20. Funeral

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20. Funeral

Lía Messina

Me miré al espejo, sin saber cómo sentirme. Todo parecía tan irreal.

Llevaba un vestido negro completamente serio. Llegaba hasta mis rodillas y tenía un poco de vuelo, pero no demasiado. De cuello alto y mangas largas. Mi cabello rubio estaba suelto, no había tenido ánimos a peinarme, y llevaba unas enormes gafas de sol negras que tapaban por completo mis ojos llorosos.

—¿Estás lista? —preguntó Adonis a mis espaldas, lo miré a través del espejo.

Él vestía un pantalón de traje y una camisa negra. Estaba guapísimo, a pesar de no ser la situación idónea.

Tardé un par de segundos en responder, pero finalmente lo hice. Mi voz sonó llena de rabia.

—Sí.

Salimos de casa agarrados de la mano, Adonis se movía con cuidado a mi alrededor. Casi como si temiera que fuese a explotar en cualquier momento.

En el coche, no puso música, y lo agradecí.

Debo suponer que el camino fue de unos cuarenta minutos, que era lo que había de casa hasta el cementerio, pero se me hizo demasiado rápido. Necesitaba más tiempo antes de ver como enterraban a la persona más importante de mi vida.

En el cementerio estaban todos. Toda la maldita Ndrangheta, o al menos la parte de ella con la que mi padre trabajó. Los Ricci estaban aquí, también unos veinte o treinta soldados. Localicé a mi madre y a Diego cerca del ataúd. Un ataúd cerrado, por supuesto, pero el recuerdo de su cabeza estallando por esa bala no se iba de mi mente. Fue la primera muerte que vi, pero me encargaría de que no fuese la última porque pensaba matar a ese hijo de puta.

Se nos acercaron un par de soldados, los más cercanos a mi padre. Los reconocí a todos, pero del que más recuerdos tenía era de Dominico Leone, era algo así como el mejor amigo de mi padre. Él se encargaba de las carreras y era uno de los hombres de confianza del Capo.

—Dulce Lía... —susurró, sonriéndome con tristeza. Él quería mucho a papá, o al menos lo máximo que un hombre puede querer en este mundo— No sabes cuanto lo siento.

Mi voz sonó inexpresiva cuando le agradecí.

—Gracias. Y, por favor, no vuelvas a llamarme así.

Le dediqué una mirada a Adonis a través de mis enormes gafas de sol para que me sacara de allí. Él pareció entenderlo, porque puso su mano en mi espalda baja y se disculpó con Leone antes de guiarme con los Ricci.

Dav me abrazó con fuerza. Allí, entre sus brazos, casi quise desmoronarme. No me lo permití.

—Te acompaño en el sentimiento, Lía —Massimo puso su mano en mi hombro.

No, no lo haces, burlé en mi mente, por muy cercano que fuese mi padre para ti, solo era un soldado. Para mí era mi mundo.

Sonreí suavemente y agradecí, porque Massimo no tenía la culpa de esto. Solo era yo y mi rabia, que cada vez parecía crecer y a la que no sabía dónde meter.

Esta rabia iba a acabar conmigo.

El cura llegó, quedándose al lado del ataúd.

—Hoy estamos aquí para despedir a Santiago Parisi. Un gran hombre, buen amigo y un maravilloso padre —una sola lágrima rodó por mi mejilla, pasando por debajo de las gafas. Aún así, alcé el mentón mientras el hombre leía un par de versículos de la Biblia.

No iba a volver a agachar la cabeza, ya no. Porque ya estuve agachada mientras mataban a papá, porque ya he estado agachada toda mi vida.

El Padre continuó con su charla y las lágrimas que salieron por mis ojos mientras despedíamos a mi padre no fueron de tristeza, fueron de rabia.

Papá no merecía morir, él siempre fue un buen hombre a pesar de todas las mierdas que hizo. Nos quiso a mí y a Diego como si fuésemos su todo y siempre se encargó de hacer que estuviéramos bien.

Él no merecía una muerte tan temprana.

Probablemente merecía la forma en la que murió, por haberse metido en estos mundos, pero no me parecía justo. Tú no eliges ser parte de este mundo, te lo impone la familia y la sociedad de la mafia.

Y ahí iba yo, a meterme de lleno en el mundo que mató a mi padre.

Lo hago por ti, papá.

Cuando el cura terminó su discurso, fui la primera en acercarse al ataúd. Nadie vino detrás mío, y agradecí que tuvieran el mínimo de respeto para dejarme un par de segundos sola. Alargué la mano y acaricié la foto de papá que había sobre la caja de madera. Él estaba sonriendo y debía tener dos o tres años menos. Las lágrimas me impidieron verla con claridad, pero una pequeña sonrisa triste tiró de mis labios.

—Voy a vengarte, papá —susurré, esperando que, desde dónde fuese que estuviese, me escuchara—. Te lo prometo.

Me persigné y dejé un beso sobre la madera de la caja.

Con una exhalación larga, me alejé del lugar y volví con Adonis. Él se había convertido en mi lugar seguro durante estos tres días desde la muerte de papá. Lo único que había hecho había sido llorar y entrenar, mi marido se había encargado de entrenarme para que fuese la jodida mejor asesina en serie del mundo a pesar de que ese no era mi plan.

Yo no era una asesina. Me vengaría, acabaría con ese hombre y luego todo volvería a la normalidad.

Solo cambiaría una cosa... No más dulce Lía. Se acabó lo de ser una rubia tonta, definitivamente.

—Te amo, Adonis —susurré, sin poder evitarlo. Porque lo amaba, no sé cuándo pasó, pero agradecía con toda mi alma tenerlo a mi lado, enseñándome a usar un arma, besándome y consolándome.

Él sonrió levemente, dejando un beso en mi cabeza.

—Yo también te amo —murmuró—. Siempre te he amado y siempre lo haré. No lo dudes nunca.

Y, a pesar de la situación, suspiré feliz.

—No lo haré —prometí.

Un tiempo después, observé atentamente cómo hundían el cajón en la tierra. En algún momento había dejado de llorar y me limitaba a apretar los puños a cada lado de mi cuerpo.

Mi padre... La persona más importante de mi vida...

—Lo siento mucho, Lí.

Asentí, sin ganas de hablar. Mi mejor amiga me dio un apretón en el hombro y se alejó cuando mi hermano y mi madre llegaron hasta a mí, para darnos privacidad. Adonis se mantuvo cerca todo el tiempo, pero los Ricci también se marcharon con Dav.

Miré a ambos, mis pulmones aún ardían y mis ojos se sentían pesados de todo lo que había llorado. Pero el peso en mi corazón era pura cólera.

—Tu padre está en un lugar mejor, cariño, piensa en eso —intentó consolarme mamá.

—Mi padre está en el infierno, mamá —escupí—. Y me encargaré de mandarle al bastardo que lo mató para que pueda divertirse con él.

Paura (Mafia Italiana #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora