Alfa Chocolate

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Minatozaki Sana es una alfa.

Pero una buena alfa. Cordial, amable, y muy simpática. Nunca ha cruzado por su mente aprovecharse de los demás gracias a su casta, cosa que logra sorprender a muchas personas, pero que en su visión es sólo ser un ser humano decente. A ninguna persona con un mínimo de valores le debería cruzar por la mente aprovecharse de los demás. Sus padres se lo habían enseñado desde pequeña, ella no valía más que los demás sólo por ser una alfa, a la luz de la luna todos eran iguales.

Lamentablemente, muy lamentablemente, la mayoría de sus compañeros de casta no habían sido educados con la misma visión de mundo, por lo que cosas que para ella eran totalmente normales, como no usar la voz de mando cuando le pedía algún favor a un omega, la hacían parecer inferior a los ojos de otros alfas. Pero, la volvían bastante popular entre los de la casta contraria, independiente del sexo de estos.

Tan popular que muchos y muchas omegas tomaban la decisión de declararle su amor a la japonesa. Aunque supieran que ella iba a rechazar toda propuesta y demostración de amor que pudieran hacerle. Era un poco frustrante para la chica, a veces pasaba por su mente que ni siquiera gustaban de ella, sólo querían a alguien decente en sus vidas y ella era una de las, lamentablemente, pocas opciones que tenían.

— Los alfas son idiotas, sólo piensan con lo de abajo—. Nayeon, una amiga Omega, repetía una frase común entre los de su casta—. Por eso nos sorprende encontrar a uno como tú.

— Lo sé, pero... — La chica soltó un suspiro, miraba la carta de amor que alguien había dejado en su mochila hace unos días.

Lo encontraba tierno, declarar amor de forma anónima.

Nayeon, por otra parte, lo encontraba estúpido. No eran niños pequeños, tenían ya más de veinte años y estaban en la universidad. Las cartas de amor, en su opinión, eran cosa de adolescentes cobardes. Pero, fuera de la opinión de las chicas, ahí estaban, en la cafetería que les gustaba visitar, hablando una vez más de cómo alguien se le había confesado a la menor.

— ¿Pero?

— Debe haber otra cosa que haga que tantos omegas se fijen en mí—. Minatozaki leyó nuevamente las primeras palabras de la carta, muchas veces sentía que no era amor lo que le declaraban, sino más bien el deseo de tener una alfa que les tratara con respeto.

— Tu aroma ayuda también.

— ¿Mi aroma? —Sana olió su muñeca—. ¿Por qué? No entiendo ¿es algo de omegas? Mi aroma no es nada especial.

Nayeon asintió mientras bebía un poco de té. Tenía la garganta seca y el panquecito que estaba comiendo no le ayudaba para nada. Ahora comprendía que las apariencias engañan, porque por Dios, si que se veía esponjoso el panquecito destructor de gargantas, debió pedir el postre tres leches como siempre.

— Sabrías que a los omegas les gustan ciertos tipos de aromas si no estuvieras tan obsesionada con aprender sobre los Betas—. Habló mientras volvía a tomar un poco de té.

— No estoy obsesionada con eso, es información que necesito saber.

— Sí, ajá—. Rodó los ojos—. De todas formas, sobre tu duda, hueles a chocolate y no al amargo. A muchos omegas les gusta ese olor, es instinto.

— Pero yo no quiero que me quieran por instinto—. Sana bebió de su café.

— ¿Y entonces por qué quieres que Momo sea una omega? —preguntó su mayor, riéndose un poco, aunque su pregunta no le causó mucha gracia a su amiga.

— Eso es diferente... y lo sabes.

Momo, la chica mencionada por Nayeon, conoció a Sana cuando ambas tenían seis años, cachorros joviales que se hicieron amigas casi al segundo de conectar miradas. Sana, alegre, torpe, juguetona, y muy entusiasta del contacto físico, unió su vida a la de Momo, una cachorra alegre igual que ella, no tan torpe quizás, algo burlesca y para nada aficionada al contacto ajeno.

Eran bastante opuestas en muchos sentidos, pero había algo que las hacía encajar perfectamente. Y así como aumentó el número de velas en sus pasteles de cumpleaños, aumentó su amistad. Año tras año se hacían más unidas, tanto que en un punto dejaron de ser personas individuales a ser Sana y Momo. A donde quiera que fueran.

Sana y Momo. Momo y Sana. Juntas para siempre, eran más que amigas, mucho más que amigas. Al menos para la menor de ambas. Para Sana, Momo y ella eran tal para cuál, podía sentirlo desde hace mucho. No por nada muchas personas de primera pensaban que eran novias. Nayeon siendo una de esas, y eso que las conoció cuando tenían trece.

— Lo único que sé es que estas loca por Momo.

— No estoy loca por ella—. Dijo rodando los ojos—. Es sólo que, tú sabes…

— Sí, sí, Momo es tu destinada blah blah blah— Nayeon volvió a reír—. Me lo dices desde los catorce.

— Porque es cierto, ella y yo estamos destinadas—. Minatozaki hablaba muy convencida de lo que decía— Lo siento en mi corazón.

— Ajá, Sana ya no somos niñas— la mayor intentaba buscar las mejores palabras para no herir a su amiga—. No crees que, si Momo fuera tu destinada, al menos sabría tu aroma sin tener que preguntarlo.

Nayeon tenía algo de razón. Momo, al ser una Beta, no podía percibir los olores de los Alfas y Omegas. Cosa que era muy importante para las personas, la gente que buscaba parejas que complementaran su aroma, esa era casi como la primera señal de que serían un buen par. Claro, si ignoramos como son la mayoría de los alfas. A Sana, como su aroma era el del chocolate,  muchas veces le decían que su futura pareja probablemente tendría aroma a leche, fresas, vainilla, incluso a cerveza. Momo no olía a nada de eso, olía a duraznos, pero eso sólo era por los perfumes que usaba.

Aún así, que Momo no pudiera percibir su aroma, y que no tuviera un aroma al mismo tiempo, no impedía que Sana siguiera pensando que estaban destinadas. La conexión que tenían era mucho más potente que cualquier sabrosa combinación de aromas. Nadie le podía negar eso. Además, algunos Omegas se presentaban como tal mucho más tarde de lo normal. Hanna, hermana de Momo, había sido uno de esos casos, tardó tres años más de lo normal en presentarse, tres años en los que la creyeron era una Beta. Quizás a Momo le pasaba lo mismo.

No es que Sana necesitara que Momo fuera una Omega para amarla, pero vamos, sería maravilloso que lo fuera. Así podría confesarsele sabiendo que tiene al menos un mínimo porcentaje de posibilidades de ser correspondida. Si Momo fuera una Omega, podría jurarle cada día que cuidaría de ella, podría marcarla y que aquello tuviera efecto. Podría hacer tantas cosas que, con su situación actual, no tendrían sentido alguno. La japonesa lo decía siempre, no quería que alguien la amara por instinto, pero por Dios, la posibilidad de que Momo la amara por ello la dejaba en vela. ¿Era eso ser hipócrita? Probablemente, Sana era una Alfa después de todo.

Era instinto que quisiera estar con una Omega.

Sana quería que Momo fuera una Omega, por instinto tal vez. Pero, por sobre todo, lo quería porque si su estimada compatriota fuera una Omega, no dudaría del destino. Si su querida amiga fuera una Omega, nadie reiría cuando contara lo mucho que la adora. Si su amada Momo fuera una Omega, no le dirían que algún día encontraría a su pareja ideal. Dios, si Momo fuera una Omega… si Momo fuera una Omega, podría imaginar un futuro a su lado sin temor a que el destino le arrebate su sueño. Si Momo fuera una Omega, que ella fuera una Alfa tendría sentido al fin.

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Beta durazno [Saidahmo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora