19. Venganza

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19. Venganza

Adonis Messina

En el momento en el que Lía llamó a Massimo para avisar de los infiltrados, sentí que todo mi mundo se iba a la mierda.

No tardé ni dos segundos en salir de casa de mi Capo, interrumpiendo nuestra reunión sobre un cargamento de droga y sin siquiera pedir permiso, para montarme en mi coche de un salto y conducir a toda velocidad hacia Forno di Pedra

Si le pasaba algo a Lía...

Me bajé del coche sin molestarme en aparcar bien y entré al interior con el arma en alto. Ya no estaban y, de no ser por la sangre, el material del restaurante destrozado y los cadáveres del suelo, nunca habría adivinado que aquí habían estado una mafia enemiga.

Busqué a mi mujer con la mirada, desesperándome cuando no la encontré. Después, pasé a mirar si estaba George cerca, intentando calmarme diciéndome que él se la habría llevado.

Pero mis esperanzas se fueron cuando localicé el cadáver del guardaespaldas de mi mujer en el suelo, cubierto de sangre y con dos agujeros de bala en el pecho.

Mierda.

—Joder —escuché a mis espaldas. Me giré para mirar a los Ricci y Davina, que venían con las armas cargadas y en posición de ataque.

—¿Dónde está Lía? —preguntó Vina, mirándome directamente.

—Eso trato de averiguar —murmuré entre dientes. La desesperación comenzaba a cegarme y juro que iba a ponerme a llorar como un bebé si a mi mujer le había pasado algo.

Por favor, rubia, tienes que estar bien.

Me moví por todo el restaurante con prisa, los chicos me ayudaron a buscarla. Miré en todas partes. De hecho, Marco se encontró a la anciana cocinera en el almacén, parecía a punto de sufrir un infarto.

Pero ni rastros de Lía.

Entré a la cocina, deteniéndome al ver el cadáver de Parisi. Respiré hondo, él fue un buen hombre y solíamos tomarnos cervezas juntos cuando aún trabajaba en nuestro mundo.

Justo en frente, en un armario, resonaron unos pequeños y casi inaudibles sollozos. Me lancé hasta él, abriéndolo y encontrándome con mi mujer llorando, arrodillada en la madera. Miré su cuerpo, pero por suerte parecía no tener ninguna herida.

Herida física, porque si mis suposiciones son ciertas ha visto morir a su padre.

Dios, Lía amaba a su padre.

—Rubia —la llamé, cargándola—. Lía, cariño.

La agarré estilo nupcial y dejé un suave beso en su frente antes de sacarla de ahí. Ella se acurrucó más contra mí, llorando en mi pecho.

—La he encontrado —avisé, saliendo de la cocina. Vina corrió hacia ella en seguida.

—Lí, ¿estás bien? —le acarició el cabello— ¿Qué ha pasado?

—Parisi está muerto.

Davina me miró con los labios entreabiertos y los ojos agrandados, como si no lo creyera. Mi mujer se separó un poco de mí, obligándome a bajarla. Aún así, mantuve mi brazo cerca por si caía.

—Lo quiero muerto —exigió—, y quiero ser yo quién lo mate.

—Rubia... —traté de calmarla. Lía era un alma pura y no quería que su consciencia acabara con ella— Sé que estás pasándolo mal ahora, pero...

—No, Adonis. Voy a matarlo —aseguró. Sonó tan convencida que no pude decirle que no. Si quería matarlo, yo le pasaría el cuchillo. Ella se dirigió a los Ricci—. ¿Sabéis que tenéis una hermana? O medio hermana, probablemente. La llamaron bastarda. Ah, y El Cartel la está buscando.

—¿Qué? —jadeó Matteo.

¿Qué?

***

Decidimos descansar lo que quedaba de día, porque ya era tarde y Lía necesitaba dormir. Sin embargo, mi mujer pasó toda la noche llorando y nada de lo que hacía parecía servir.

—Acabaremos con él, rubia, te lo prometo —le había susurrado mientras se aferraba a mi pecho y sollozaba.

Ahora, a la mañana siguiente, los dos teníamos unas ojeras enormes y no hablamos durante el desayuno. Nos subimos a mi coche y conduje hasta casa de Massimo. Habíamos quedado ahí para hablar de lo sucedido.

Entramos y vi el coche de Diego, el hermano de Lía, aparcado fuera, pero ella no pareció notarlo así que no dije nada para no romper el silencio que nos envolvía. Bajamos del vehículo y nos adentramos a la casa por la puerta trasera.

Escuché las conversaciones de mis amigos en el salón, así que nos dirigí hacia allí. Al entrar, nos encontramos con Diego, los Ricci y Davina.

—Lía —murmuró el actual Comandante de Sicilia.

Se lanzó a abrazar a su hermana con fuerza. Ella se dejó hacer y soltó alguna que otra lágrima más. Cuando se separaron, todos prestamos atención al Capo que comenzó a hablar.

—El mejor plan que tenemos es mandar a alguien de infiltrado a México, tiene que descubrir qué pasa con nuestra supuesta hermana y averiguar qué tanto poder tiene el hombre que mató a Parisi.

Asentí, pensando en los hombres a los que podríamos mandar. Debía ser alguien que supiese fingir a la perfección y que hablara el español sin ningún tipo de acento italiano de fondo. Sin embargo, lo siguiente que se escuchó nos dejó boquiabiertos a todos.

—Iré yo —aseguró mi mujer, completamente seria.

—¿Qué? —se metió su hermano— No, Lía, claro que no. Es peligroso.

—Tú no lo viste, Diego —cortó—. Pero yo vi como explotaba la puta cabeza de papá. Yo vi como literalmente su jodido cerebro volaba por todas partes —su voz se llenó de odio—. Y voy a acabar con ese hombre, me importa una mierda si tengo que matarme a entrenamientos.

—Lo entiendo, Lí —se le acercó Vina—, pero realmente es peligroso.

—¿No habrías hecho tú lo mismo, Dav? —la miró con los ojos enrojecidos del llanto. Eso pareció convencer a la mujer, porque apretó los labios y se alejó un paso, mirando a su futuro marido.

—Yo la apoyo, si quiere ir que vaya ella.

—¿Adonis? —inquirió Massimo, todos los ojos volaron a mí.

Deseé decir que no, que mi mujer se quedaba conmigo, pero cuando los ojos llenos de tristeza de Lía se posaron en mí mi estómago se revolvió. No quería tenerla lejos, pero quería menos que ella se sintiera así toda la vida.

Si necesitaba vengarse, que lo hiciera. Ninguno de nosotros éramos personas para hablar de olvidar y perdonar.

—Tiene mi apoyo —me costó decirlo—. Pero más te vale volver, rubia.

Paura (Mafia Italiana #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora