2. La rosa se despierta

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Eloise Edevane

Me dolía todo el cuerpo, no podía moverme o abrir los ojos.

No sabía dónde estaba, el sonido de una máquina era de lo único que estaba conciente.

Era una especie de pitido.

Después escuché el sonido de una puerta abrirse.

—¿Cuál es el diagnóstico? —la voz de un hombre se escuchó.

—Quemaduras de segundo grado, posible conmoción cerebral. Por ahora está estable, habrá que esperar que despierte para hacerle más pruebas —esta vez fue una mujer la que hablo.

—Pobre chica, debe ser horrible haber sido testigo de tal hecho —de nuevo el hombre habló.

—Por lo menos sobrevivió —respondio la mujer.

—Creeme, no creo que quiera seguir viva al saber que ha perdido todo —distingui preocupación en su voz.

¿Perdido todo?

¿De que está hablando?

—Y lo que le espera... —la mujer habló con el mismo tono preocupado que él.

No entendía nada.

¿Dónde estaba?

Hice memoria de lo último que recordaba.

Estaba en la cocina preparando una cena sorpresa.

Mis padres no estaban en casa.

Una explosión.

Mis padres...

No. No. No.

Recordé los ojos de mi madre llenos de terror.

Después la explosión.

¿Qué había pasado?

¿Dónde estaban mis padres?

No podía respirar, el pitido de la máquina sonó más fuerte y frecuente. Me dolía el pecho y sentí mi sangre arder dentro de mi.

—¡Doctor! —la mujer sonó alarmada.

—¡Rápido! —respondio él y lo sentí acercarse—. Frecuencia cardíaca con aumento anormal, la paciente presenta taquicardia —hablaba rápido y no entendía nada.

Más personas llegaron y hablaron entre ellos.

Sentía mi corazón arder, no sabía si fue por la explosión. O el hecho de que mis padres...

No. Por favor, no.

Ellos no podían estar muertos... ellos no...

De nuevo todo se volvió oscuro y lo ultimo que alcance a escuchar eran las voces de las personas que me atendían.

Pero en mi mente seguía grabada la mirada de mi madre.

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Abrí los ojos y una luz blanca me calaba en la vista.

Tuve que abrir de a poco a poco los ojos para adaptarme a la luz.

Al abrirlos por completo lo primero que ví fue una habitación blanca.

Yo estaba en una cama con sábanas blancas y celestes.

Tenía un suero conectado a mi brazo derecho y habían una máquina haciendo un extraño ruido.

Caí en cuenta que estaba en un hospital.

Mire a mi alrededor y no había nadie, era una habitación sin ventanas, solo había una puerta y estaba cerrada.

Trate de sentarme pero mi cuerpo dolía. Entonces intenté hablar pero mi garganta ardía.

Y al final comencé a llorar.

Por todo.

En mi interior sabía que mis padres ya no estaban.

Y también me sentí mal por todas las personas que estaban ahí dentro y murieron de esa forma horrible.

Y yo no pude hacer nada para salvarlos.

Llore más fuerte.

La puerta se abrió.

Ni siquiera quería abrir los ojos, solo quería despertarme de esta pesadilla y estar con mi familia.

—Señorita —una voz familiar me habló, era una mujer—, señorita debe tranquilisarce —me consolaba mientras tomaba mi mano—, lamento mucho lo que le ocurrió pero debe estar tranquila, es por su bien.

Ella era amable, su voz era suave y la recordé. Era la misma voz de antes, la que hablaba con un hombre.

Abrí los ojos y observé a una mujer vestida de blanco, tenía el pelo perfectamente recogido y me miraba con compasión.

Vi una placa con su nombre en su chaleco.

Paulette Rosé.

—Shh, todo está bien —me volvió a calmar—. Usted debe estar tranquila, en un momento vendrá el Doctor a revisarla.

Ella se quedó conmigo durante una media hora, yo solo seguía llorando en silencio.

Ella hizo todo por consolarme, pero el dolor en mi interior era devastador.

Estuve sola la habitación hasta que un hombre entro.

Ya no lloraba, solo estaba mirando hacia un extremo en la habitación.

No tenía fuerzas para nada.

—Señorita —me saludo él.

No lo mire, de reojo lo ví acercarse y tomar asiento en un banco que estaba al lado de mi cama.

—Entiendo que debe ser difícil todo esto, pero necesito que me diga cómo se siente, es importante para su evaluación —parecia un Doctor amable, y parecía preocuparse por mi.

No hable, solo mire al frente.

Él suspiro.

—Bien, no la presionaré, pero debo revisarla —se supo de pie y tomo su estetoscopio.

Reviso mi respiración, me hizo hacer unos ejercicios al respirar para verificar que todo estuviera bien.

Tomo mis manos las cuales no había caído en cuenta que estaban vendadas y les quitó el vendaje.

—Sufrio algunas quemaduras en segundo grado, las hemos tratado pero me temo de quedarán algunas cicatrices, no serán muy visibles, pero sin embargo —hizo una pausa mientras me vendaba de nuevo—, seguirán notandose un poco.

Me tomo de la barbilla y me hizo mirarlo, sus ojos se clavaron en los míos.

Era un señor mayor y su mirada era gentil.

Su vista viajo a un punto en mi frente.

—Se golpeó la cabeza y ocupo puntos. También tendrá una pequeña cicatriz ahí —explico y me soltó la barbilla. Se volvió a sentar—, debido al golpe presenta una ligera conmoción cerebral, por los que presentará ciertos malestares durante unos días. Le daremos medicamentos para que se cure más rápido —me mostró una sonrisa.

Volví a mirar al frente sin expresión alguna.

—Debido a lo ocurrido en la explosión —comenzo él—, las autoridades han dicho que ha sido un accidente lamentable.

Apreté los puños. No había sido un jodido accidente, había olor a gasolina y la puerta de la iglesia estaba sellada con una tabla y clavos.

—Aun así necesitan hablar con usted cómo único testigo —prosiguio—, solo para cerrar el caso. También nececito saber su nombre y saber si hay algún familiar al que se le pueda llamar para que venga por usted.

No había nadie.

No tenía más familia.

Éramos solo mis padres y yo.

Éramos...

Ahora solo era yo. 









El infierno de una rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora