Wrong

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Cole siguió por los interminables pasillos a Nix, asegurándose de que ella no lo notase; daba la impresión de que estaba apurada puesto que avanzaba a zancadas por el lugar como si estuviese presurosa de llegar a otro sitio. Nix giró a la derecha en uno de los pasillos, Cole esperó hasta divisar a cuál dirección la muchacha se dirigía en lo consiguiente para volver a pisarle los talones, ella sacó de su bolsillo una tarjetilla diminuta y la colocó en la superficie de la pared en su delante, esta brilló con leve intensidad antes de deslizarse en dirección contigua, abriéndole paso a la muchacha hacia lo que lucía como una insípida habitación. Cole corrió con celeridad para alcanzar a entrar en el espacio que ya empezaba a sellarse justo después de que Nix ingresara a este. El lugar era asombroso, el rubio empezaba a dudar de que aquél sitio tan avanzado hubiese sido diseñado por dos adolescentes.

—No eres tan sigiloso como piensas, Coliflor —espetó Nix que se encontraba en una esquina retirándose el uniforme que llevaba puesto.

—Ni tú tan rápida, ¿no? —El rubio silbó mientras le echaba una mirada llena de estupefacción al arsenal que cubría las paredes de la habitación— ¿Planeas asesinar a Freddie Krueger en tus pesadillas? Nunca había visto tantas armas juntas.

—Es el lugar más seguro de la casa.

Cole se había distraído tanto observando aquellas armas tan curiosas que adornaban los alrededores del lecho de Nix, que ni siquiera se había percatado de que ella se había despojado de todo lo que llevaba encima, sin contar su ropa interior. La respuesta del rubio murió en sus labios ya que sus ojos eran incapaces de creer lo que estaban viendo, sin embargo, la erección en sus pantalones le confirmó que, en efecto, lo que tenía al frente era real.

—Yo... estoy... —Cole no sabía si era descortés mirar, o dejar de hacerlo, ella parecía muy segura de sí misma.

— ¿Vives con tantas mujeres y esa es tu reacción al verme?

—Pero ninguna de esas mujeres me gusta.

— ¿Y yo sí? —Nix sonrió de soslayo—. Es una pena porque allá afuera tienes una enamorada a la que serle fiel.

—Nunca pensé que te importarían tanto los principios. —Cole bajó la vista hacia el suelo, empezaba a sentir su cara caliente y eso significaba que luciría como un tomate. No quería que ella pensara que era un virgen temeroso, aunque de por sí lo era.

—Pues me importan, Coliflor, repito, es una pena. Date la vuelta, me voy a quitar lo demás.

— ¿Por...

—Porque me voy a poner otra ropa, no te hagas ilusiones, ni en tus mejores sueños.

Cole obedeció. No era tan satisfactorio como ver de aquella forma el cuerpo de Nix, ver una Barrett M82, pero era lo más consciente y sensato que podía hacer.

Una prenda más, una menos —susurró su yo interno, malicioso.

No, no, no. ¿Qué dices, Cole? Calma, calma.

—Ya, puedes darte la vuelta si quieres.

El rubio no se atrevió a girarse en un solo movimiento, temía parecer desesperado o ansioso a la esperanzada idea de que ella estuviese desnuda. Se encontró con una Nix relajada, usando un pantalón gris holgado junto con una top deportiva del mismo color. Bien, se podía ver su vientre, pero ese no tenía nada de redondo ni voluptuoso como los que estaban más arriba y esos ya no se encontraban a la vista.

— ¿No te quieres cambiar de ropa?

— ¿Me vas a prestar una de esas? —Cole señaló el top de Nix.

—Solo tengo esta.

Quítatela.

—Entonces no te preocupes, tampoco creo que me quede —Se encogió de brazos—. Yo estoy bien así.

— ¿Me llamas gorda?

Tú no, pero esas...

—No lo decía por el tamaño, es por el color, no va con mi tono de piel —habló en tono burlón para restarle tensión al momento por el que pasaba su hombría.

—Bueno, ¿alguna razón por la que me hayas seguido? —Nix avanzó hacia la majestuosa cama que se encontraba en el centro de la habitación, se recostó apoyándose de los codos para no dejar de mirar a Cole.

—Era seguirte o aguantarme otro intento de asesinato tuyo más tarde.

— ¿Insinúas que yo quería que vinieras detrás de mí?

—Tú no lo vas a admitir, es claro, pero yo puedo oler ese orgullo a kilómetros. —Cole guiñó un ojo empezándose a sentir más inquieto, verla recostada entre las sábanas lo excitaba—. ¿Crees que debería seguir mi relación con Mya?

—A veces creo que eres retrasado, sin ofensas, pero dices algo y luego lo arruinas en la siguiente oración, eres alucinantemente estúpido. —Nix inclinó la cabeza hacia atrás en señal de resignación.

—Quiero besarte ahí.

La cabeza de Nix regresó de inmediato hacia el frente, esta vez con las cejas fruncidas.

— ¿Ahí dónde?

—Tu cuello. —Cole tragó saliva espesa. Sí, era retrasado, no cabía duda.

—No lo tienes permitido, debes seguir tu rela—

—Yo no te estoy pidiendo permiso. —Cole se despojó de la chaqueta que estaba usando, esta empezaba a pesarle, cada tramo de tela comenzaba a ser una molestia—. Si te hice la pregunta fue para confirmar que te importaba.

—Calma, Coliflor, tampoco te sientas especial, —Nix retrocedió con ayuda de sus codos hasta la cabecera de la cama— aunque esa actitud segura no te sienta nada mal.

Cole no quiso usar su boca más que para besar a Nix, y así lo hizo, obedeciendo a sus instintos avanzó a gatas por la cama hasta situar su figura por encima de la muchacha; mientras se apoyaba en una mano, le tomó el rostro con la que estaba libre, y la besó, más que un beso fue una caricia, un delicado y ardiente soplo de lo que ambos se estaban conteniendo. Se despidió de los labios ansiosos de Nix para encaminarse a la erizada piel de su cuello, sedujo la dermis con su fogoso aliento y la aplacó con húmedos besos, continuó bajando, trazando un tórrido camino que provocaba jadeos en ella. No se detuvo a realizar un cuestionario interrogativo, sabía que ella lo permitía; después de colocarse entra las piernas de la muchacha, le retiró la ajustada prenda dándose su tiempo para no perder ningún detalle de lo que estaba por ver, al quedarse semidesnuda, Nix, de inmediato se había cubierto, entonces Cole le besó las manos con las que se cubría en gesto comprensivo y regresó al cuello con furor hasta que el calor de la situación, y el pulsante bulto de Cole presionándose en sus partes íntimas, la convenció de que dejara libres sus pechos. El rubio se detuvo a observarlos, eran redondos y carnosos, los más provocativos que había visto, los dibujó en su mente, e hizo un juramento interno de que jamás los olvidaría, acunó cada seno en una mano con delicadeza para empezar a trazar con sus pulgares las aureolas crispadas en el centro.

—Eres perfecta, Mya.

El rostro de Nix se había tornado de un rojo llameante nada parecido al rubor carmesí que sus mejillas mostraban segundos antes.

— ¿Mya? —Repitió Nix en su susurro que se había escuchado más como el siseo de una cobra—. ¿Mya?


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