7. La margarita marchita

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Michael De Santis

Me pregunto que pensó Hades la primera vez que vio a Perséfone.

Sabiendo que era su sobrina, sabiendo que estaba inmoralmente incorrecto.

Supongo que a los Dioses no les importa la moralidad, ellos solo tomaban y tomaban y el lazo de sangre para él no debió significar nada.

Pero yo no era un Dios, yo soy un demonio, un diablo que a pesar de haber hecho cosas atroces muy en el fondo se que lo que siento por está hermosa criatura frente a mí no es correcto.

Incluso ahora, con ella acorralada en un rincón de mi cama y con nada más que un camisón de seda con el cual sus pezones se asomaban y yo deseaba morderlos, chuparlos y hacerla gritar, se que estos pensamientos míos de hacerla mía estaban mal.

Yo debía cuidarla, y ella es tan joven...

Mire su suave y tierno rostro cubierto de miedo y preocupación, su labio inferior temblaba y yo quería besarlo, pasar mi lengua por el y cuando estuviera lo suficientemente llena de lujuria entonces morderlo y succionarlo de nuevo.

No pude evitar bajar mi mirada hasta sus pechos, no eran muy grandes pero estaba seguro que se amoldearian perfectamente en mis manos grandes.

Seguí bajando mi mirada hasta sus piernas dobladas y tenía una perfecta vista de su ropa interior, las mucamas le habían puesto una tierna pantaleta de color rosa pastel.

Se me hizo agua a la boca al pensar en como sabría su sexo, en cómo sería si pequeña perla rosada y mi lengua pasando por ella.

Una realidad me golpeó de repente, ella era virgen.

Debía serlo si tanto Paul como Elena la alejaron de todos y solo ellos la veían.

¿Le hablaron del sexo?

A puesto a qué no.

Mi pene se puso erecto y amenazaba con atravesar mis pantalones de lo duro que estaba.

Ella es pequeña, podría moverla y manejarla a mi jodido antojo.

Incluso ahora podría arrancarle el camisón, su ropa interior y sujetarla con fuerza mientras me daba festín con su cuerpo.

Sería tan fácil y delicioso para mí violarla...

Tenía que alejarme de ella.

Ahora.

Me pare de la cama como si está quemara y salí de la habitación apresuradamente.

Cerré su puerta con llave y fui directo a mi estudio.

Me encerré ahí

Tome una botella de whisky y ni siquiera me servi en un vaso, esta vez bebi directamente de la botella.

Castiel entro a mi oficina sin tocar.

—¿Qué sucedió? —preguntó acercándose.

—Llama a Flore —mi voz fue dura y cortante—, dile que venga, quiero lo de siempre —me senté en mi silla detrás de mi escritorio y me frote las cienes.

Castiel tomo haciendo frente a mí, apoyo sus codos sobre la mesa y se inclinó un poco.

—¿Qué sucedió, Michael? —pregunto de nuevo con el entrecejo fruncido.

—¿Qué carajos pudo haber sucedido? —pregunte—, no paso nada, solo llama a Flore.

—Acabas de ver a tu sobrina por primera vez, se supone que deberías estar con ella ahora para conocerla y comenzar a plantearle el hecho de que cree de nuevo la rosa Zahri —respondio detenidamente—, pero en lugar de eso me estás pidiendo que llame a una matrona para que te traiga una mujer y que te la puedas follar como una bestia.

El infierno de una rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora