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Los buenos mentirosos no necesitan de mentir para engañar
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Mónaco, Montecarlo

Me tomó de la mano antes de tocar el timbre, pareciera que leyó mi mente porque sentí un mareo repentino.

—Te ves pálida —pasó su palma por mi mejilla—. ¿Estas bien? Te veo rara desde la fiesta de tus abuelos.

—Estoy bien, Charles.

Le sonreí, aunque la punzada en mi cabeza me impedía hacerlo bien.

La puerta se abrió y su madre nos recibió con una abrazo y dos besos en la mejilla.

—Al fin Charles decidió presentarte formalmente —me sonrío guiándome a un living—, si supieras que llevo desde enero rogándole por conocer a esa chica que lo tenía tan nervioso.

—Mamá —masculla él.

—¡Eli! —Arthur venía bajando las escaleras— ¿aún no te cansas de este imbécil?

Su mamá lo reprime y me pongo de pie para saludarlo como se debe, me apoyo un poco más con la oscuridad emergente de mis ojos, el vuelo no ayudo para nada y me está dejando más tonta. Él frunce apenas el ceño y le ruego con los ojos no inquirir nada frente a su hermano.

La puerta volvió a sonar y Pascale se retiró para abrir.

—¿Me puedes traer una botella de agua? —Charles asiente y regresa al instante con una botella.—Vamos —me extendió la mano.

—¿adónde?

—A un hospital —insiste—. No me mientas, estás muy callada y te tambaleaste para saludar a Arthur.

Su hermano nos ve con una sonrisa a boca cerrada asintiendo.

Me ayudó y me pasó una mano por la cintura para asegurarme.

—¿Ya se van tan pronto?

Agache la cabeza, me sentía avergonzada, Pascale era muy linda y la dejábamos mal parada.

Sentí la mirada de mi novio a quien le apreté la playera.

—Si es necesario los acompaño —escucho decir a la señora Lecrerc.

Charles niega y salimos de ahí para llegar al mismo hospital en el que estuve después del accidente. Es como un deja vu.

Veo de reojo los celulares apuntando al Ferrari y me encojo en mi asiento, me siento mal emocionalmente y no tengo ni ganas de ser vista.

—¿Y si es otro bajón? ¿Y si la idea vuelve a atormentarme? No me dejes conducir... no quiero... me es muy difícil callar estas ideas.

El limpia una lágrima y toma mi mano.

—Si esa idea regresa estoy aquí. Y no dejare que te hagas daño, además la terapeuta está las veinticuatro horas del día para ti. Al igual que tus amigos, padres, tus hermanos también. Y sabes que mi familia y yo estamos aquí ahora y siempre.

Asiento y espero en silencio a que habra mi puerta. Cuando lo hace me abraza fuerte, suspiro dejando un poco de la carga emocional.

Él habla en la recepción y al instante nos pasan a un consultorio, me hacen preguntas y salen muestras de sangre.

The Last Call - Charles Lecrerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora