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Llegar a la cima es solo la mitad del camino
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Azerbaiyán, Baku

Entre al paddock con el brazo de papá sobre los hombros.

Tenía los nervios a punta y aún no se por qué, solo puedo reconocer el hecho de que un día sin más amanecí agotada mentalmente.

Hasta que cierto monegasco hizo su aparición levantándome en todos los sentidos.

Sin olvidar el hecho de que trabajaba para mercedes y el público me debía ver en el paddock para asegurarse de que el asiento en Williams es mío.

Es irónico como el día que la mayor razón para levantarme sea el primer tema de conversación tras pasar las entradas de seguridad.

—¿Piensas hablar sobre tu renuncia oficial?

Sentí un golpe seco en el estómago.

—Aún no le he pensado —susurre lento.

—Elizabeth...

Me separé para firmar algunas cosas y se puso a mi lado.

—Una disculpa —dijo al grupo con el que me fotografiaba— tenemos algo de prisa.

Y con eso me jalo nuevamente siguiendo nuestro camino, abrió la boca y agregué:

—¿Cuando me regresaran mis autos?

—No cambies el tema.

—¿Por que no? —me pongo a la defensiva— yo quiero seguir adelante y me dejan sin conducir. Ya pasaron meses, estoy mejor.

Nos detenemos en la entrada.

—¿Mejor? Hija. Ayer estabas sumida en tu habitación y hasta... por un momento... yo... pensé...

No completa ninguna frase. Hay un silencio por un largo rato. Veo mis zapatos, las puntas redondas y blancas.

—Vamos a mi oficina para hablar sobre la Clase G63.

Levanto mis ojos cristalizados hacia él.

Me ve con pesar, pero me abraza tomándome desprevenida. Lo apreté más sintiendo la calidad de un padre.

—Sobre los deportivos lo veremos más tarde.

Se separó de mi con los ojos húmedos.

—¿Papá?

—Vamos adentro —dice ignorando mi sonrisa burlona— no quiero que los otros equipos me vean sentimental.

—Si Torger Wolff es el más sentimental de todos los jefes —me burlo.

Rueda los ojos divirtiéndome aún más.

Entra y lo sigo poniendo pie en el primer escalón, se que su mirada está sobre mi y volteo encontrándolo en la entrada de Ferrari con las manos en los bolsillos y una sonrisa.

De pronto me empujan haciéndome caer de culo al piso. Se enciman a mi llenándome toda la cara con saliva.

—¡Leto!

El perro se sienta cuando lo llamo y lo abrazo fuerte.

Era difícil viajar con él por el exceso de permisos que necesitaba para sacarlo del país, además de que los cambios de clima no eran lo mejor para su tipo de raza.

The Last Call - Charles Lecrerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora