20. Busquen a la rosa

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Eloise Edevane
 

Me quedé quieta, de pie viendo cómo aquel ser cavaba un hoyo en la tierra.

No tardó en hacer uno grande y profundo, lo suficientemente grande como para aventar el cuerpo ahí.

Y así lo hizo.

Lo cargo como si no pesará y lo arrojo al hoyo. 
Al final lo cubrió con la tierra.

Hasta que estuvo cubierto por completo. Atrajo ramas y hojas del suelo y los puso para cubrir dónde estaba la tierra.

El suelo parecía como si nunca hubiera sido cavado .

¿Era así de simple?

¿Así se fácil era esconder el cuerpo de una persona?

Él no era una persona buena, lastimo a Austin.

La pala clavándose en la tierra a un lado de mi me saco de mis pensamientos.

Mire al espantapájaros que me observaba y después se dió la vuelta.

Tomo la carretilla y se alejó.

Me tomo unos segundos reaccionar y en cuanto lo hice fui tras él.

—¡Espera! —lo llame pero no sé detuvo. Así que lo seguí—. ¡Espera! —repetí.

Él se detuvo de golpe y se dió la vuelta para mirarme.

Hizo un sonido gutural como si estuviera negándose.

Me apunto con un dedo y después a un punto lejos.

¿Qué?

¿Quería que me fuera?

—¿Por qué me ayudaste? —lo mire curiosa—, se supone que eres uno de ellos. ¿No es así? —frunci el entrecejo.

Aunque si realmente fuera uno de ellos ya me habría entregado, o para el caso matado.

Pero nadie podía tocar a la sobrina del jefe. 

O a su mujer.

O lo que fuera que fuera para Michael.

El espantapájaros fantasma permaneció inmóvil frente a mí.

No respondía.

Los demás si hablaban.

Por lo menos el que vino a ver a Austin si lo hacia.

—¿No hablas? —me cruce de brazos.

No respondió.

Al contrario se dió la vuelta. Tomo la carretilla y siguió su camino.

Me mordí el labio.

Mire a mi al rededor y no supe donde estaba. 
Si bien estaba perdida, no sabía cómo volver.

—¡Espantapájaros! —le grite para que volviera— ¡Oye! —volví a gritar en cuanto ví que no me respondió.

Corrí tras él.

Gran pero gran error.

Me caí apenas avance unos metros.

Grite en cuanto sentí un dolor punzante en mi tobillo.

Y llore.

Todo esto era una gran mierda.

Había un hombre que me hacía daño.

Había perdido a mi mejor amiga.

Había asesinado a una persona.

No había nadie quien pudiera ayudarme.

El infierno de una rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora