05. Sushi

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05. Sushi

Lía Messina

Estaba ligeramente sorprendida, lo admito.

Esperaba un restaurante caro, donde solían ir la mayoría de mafiosos con sus damas de compañía, pero Adonis me había llevado a un agradable y pequeño restaurante japonés.

—No pareces un tipo de sushi —murmuré una vez nos sentamos en la mesa que nos indicaron. En cierta forma, estar rodeados de gente me calmaba un poco.

No es que eso fuese a evitar que me matase, si así lo quería, pero quizá hacía que se lo pensara.

—Soy un tipo de sushi —me asintió—. ¿A ti? ¿Te gusta?

Le hice un encogimiento de hombros.

—Sí, está bien, no me desagrada.

El camarero llegó y nos tomó nota. Se marchó en seguida, dejando en la mesa un incómodo silencio que casi me hizo removerme sobre la silla.

—¿Qué es lo que te han dicho sobre mí para que me temas tanto?

Me tensé por su pregunta. Realmente nunca pensé que se preocupara por algo así, o quizá solo tenía curiosidad.

—Si te tengo miedo las cosas serán más fáciles para ti.

—No, no lo serán —afirmó, pero no se explicó más—. Responde a mi pregunta.

Me encogí de hombros.

—No creo que haga mucha falta escuchar los rumores —sí los he escuchado—. Eres el Antonegra y cualquiera que sepa mínimamente como funciona esto sabe que hay que temerte más que al propio Capo.

Adonis soltó una sonrisa burlona, echándose para atrás en la silla y mirándome con una mirada lobuna. Con una maldita mirada de cazador.

No me gustaba ser su presa.

—¿Sabes, rubia? Creo que eres mucho más lista de lo que demuestras.

—¿Por qué pensarías eso?

—Porque eres la hija de un soldado. Viviendo en el mundo en el que vivimos, tú única misión sería aprender a ser una buena esposa —explicó—. Y aquí estás, diciendo a que rango de la mafia hay que temerle más.

Tragué saliva.

Sí, soy mucho más lista. Sí, conozco perfectamente los rangos de la Ndrangheta, quién los tiene y cómo funcionan. Pero es más fácil cuando todos piensan que soy tonta, así que no estoy segura de que me agrade el conocimiento de Adonis respecto a esto.

Sin embargo, una parte de mí quiere sonreír a pesar de mi temor. Se ha dado cuenta... Me ha tomado en serio.

—Son simples suposiciones por las cosas que dice mi padre y mi hermano —me encogí de hombros—. De hecho, me sorprende haber acertado.

—Ambos sabemos que no te sorprende.

Por suerte, el camarero llegó a salvarme. Dejó nuestros platos y bebidas sobre la mesa y yo le agradecí levemente en un tono educado.

—¿Qué puedo hacer para que dejes de tenerme miedo?

Tardé un par de segundos en contestarle, mirando el sushi de mi plato. Desde que me comprometí con Adonis, pensé que le agradaría mucho más que le temiera. Es más fácil controlar a alguien si te tiene miedo. De hecho, creo que una parte de mi terror me la infunde yo misma.

Solo una parte, claro, Adonis Messina tiene motivos para ser temido.

—¿Por qué querrías que te dejara de temer?

—Eres mi esposa, Lía, y no quiero a una mujer que se encoja cada vez que pase por su lado.

—No creo que nunca llegue a controlar eso.

—Podemos hacerlo. Juntos. Déjame demostrarte que no tienes que temerme.

Inhalé hondo, mirando sus ojos de hielo. Ahora mismo, parecía Lucifer cuando era un ángel. Apariencia bondadosa, pero deseando hacerte caer en la tentación.

—Voy al baño un momento.

Me levanté de la mesa, queriendo huir de ahí por replantearme su propuesta. Quizá Dav tenía razón, es posible que Adonis no llevase la violencia a su casa. Muchos hombres de la mafia no lo hacían, aunque otros muchos sí.

Sin embargo, algo en mí me decía que Adonis Messina no era como todos los mafiosos a los que había conocido antes.

Al entrar al baño, me encontré con dos mujeres frente al espejo. Las reconocí, una de ellas era la esposa de un soldado que venía mucho a Forno di Pedra y la otra era su mejor amiga. Soltera, sorprendentemente para su edad.

Me dedicaron una mirada, yo las ignoré y fue hasta el grifo para poder mojarme la cara. Necesitaba un respiro.

Sentí sus pesados ojos en mí todo el maldito rato.

—¿Estás bien? —me preguntó Francesca, la casada.

—¿Cómo va a estar bien, Esca? —regañó la otra— Está casada con Adonis.

Dijo su nombre con total naturalidad, como si ya se conocieran. Fuese como fuese, necesitaba que se callaran y me dejaran sola.

—Dios, es cierto.

El teléfono de Francesca sonó y se marchó diciendo que era su marido. El esposo de la muchacha era un hombre mayor y con unas profundas entradas, debía tener cerca de sesenta años.

Su amiga, que si no recuerdo mal se llamaba Mila, se acercó a mí y me sonrió. No fue una sonrisa agradable, fue una de esas sonrisas maliciosas que solo una bastarda podía hacer.

—No creo que puedas ofrecerle a Adonis lo que quiere —me miró de arriba abajo—. Supongo que ya lo sabes, pero él folla como un maldito animal. Es una bestia en la cama —rió—. Oh, yo estuve dos días adolorida y sin poder caminar después de él.

La respiración se me atascó en la garganta. Sabía que Adonis podía follarme cuando quisiera, era su mujer y nadie diría que fue violación. Quizá lo mejor era arrancarme la tirita de golpe, dejar que me follara como un animal para que no se enfadara. Si se enfadaba, todo sería peor.

A pesar de tener razón, no quería perder la virginidad con una bestia. No quería más dolor del necesario.

Si había si quiera considerado hacer algún pacto con él para dejar de temerle, este había sido eliminado.

Oh, Dios. Adonis Messina era una puta bestia, no podía estar con él.

La chica se marchó, con una sonrisita, y yo me dejé caer al suelo mientras sollozaba y buscaba con desespero un poco de aire.

Un ataque de pánico. No había tenido uno desde que Diego fue disparado en su primera misión. Él solo tenía quince y yo doce, así que verlo entrar a casa sangrando y con una mueca de dolor me cortó la respiración.

Pero ahora era diferente. Ahora la razón de mi ataque de pánico era mi esposo, la persona con la que tendría que vivir hasta que la muerte nos separe.

Paura (Mafia Italiana #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora