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El remplazo que no puedes odiar
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Sakhir, Bahrain

—¡Roscoe!

El perro corría por el paddock causando desastre casi tumbando a los trabajadores y tirando un montón de neumáticos.

Se aprovechaba de mi. No podía correr con la gigante rodillera y el brazo amarrado. Ya me habían quitado la cosa estorbosa de la pierna.

Pase por el motorhome de Williams y me quede ahí, estática.

—Hablemos de mis posibilidades —pido— ¿correré para el inicio de temporada?

Los doctores se ven entre ellos, papá contrato todo un equipo para que mi recuperación fuera rápida y de la mejor manera.

—Señorita Wolff —habla el médico en jefe del hospital— no correrá.

Hay un silencio que se prolonga con mis ojos perdidos en el punto de las ventanas.

—Está temporada lo vemos como un imposible —continúa como si fuera obvio— ni siquiera sabemos si podrá correr lo que resta de su vida.

Trago sus palabras.

—La presión y fuerza que se ejerce a una velocidad tan alta... el accidente que sufrió no se toma a la ligera, no solo fue daño físico exterior, el impacto la dañó por dentro también.

—Gracias de todas formas —dije con voz chillona.

Tome mis cosas y salí tan rápido como pude.

Veo a mi remplazo salir del hospitality.

Continuo mi camino en busca del bulldog que huía de mi. Si Lewis se entera me matara, Roscoe es un hijo para él.

—¿Se te perdió algo?

Gire, encontrándome cara a cara con Logan.

—Además de un asiento en Williams —bromeó, él se mantiene serio— ¡Viva America! ¿No?

Levanto el brazo, bajándolo al instante por el dolor que esto causa.

—Lo siento, estoy algo mal. A veces soy medio estupida, pasó mucho tiempo en twitter y esas cosas, cada vez me consumen más el cerebro. Supongo... de verdad lo lamento, eso fue un poco selectivo, quizás eres diferente a los demás americanos, hasta no ver unos calzoncillos con tu bandera... —abro los ojos dándome cuenta de lo mucho que estoy metiendo la pata— mierda.

Cierro la boca mordiendo mi mejilla.

Me ve a los ojos y por fin suelta una sonora carcajada.

—Eres divertida Wolff.

Hay un silencio incómodo por unos segundos.

—Hace rato —rompe el silencio— parecía que buscabas algo...

—¡Sí! Oh. Mierda. Lo había olvidado.

Camino en busca del perro.

—Dime que buscas y así te puedo ayudar.

—Buen punto.

Lo jalo rápido mientras pasamos por el motorhome de Ferrari. Como si eso fuera a hacerme invisible.

The Last Call - Charles Lecrerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora