Timeflies

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Sentía el corazón al borde de los labios. Su respiración entrecortada era tan sonora que no podía escuchar nada más que un zumbido en su cabeza, ni siquiera oía los pasos cercanos de sus compañeros que ya daban la octava vuelta detrás de él. Se detuvo de su hazaña suicida dando un trompicón contra el pavimento. Desesperado por asegurarse de que su alma estuviese conectada a su cuerpo todavía, se llevó la mano al pecho.

- ¡Cheryl! -Gritó el entrenador Adams después de expulsar aire y saliva por la boquilla de su ensordecedor silbato. - ¡Dos vueltas más! -Exclamó con el rostro encandecido. - ¡Aquí no se toman descansos, enclenque!

Cole Cheryl se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano mientras trataba de recuperar el aliento. Contó hasta veinte en su cabeza para controlar sus ganas de correr. Sí, de correr, pero directo al entrenador, a ver si le zampaba todos los trofeos, que dicho maestro había ganado hace siglos, por el culo. Adams solía ridiculizar a todos sus alumnos, sin embargo con Cole, ponía su mayor esfuerzo para hacerle la vida imposible. El entrenador en algún momento de su vida fue un gran atleta ganador de todos los premios de los que siempre se jactaba, pero en el tiempo presente no era más que un fracasado, viejo y gordo hombre que se hacía feliz al ver cómo otros sufrían. Los hacía correr hasta desmayarse mientras que él, desde la cómoda banca se carcajeaba a toda mandíbula haciendo su panza rebotar sobre la pretina de sus ajustados shorts azules.

- ¡Cheryl! -Ladró Adams desde las gradas- ¡Tres vueltas!

El desdichado y debilucho Cole se obligó a despegar sus pies del suelo para empezar a correr la distancia del campo por séptima vez en ese día.

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Giró la llave de la ducha sin detenerse a revisar si se encontraba despojado del uniforme de deporte. Le bastó con sentir la cascada sobre él para darse cuenta de que aún estaba vestido. Suspirando se retiró tan solo los zapatos.

-Barrett no sabe de mujeres, ¿entiendes lo que quiero decir, bro? -vociferó alguno de los idiotas compañeros de Cole.

A Cheryl le gustaba pensar, cuando se duchaba en el colegio mientras cerraba los ojos, que se encontraba en su casa, relajado tomando un baño, pero usualmente era frustrado por un comentario fuera de lugar lanzado por sus compañeros, que se empecinaban en recordarle que se encontraba en el aburridísimo, insípido, monótono y gris colegio.

Si sus cálculos estaban bien: Cole corría igual e incluso más que cualquiera en su curso debido a las exigencias del entrenador Adams pero jamás veía resultados en su cuerpo. Los demás chicos parecían ser sacados de una fábrica de modelos mientras él era la versión anoréxica del novio de la Barbie. Sin contar con la ausencia de aparato masculino en el Ken, Cole podría ser su hermano gemelo.

Se colocó la camisa por encima del pálido cuerpo con resignación. No iba a dar ningún buen resultado que se continuara observando. Salió de las duchas sacudiendo su mojado cabello de atrás hacia adelante. No iba a correr para llegar al curso, sabía que llegaba tarde, y no podía importarle menos. En ese día no iba a correr ni un metro más.

-Lo lamento, profesor -murmuró al colarse en la sala.

Nadie se giró a verlo, ni siquiera el profesor. No le sorprendió más que el hecho de que todos siempre lograban llegar temprano a pesar de perder el tiempo mucho más que él. Supuso que a veces había cosas en las que podía ser, particularmente, el mejor.

Cole tomó su asiento asignado junto a Mya Wy, o en palabras comunes: el amor de su vida. Él no recordaba otro día en el que había estado más feliz que cuando le dijeron que se sentaría junto a ella en Física experimental. Ella era para Cole la definición de una chica perfecta: tenía el cabello castaño cobrizo tan largo que le rozaba la parte baja de la espalda, era todo bucles y ella los sujetaba hacia atrás con una diadema diferente cada día, jamás le veías un mechón sobre el rostro color melcocha. Sin importar qué, sus grandes ojos verdes olivo te obligaban a mirarlos, eran la parte más atractiva de ella, aunque Cole opinaba que cuando la chica sonreía y las mejillas se le ponían coloradas, lo de los ojos impactantes pasaba a segundo plano. Desde el primer momento en el que la vio, Cole supo que por cada batida de pestañas que ella realizaba, él más se enamoraba.

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