09. Tres años
Adonis Messina
—Espera, ¿quieres que convenza a Lía de follar contigo? —Davina me alzó una ceja, aunque vi una mirada pícara en sus ojos.
Le rodé la mirada.
—¿Vas a hablar con ella o no?
—¿Desde cuando conoces a Lía, Adonis? —interrogó, mirándome profundamente. Ambos estábamos sentados en el banco de su gimnasio mientras que Marco y Massimo peleaban.
Matteo debería venir pronto.
—Desde hace tres años.
—¿Y desde cuándo estás enamorado de ella?
La pregunta se sintió como un peso en mi estómago. Sabía la respuesta, la sabía perfectamente, pero admitirlo en voz alta era... jodido. Porque era el Antonegra y se suponía que no debía tener ningún tipo de sentimiento.
Sin embargo, mi voz no trastabilló cuando respondí.
—Desde hace tres años.
Vina se quedó un rato en silencio, enfocando su mirada en su prometido y su cuñado. Vi el brillo de admiración y amor en sus ojos mientras miraba a Massimo y me pregunté, si un Capo puede enamorarse y demostrarlo públicamente, ¿por qué yo no?
Enamorarme no me hacía más piadoso, ni más débil, ¿cierto? Iba a seguir siendo un asesino sádico aunque durmiera abrazado a una mujer.
Realmente no tenía ni idea de lo que era el amor. Ni siquiera sabía si esto que tenía por Lía era amor u obsesión. Pero, ver a Vina mirando a Massimo, me hizo inhalar hondo.
Yo miraba igual a Lía.
Davina volvió a mirarme, dándome una pequeña sonrisa.
—No sé qué es lo que ha escuchado de ti, Adonis, pero realmente le aterras —explicó—. Que yo hable con ella no va a cambiar eso.
Bufé, sintiéndome en una encrucijada. Si no podía hacer que mi mujer dejara de tenerme miedo... ¿Cómo íbamos a sobrellevar esto?
Tal vez, si la situación no mejoraba, debería concederle el divorcio. A pesar de que en la mafia esa mierda no existía... Y a pesar de que se llevaría mi negro corazón con ella si se marchaba.
Fuese como fuese, si la volvía a ver sonreír aunque fuese firmando los papeles del divorcio, valdría la pena perderla.
—No sé cómo hacer esto, Vina.
Probablemente, esta era la única vez que me había mostrado tan débil delante de alguien. Pero Vina era Vina. Tenía esa experiencia de luchadora, de superviviente. Vina había atravesado el maldito infierno y había salido en pie, así que si alguien podía dar un buen consejo era ella.
—Poco a poco, Adonis —murmuró—. Hazle saber que no le harías daño nunca. Demuéstraselo.
Suspiré.
—Yo causo miedo a la gente, Vina, no protejo.
—Tendrás que hacer una excepción con tu mujer, entonces. Podrías traerla aquí, para que te vea en un ambiente más... familiar. Esfuérzate y no la subestimes —sonrió un poco—. Nunca la subestimes.
Se levantó, caminando hasta el ring anunciando que era su turno y que iba a machacarle el trasero a su hombre. Yo me quedé mirándola, con nuestras palabras flotando en el aire.
—Nunca la subestimo —murmuré.
Lía Messina
Amo trabajar. Realmente me encanta moverme y sentirme útil. Además, lidiar con clientes te mantiene ocupada, sobre todo si son como el tipo de cliente que tengo ahora.
—Le he dicho, señorita, que me busque su mejor mesa —ordenó.
—En primer lugar, es señora —le corregí, aunque no debería haberlo hecho. En realidad no supe por qué lo había hecho—. Y en segundo lugar, esa mesa ya está reservada, señor.
—¿Tú sabes quién soy yo? —se ofendió.
Llevaba el tatuaje de la Ndrangheta, pero no era italiano y nunca antes lo había visto. Debía ser uno de los tantos hombres nuevos que se habían añadido.
—Ilumíneme.
—Soy un jodido soldado de la mafia.
Fruncí levemente el ceño. No creo que fuese bueno ir gritando por ahí que trabajabas para la mafia, por mucho que este restaurante perteneciese a la misma. Me acerqué un poco, hablándole en voz baja.
—Y yo soy la jodida esposa del Antonegra, así que deja de molestarme —bramé, su cara perdió color—. Y, por cierto, si sigues anunciando a los cuatro vientos que trabajas para la Ndrangheta, probablemente sea mi marido el encargado se matarte. Aunque no creo que seas tan importante.
Suspiré, poniéndome recta y dibujando una sonrisa dulce y tonta en mi rostro.
—Ahora, vete antes de que le dé la orden a mi guardaespaldas de volarte la cabeza como si fueses una puta sandia.
Ni siquiera dijo nada más, salió a trompicones del restaurante. George, desde su sitio cercano a mí, me alzó una ceja. Le dediqué una mala mirada.
—Ni una sola palabra de esto a Adonis —le ordené, señalándole con el dedo.
Él exageró una reverencia antes de hablar.
—Lo que la reina indique.
Detestaba que ya fuese mi hora de irme, porque eso significaba volver a esa casa y volver a compartir espacio con Adonis. Puede que haya usado su nombre para librarme de un cliente pesado, pero eso solo demostraba el miedo que debía tenerle.
Ayudé a papá y a la cocinera a cerrar el local. Mamá no solía estar por aquí, ella era demasiado egocéntrica como para trabajar. Mamá era una muñeca de la mafia, así que desde pequeña solo se le inculcó el arte de comprar sin mirar el precio y saber ser una buena esposa.
Yo tuve que comenzar a trabajar a los quince, cuando comenzó nuestra mala racha porque mamá gastaba demasiado dinero en zapatos. A los dieciséis nos fuimos al infierno y Adonis se presentó, siendo el diablo que era.
Salí de Forno de Pedra junto a Jo-Jo, él contaba una divertida anécdota sobre una de sus tantas noches en clubs nocturnos. ¿Cómo sería ir a un club nocturno? Quizá pueda convencer a George de que me lleve.
Llegamos a la casa en la que vivía demasiado pronto. Mi guardaespaldas me acompañó por el ascensor, pero ambos habíamos visto el coche de Adonis aparcado fuera así que debía estar arriba.
Cuando la caja metálica se detuvo, sentí mi corazón bombear con fuerza en el signo de miedo al que comenzaba a acostumbrarme. El latido solo se volvió más frenético cuando vi a Adonis sentado en el sofá y le aseguró a George que podía ir a descansar.
—Adiós, Jo-Jo —sonreí un poco, o eso intenté, despidiéndome con la mano.
Él me dedicó una amplia sonrisa divertida y volvió a meterse en el ascensor privado. Cuando las dos puertas automáticas se cerraron, tragué saliva al notar los ojos de Adonis clavados en mí.
—Ven aquí, rubia, quiero hablar contigo.
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Paura (Mafia Italiana #2)
RomanceAdonis Messina. Antonegra de la Ndrangheta y un completo sádico al que todo el mundo teme. Las advertencias sobre él me han llegado desde que era pequeña: «aléjate de él», «te destripará como si fueses un cerdo», «tendrás pesadillas si siquiera l...