilo Victoriano. Los muebles de madera eran antiguos, al igual que los sofás. El suelo estaba cubierto por una alfombra y sobre nosotros colgaba un pequeño candelabro.

Amor Inquebrantable (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora