28. Hasta que la muerte nos separe

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28. Hasta que la muerte nos separe

Lía Messina

Me costó muchísimo convencer a los chicos de que se quedaran en Italia mientras continuaba en el hospital. Ellos no podían venir, sería el inicio de una guerra, así que obligué a los Ricci a mantener quietos a Dav y Adonis.

Pero, ahora, volvía a estar en casa. O a lo que alguna vez llamé «casa».

Comencé a llorar en cuanto mis pies tocaron el suelo del aeropuerto de Milán. No sé si de alivio o de dolor, pero la mezcla de emociones y sentimientos que albergaba mi corazón amenazaba con destruirme.

Recorrí con la vista el aeropuerto. En cuanto mis ojos se encontraron con los de Dav, salió corriendo de al lado de Massimo y me envolvió en sus brazos con fuerza. El nudo de mi garganta creció, incapaz de centrarme en que hasta hace un par de días estaba enfadada con ella.

Lloré un par de segundos sobre su hombro, necesitando el confort que solo una mejor amiga era capaz de dar. Inhalé hondo y, decidida a tomar la iniciativa, me separé lentamente de ella. ¿Dónde estaba Adonis?

Cuando lo encontré, mirándome con los ojos húmedos junto a los hermanos Ricci, me acerqué despacio a él. No sabía cómo reaccionar, ni cómo iba a reaccionar él, pero me sentía prácticamente incapaz de decir una sola palabra.

—Lo siento —susurré, rota—. Por... el bebé.

Decirlo dolía. Realmente dolía.

Había perdido a mi hijo.

Mi bebé.

¿Cómo podía doler tanto?

A Adonis le tembló el labio y me atrajo a su pecho, abrazándome, sin siquiera pensar mucho en nuestra situación. La pelea que tuvimos antes de que me fuera ahora sonaba tonta en el fondo de mi mente.

Habíamos perdido a nuestro bebé. Un niño inocente que no tenía culpa de la mierda que nos envolvía.

—No ha sido tu culpa —murmuró sobre mi cabeza—. Perdóname tú a mí, rubia. No sabes cuánto lo siento, no sabes cuánto te amo.

Apreté los labios, intentando que mis sollozos se detuvieran, pero eso solo pareció aumentarlos. Sentí a Adonis llorar también.

Adonis Messina, el jodido Antonegra, estaba llorando en público.

Me separé lentamente de él y sé que debería mandarlo al infierno, pero estaba tan cansada. Tan, tan cansada...

Junté nuestros labios suavemente, el sabor a lágrimas hacían nuestro beso salado. Cuando nos separamos, hice que pusiera sus manos en mi cintura y me giré a mirar a los Ricci.

—¿Habéis conseguido a la chica? —pregunté.

—Dejemos ese tema, ahora tú eres lo importante —zanjó Massimo—. ¿Cómo estás?

—Mejor que hace tres días.

—¿Qué te ha dicho el médico?

—Que tengo que descansar.

—Oh, mierda, es verdad —solté un chillido cuando Adonis me cargó estilo nupcial. Me agarré a su cuello para no caerme.

Paura (Mafia Italiana #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora