24. La rosa es el objetivo

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Eloise Edevane

Recuerdo cuando mi madre me daba clases en Villa María. Ella solía enseñarme todo, español, matemáticas, literatura, geografía, biología y por supuesto botánica.

Lo que nunca me enseñó fue a como sobrevivir ante ciertas situaciones que se nos presentaba la vida.

Ella nunca me enseñó a defenderme.

No me enseñó que habían personas malas queriendo hacer mal a personas buenas.

Tampoco me enseñó como sobrevivir a su perdida o a la de mi padre.

Siempre me mantuvo en esa burbuja dónde estaría a salvó.

Supongo que ella nunca pensó que alguien reventaría esa burbuja y me llevaría a la realidad dónde estaría de todo menos a salvó.

Me cepille el pelo frente al tocador, mire mi rostro pálido y mis ojeras que adornaban mis ojos tristes y cansados.

Parecía un fantasma.

Mi cabello perdía brillo, y por más que lo peinaba no se veía bien.

Me rendí y abrí el cajón para guardar el cepillo.

Al arrojarlo ahí ví unas tijeras. Las tomé y las mire pensativa.

Me mire de nuevo en el espejo.

No reconocía a la chica frente a mí.

Y honestamente dudaba que un cambio de corte ella volvería.

Ciertamente quería usar esas tijeras; anoche había tenido un sueño sobre mi clavando unas tijeras en el cuello de alguien.

Se sentía tan real.

Me preguntó cómo se sentiría clavarle las tijeras a Michael.

Ver la vida drenarse de sus ojos frente a mí.

Llore, porque yo no era este tipo de persona. No era de las que odiaban y deseaban el mal. Pero, ahora lo único que quería era lastimar a las personas.

Incluso si era pecado, la idea de lastimar a Michael era jodidamente tentadora.

Pero así jamás recuperaría a Charlotte.

Y no podía ser tan egoísta y perder la oportunidad de traerla de regreso y huir de aquí con ella.

Ya habían pasado dos meses desde que no sabía nada de ella.

Y durante ese tiempo, Michael me había hecho ir a su habitación, o él venía a la mía.

Me había tomado de todas las formas posibles, y nunca parecía satisfecho. Me obligaba a correrme junto a él, y por más que quisiera rechazar esa parte que me daba placer y me hacía olvidarme de todo por un momento... no podía.

Aprendí a disfrutar de su toque.

Incluso si sabía que eso estaba mal.

Mire las tijeras de nuevo, y las apreté.

Tal vez algún día...

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Desde que me perdí hace casi un mes en el invernadero, ya no se me permitía ir sola.

Siempre estaba vigilada.

Lo cual era asfixiante ya que ese lugar era el único donde yo solía tener algo de control.

Michael solo me veía durante la comida y la cena, y claro cuando quería que fuera a su habitación.

El infierno de una rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora