Melanie estaba perdiendo la paciencia, era peor que su hija.
—¿Vas a una fiesta de disfraces? —reclamo.
Megan frunció los labios. —Vamos a vernos con el indeseable, a lo que aclaro, es en contra de mi voluntad, ¡no puedo dejar que nadie me vea!
—¿Por qué tienes tantos prejuicios con los de contabilidad?
Megan llevaba una pañoleta de un verde limón envuelto en su cabeza junto a unos lentes de sol estilo aviador. De haberle permitido volver a su casa antes de seguro también se habría cambiado por algún disfraz ridículo. La pañoleta en conjunto con su falda lápiz y blusa con volantes era igual de llamativo.
—No es con los de contabilidad.
Arqueo una ceja. —¿Campbell? Es un buen tipo, agradable, amable, cada que me ve haciendo fila en la cafetería, si esta adelante, me deja pasar. Se lleva bien con la mayoría de nuestros compañeros. Es educado, si ve a alguien pasando un mal rato se acerca para escucharlo y le pregunta si necesita algo. No es un pervertido, trata con respeto a todas las mujeres.
—No es perfecto —protesto—. No te dejes engañar, es en realidad el peor de todos los hombres. ¡Has visto como viste! Esa ropa la usaba mi abuelo, ¿y qué pasa con su cabello? Parece que se hecha todo un frasco de gel, queda todo grasoso —se estremeció—. Pasaría una tormenta y no se le movería un pelo.
—¿Tienes algo en contra de como se ve? —Pregunto incrédula—. Eso es lo más ridículo y superficial que te he escuchado decir. Le gusta vestirse de ese modo, se siente cómodo y no parece importarle lo que los demás piensen de él. Me decepcionas, Megan.
—No hagas eso —la miro sin comprender. —Hacerme sentir mal. Lo pintas como si fuera el hombre ideal. ¡Te dije que no es perfecto! Es muy grosero cuando está a solas conmigo.
Melanie soltó un bufido. —No me sorprende, con lo desagradable que eres con él. Y no dije que fuera perfecto, pero es el tipo de hombre que te escucha, que después de un largo día de trabajo hará algo que lo mejore. No, no hablo de sexo. Lo juzgas mal porque no es un musculoso descerebrado que babea sobre tu escote.
—¿Quién es la que juzga ahora? No todos son descerebrados —dijo con suficiencia.
Melanie no tuvo miedo de admitir su error. —Cierto. Pero todavía creo que deberías darle una oportunidad, ser amable no te matara.
—Adivinare, ganare un amigo más. Mel, cariño, por supuesto que va a ser todo meloso con su mujer, si es que llega a tener una, no es como si tuviera mucho de donde elegir.
—¡Wow! Te superaste, Megan. Bien, no es un guaperas y mucho menos el tipo de hombre por la que las mujeres se pelearían. ¿Es tan importante para ti la apariencia?
—La falta de atractivo le importa a muchas personas —murmuro.
Entonces, Melanie se levantó de un brinco, su cabello pelirrojo cayendo sobre su espalda. —Por eso te burlas de las chicas de contabilidad. ¿Quiere decir que si yo fuera como ellas no me hablarías?
—No pongas palabras en mi boca.
Antes de que pudiera replicar vieron a Campbell entrar al lugar, se detuvo en la entrada y escaneo el lugar. Sonrió ligeramente cuando las vio, Megan, en cambio, frunció más el entrecejo debajo de sus gafas. Llevaba su maletín como si se tratara de una reunión de negocios y no su hora del almuerzo, que ahora que lo mencionaba solo le quedaban veinte minutos. Se tomó el atrevimiento de robarse unos diez minutos al saber que su jefe almorzaría con los gerentes de venta, cuando eso pasaba el tiempo se les olvidaba.
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Mensajes
RomanceMegan recibió un mensaje (del tipo que no se muestra ni a tu mejor amiga) de un compañero del trabajo. Al intentar descubrir su identidad surgen pequeños malentendidos, roces accidentales y un injustificado odio hacia un contable. Campbell es la per...