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Ya no sabía cuantos días habían pasado desde que había abierto los ojos en medio de aquel bosque frondoso. Mirara donde mirara todo era igual y la desesperación era lo único que recorría mi cuerpo. Tenía hambre, sed y ganas de dormir de manera cómoda sobre un colchón y no sobre tierra o piedras.

Probablemente mi aspecto debía ser deplorable por las lágrimas que soltaba en ocasiones, la tierra que me ensuciaba cada vez que me tropezaba, los hilillos de sangre que me salían de las heridas que me causaba al caerme. Además, el vestido rojo que llevaba estaba rasgado en ciertas partes, iba descalza y los zapatos de tacón (uno de ellos roto) los llevaba en las manos. Mientras que mi cabello estaba entre suelto y recogido por un moño que con cada día que pasaba se iba soltando un poco más, pero no me preocupaba en acomodarlo.

Seguía caminando sin parar, intentando encontrar a alguien que me ayudará, encontrar la civilización, algún cuerpo de agua para poder hidratarme o algún animal que quisiera comerme para acabar el sufrimiento. Cualquiera de esas opciones me parecía correcta, pero nada de eso había pasado. Estaba completamente sola en aquel bosque que parecía no tener fin.

¿Cómo había llegado allí? no lo sabía, no podía recordar absolutamente nada. Era como si me hubieran borrado la memoria completamente y que por más que me esforzará no lograba hilar algún recuerdo. Ni siquiera recordaba si tenía familia.

Eso también hizo que mi desesperación aumentara. Estaba totalmente perdida.

Me frene un segundo al darme cuenta que estaba empezando a reconocer un nuevo sonido, un sonido que no era el del viento moviendo las ramas de los árboles o los pájaros volando de un lado a otro. Solté un gemido: era el sonido de agua corriendo y chocando con las rocas.

Con la poca fuerza que me quedaba corrí siguiendo el sonido hasta llegar a un río con bastante anchura. Ver aquello me hizo caer de rodillas frente a la orilla y metí la cabeza de golpe en el agua.

Bebí un trago largo y me lavé la cara hasta que sentí que debía respirar. Estaba desesperada y busque beber de nuevo hasta sentir que iba a reventarme el estómago y la garganta se me desgarraría por el cambio brusco de resequedad a húmedo.

Caí al suelo, a un lado, con una mano en el agua y mirando el cielo iluminado por el sol entre los árboles.

La cabeza me dio vueltas por un segundo y para calmarme cerré los ojos con fuerza, pero eso solo lo empeoro, así que volví a abrirlos y miré el pedazo de cielo despejado que lograba ver entre los espacios de la copa de los árboles. Eran tantos árboles que hacían a veces difícil el paso de los rayos del sol que iluminaban y daban calor.

Estoy sola. —pensé. — Estoy sola y perdida. Si muriera aquí, quizás nadie lo sabría.

Los ojos se me llenaron de lágrimas por aquel pensamiento y solté un grito desgarrador que me dolió en los oídos por romper el atronador silencio que me había seguido desde hace días.

Quería que aquello acabará, lo necesitaba antes de sentir que perdería la cabeza.

En un arrebato deje que los gritos siguieran saliendo junto con sollozos, lágrimas y movimientos de brazos y piernas como si fuera un bebé haciendo un berrinche. Como si tuviera años aguantando las ganas de llorar y gritar.

No quería morir de aquella manera, no quería. Era demasiado injusto que alguien tuviera que morir solo y abandonado en un lugar que no conocía. Incluso la persona más despreciable del mundo no merecía aquello, estaba segura.

¿A caso habría hecho algo malo para estar ahí? ¿Era un castigo?

Intentaba recordar, durante los días anteriores recorridos había intentado con todas mis fuerzas recordar, pero solo tenía la mente en blanco. Entendía porque había animales más cerca del agua o porque debía encontrar que comer antes de que pasara un día más, de lo contrario mi cuerpo no iba a aguantar más; pero no entendía nada de mí misma, ni siquiera podía verme a como una niña o adolescente, como si hubiera nacido el día que abrí los ojos en el bosque.

El tiempo rojo (Bilogía El Tiempo #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora