21. Para siempre

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21. Para siempre

Lía Messina

Me ardían los pulmones y ni siquiera podía respirar bien, pero eso no me detenía. Lanzaba golpe tras golpe, con pura rabia, al saco de boxeo. Sin parar, sin descansar.

—Realmente eres buena, Lí —escuché de fondo a mi mejor amiga, pero no me detuve.

Tenía que seguir.

Continué con los golpes, otro tras otro, hasta que escuché algo rasgarse. Me detuve momentáneamente, mirando el guante de boxeo de mi mano derecha completamente roto. Se había rajado y dejaba al descubierto mis nudillos.

—Guao —rió por lo bajo Dav, acercándose a mí. Me sonrió suavemente y me ayudó a quitarme los guantes—. Siéntate y descansa un rato, Lí. Toma, bebe agua.

Me pasó una botella y le di un largo trago antes de suspirar y apoyarme contra la pared. Dav me había obligado a sentarme en un banco.

—Puedo más —exigí.

—Lo sé —me sonrió con empatía—, son los guantes los que no pueden más.

Sonreí por lo bajo, soltando una risita. Bien, podría tener cinco minutos de descanso.

***

—¿Cómo estás? —Adonis dejó unas suaves caricias en mi pelo mientras la comida acababa de prepararse.

Diego se fue hace un par de semanas, tres días después del funeral, puesto que tenía mucho trabajo en Sicilia, y mamá había decidido mantener el restaurante. Ella dice que es en honor a papá, pero yo sé que era para poder comprarse esos tacones que quería. Esos, y todos los demás.

—Bien —murmuré. Inhalé hondo antes de poder sonreírle suavemente—. Voy a vengarlo, Adonis. Su muerte no será en vano.

—Lo sé. Sé que lo harás —dejó un beso en mi cabeza—. ¿Qué te parece si cenamos y vemos una película?

Lo miré con los ojos un tanto entrecerrados.

—Quiero que me folles, Adonis —murmuré—. Y esta vez no te controles.

—Rubia...

—Por favor —susurré, sabiendo que eso lo volvía loco.

Apagó el fuego, dejando la comida a medio cocinar, y me alzó para sentarme en la isla de la cocina. Sus labios fueron a los míos, devorándome con un anhelo y pasión que casi me hizo querer llorar de placer.

Me encantaban sus besos.

Adonis Messina era mi lugar seguro.

Bajó sus besos a mi cuello, mordiendo allí y probablemente dejando una marca. Luego, me sacó la camiseta por la cabeza liberando mis pechos. Bajó su boca a uno de ellos y lo chupó antes de morder vagamente el pezón. Solté un jadeo, mientras que él lamía la zona para calmar el dolor.

Sus manos se aferraron con fuerza a mi cintura, quizá demasiada fuerza, y continuó con sus besos y mordidas por todo mi abdomen.

—Me vuelves tan jodidamente loco —susurró sobre mi piel, bajando mis pantalones de pijama—. No sabes cuánto tiempo he querido tenerte así, tan mía. Eres mía, ¿verdad, rubia?

Gemí cuando dos de sus dedos se metieron en mi interior, él continuó besando y mordiendo mi cintura y muslos.

Cuando no respondió, me pellizcó el clítoris con su mano libre. Grité.

—¿Eres o no eres mía, rubia?

—Lo soy —asentí con desespero—. Soy tuya.

—¿Solo mía? —sonrió sobre la piel de mi hombro.

Paura (Mafia Italiana #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora