Prólogo

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Prólogo

Lía Parisi

Papá dice que escuchar conversaciones a escondidas está mal, pero yo siempre me encontraba en situaciones de ese tipo. Las conversaciones ajenas nunca me han llevado a buen puerto, como cuando descubrí que Diego estuvo a punto de morir en su primera misión como soldado o como aquel día en el que me enteré que la tía Gianna aguantaba las palizas y violaciones de su esposo.

A pesar de eso, siempre acababa escuchando las conversaciones de los demás.

Era una fuerza ajena a mí. No por cotilla, sino más bien por curiosa. O eso suelo decir.

Además, nadie me toma como una amenaza. ¿Quién iba a sentirse amenazado por una rubia tonta de dieciséis años?

Lo sé todo. Siempre. Todo sobre la Ndrangheta, todos los rumores sobre los Ricci y todo lo que se manejaba en la mafia. Supongo que trabajar en Forno di Pedra, el restaurante de papá, donde iban mayormente hombres de la mafia a negociar, me daba ciertas ventajas a la hora de acumular información.

Otra de mis capacidades era la memoria. Recordaba absolutamente cada detalle, cada palabra.

—Por favor, Messina —escuché la súplica de papá detrás de la puerta cerrada de su despacho en el restaurante—. Nos hemos tomado cervezas juntos, mierda, soy de los hombres más leales que tiene la Ndrangheta.

—Es mi trabajo, Parisi, ya lo sabes.

—Por favor —su voz tembló—. Pagaré hasta el último céntimo, con todos los intereses que queráis. Lo juro por la Ndrangheta.

Lo imaginé, tocando el tatuaje de su antebrazo y alzando la barbilla. Jurar por la Ndrangheta era sagrado, algo así como jurar por Dios, y romper un juramento sobre ella significaba la muerte.

—No es suficiente.

—Solo es una mala racha, Adonis. Pasará.

—Necesitamos algo que nos lo asegure.

—Lo que sea.

Hubo un momento de silencio, casi de vacilación, antes de que el Antonegra volviera a hablar. Su voz igual de fría y sin sentimientos que siempre, o al menos según decían; yo me había mantenido lejos de Adonis Messina por mi propia seguridad.

—Tu hija.

Me tragué el jadeo, mi boca casi cayendo al suelo con sorpresa.

—No —bramó papá, su voz volviéndose firme y dejando la súplica—. Pide otra cosa, no voy a darte a mi hija.

—Podemos pactar un matrimonio, si así lo quieres —propuso—. Ya sabes, para mantener las tradiciones y todo eso.

Su voz no mostró ni un mínimo de respeto por las antiguas tradiciones que se mantenían en la mafia italiana. Siendo sinceros, eran más típicas del Cosa Nostra, ya que tenían un enfoque más tradicional, pero entre los miembros de la Ndrangheta también había cierto respeto hacia ellas.

Como, por ejemplo, mantener la virginidad de la novia hasta el día de la boda. O el año de luto ante la muerte de un esposo, la viuda teniendo que vestir de negro durante todo ese tiempo y prácticamente sin salir de casa.

Por supuesto, todas las tradiciones asfixiaban a la mujer y no forzaban a nada al hombre. Pero bueno...

—No voy a darte a mi hija, Adonis.

—Entonces me temo que tendré que acabar con mi trabajo.

Cuando escuché el seguro de un arma, me tensé. No iba a dejar que mataran a papá, no si podía evitarlo.

Me abalancé sobre la puerta, interrumpiendo el momento. Adonis Messina tenía una pistola semiautomática, si no me equivoco, apuntando la frente de mi padre.

—Me casaré con él —las palabras se atragantaron en mi garganta, pero no demostré debilidad.

Era muy buena fingiendo. Mamá y papá nunca me atrapaban las mentiras. De echo, Diego solía decir que si no hubiera nacido en la mafia, habría sido una actriz famosa.

Dentro de la mafia, mi único destino era calentarle la cama a mi marido.

Si al menos le salvaba la vida a papá, a pesar del terror que me causaba el Antonegra, podía estar medianamente feliz.

—Lía, vete a tu cuarto —papá se tensó. Negué con la cabeza.

—No voy a dejar que te maten, me casaré con él.

Maldije en mi mente. Se supone que una señorita no debe hablar de negocios o de la muerte.

—Lía —gruño papá.

—Ya la has oído, Parisi —Messina bajó el arma, su rostro inexpresivo—. Tu deuda está saldada, el matrimonio se llevará a cabo el día de su decimoctavo cumpleaños. ¿Doce de septiembre, cierto?

Quizá tenía que preocuparme de que supiera mi cumpleaños, pero cuando sus fríos ojos del color del hielo se enfocaron en mí no pude reaccionar debidamente.

Me arrepentí al instante. Sus ojos me congelaron, pero mis manos comenzaron a temblar. Las escondí tras mi cuerpo, para que no lo viera, y mantuve mi expresión segura. Aún así, sentía que Adonis Messina podía leerme como si fuese un libro abierto, cuando ni siquiera mi familia más cercana lograba eso.

—Déjame hablar con ella primero —pidió mi padre.

—No tengo todo el día.

Papá me agarró de la mano y me sacó de su despacho. Me miró, su cara completamente teñida de preocupación.

—No tienes que hacer esto, Lía.

—No voy a vivir sabiendo que pude evitar que te mataran y no lo hice, papá.

—Mi pequeño angelito... —sus ojos se empañaron— Te amo mucho.

Sé que papá no quería esto, pero era imposible evitarlo. El restaurante familiar estaba pasando una mala racha y pagar la deuda, que estaba segura de que era grande, ya que sino no vendría el mismísimo Adonis Messina, nos terminaría de arruinar.

—Yo también, papá —sonreí, sin dejar que el miedo que sentía se filtrara en mi rostro—. Y no es el fin del mundo, en algún momento debía casarme.

Él suspiró.

—Tu hermano me matará por esto.

Reí un poco. El carraspeó tras nosotros hizo que mis hombros se tensaran, pero mantuve mi expresión tranquila. Adonis nos miró, la pistola puesta amenazadoramente en su cintura.

—¿Hay trato o no hay trato?

Papá tragó saliva antes de extender la mano y estrecharla con la del Antonegra.

—Cuídala, te llevas a la mejor mujer de toda Italia.

Paura (Mafia Italiana #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora