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Hasta esa noche no había tenido más sueños que unas cuantas pesadillas por los dolores que sentía, pero en esta ocasión había soñado con monstruos, monstruos iguales a los del río: los Deformados y otros parecidos, pero más grotescos por la baba y olor que desprendían. Además de un laboratorio frio lleno de monstruos en cápsulas con líquidos verdes o azules y cables conectados, computadoras, anotaciones y gritos guturales de esas bestias al despertarlos.

No paré de pensar en esas imágenes el resto del día mientras caminábamos. Pero preferí guardar silencio porque al parecer esos monstruos se guiaban de los sonidos y me aterraban lo suficiente como para no cometer el mismo error del día anterior.

—Báñate ahí. — dijo señalando un pequeño estanque que encontramos siguiendo el rio en dirección a su corriente. — me daré la vuelta, pero estaré cerca por si algo ocurre ¿de acuerdo?

Mire el agua, luego a mí misma y por último a él que esperaba una respuesta de mi parte.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué, que?

— ¿Por qué debo bañarme?

A pesar de que él me hubiera salvado, alimentado y me estuviera ayudando...no significaba que no tuviera cierto recelo en quitarme la ropa cerca de él.

—Porque apestas y porque no puedo dejarte entrar en donde vivo vestida así. Eso soltaría una alarma y quizás quieran hacerte daño. —respondió algo exasperado y dejando sobre una roca cerca del agua un cambio de ropa limpia exactamente igual a la que él llevaba puesta, jabón y una toalla.

Abrí los ojos y me asusté con su última palabra.

— ¿Daño? ¿Por qué? ¿Mi vestido esta tan horrendo así?

—Es un vestido fino. —dijo como si fuera obvio, pero solo logró que frunciera el ceño. No lo entendía. — un vestido que grita de dónde vienes. Vienes de la Ciudad Amurallada y donde vivo no queremos mucho a la gente como tú.

— ¿Por qué?

— ¡Pareces una niña de tres años! ¡Deja de hacer tantas preguntas y haz lo que te digo! —respondió exasperado. Se sentó cerca de la orilla dándome la espalda y saco una espada para tenerla a la mano.

Me enoje, por supuesto que me enoje. No tenía la culpa de no entenderlo y tampoco me gusto su comparación, pero aun así me tragué mi enojo e hice lo que dijo solo porque necesitaba su ayuda.

Me quité la ropa, me solté completamente el cabello y me sumergí en el agua con lentitud. Tanteando el suelo de roca para no caerme. Usé la barra de jabón y al frotarme el cuerpo me di cuenta que muchas zonas me escocían, tenía demasiados cortes o magulladuras y a penas lo notaba.

Salí del agua y me empecé a vestir rápidamente después de secarme con la mirada siempre sobre el hombre, como si vigilará que no iba a girarse por sorpresa en cualquier momento, pero no lo hizo.

—Lista. — le dije mientras buscaba desenredarme el cabello con los dedos.

Solo en ese momento se giró y me miro de pies a cabeza.

—Te queda enorme, pero funcionará. Lo único que no puedo darte son zapatos, no traje otros.

Me encogí de hombros. Ya no me importaba mucho, había pasado el tiempo suficiente descalza como para ponerme quisquillosa ahora. Incluso, aunque tuviera todavía los tacones rotos en la mano (los cuales perdí por los monstruos en el río) no los usaría por la incomodidad. Me había acostumbrado de manera inconsciente a caminar descalza en aquel lugar a pesar del daño que me estaba causando en la planta de los pies.

El tiempo rojo (Bilogía El Tiempo #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora