The Last Call - Charles Lecrerc

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La esperanza es lo último que muere y lo que mantiene la chispa
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Miami, Florida

Nuevamente en el aeropuerto de Miami.

Esperaba a papá a quien llevaría hasta el hotel, porque si gente, ya podía conducir y la vida comenzaba a tomar color. Lo único que me estresaba de esto era el aparato que llevaba la Mercedes que impedía ir a más de ciento veinte kilómetros por hora. Me sentía una tortuga.

Llevaba desde el lunes acá. Lando me propuso llegar antes tomando un vuelo directo hasta aquí. La pasamos en la playa y jugando tenis o golf en un club con Carlos quien llegó unos días después.

—Hola papá —dije cuando llego hasta mi.

Este me abrazo y salimos después de ir a por un café del aeropuerto.

—¿Cómo va la supervisión?

—Bien —contesto mientras caminamos él con su brazo sobre mis hombros y la otra mano en su valija— ya está todo instalado y me encargué de que el orden ayudara con el trabajo de los demás.

—Esa es mi hija —apunta— igual de mandona que su padre.

Besa mi cabello y entramos a la camioneta.

—Tu madre llegará el sábado por la noche —me avisa—, podrías...

—Yo me encargo.

—Déjame terminar. No se de donde Jack y tú sacaron la impaciencia.

Frunzo el ceño viéndolo obvia.

—Ya se. —Rueda los ojos.— Pero podrían haber sacado la de su madre.

Arranco por el free way mientras me cuenta sobre su viaje y cosas del trabajo.

—Creo que es hora de hablar con la junta directiva de Williams.

—No —me quejo— espera un poco, yo se que puedo volver. No puedo quedarme estancada, tengo que hacerlo...

—Los doctores lo han dicho —lo veo un instante antes de tomar la salida—. Cariño. Tu cabeza no soportaría la fuerza en las curvas.

—No lo sabremos si no lo intentamos —mi voz se va desvaneciendo mientras lo digo.

—¿Crees que no lo he pensando? Si pudiera, yo mismo hago que hagas las pruebas en un monoplaza de nuestro equipo. Pero no hay que negarlo Elizabeth. Ambos sabemos que es arriesgado.

—Si no nos arriesgamos nunca lo sabremos —le digo al estacionar—. Y no me imagino haciendo otra cosa que no sea correr.

—Como mi mano derecha lo haces bien —trata de consolarme—. Además de que siempre has tomado esas curvas volando y me temo que tu manera de conducir es muy arriesgada.

Salgo cabizbaja dándole las llaves al del valet parking.

—Wolff —llaman a mi padre detrás de mi.

Frunzo el ceño cuando el me pasa y señala a mis espaldas.

—Tienes fans —entra sin mirar atrás.

—¡Elizabeth! —esta vez me giro para ver a unas chicas con gorras de distintos equipos.

—Lo siento —dice una peli negra— si no es molestia ¿podrías firmar esto?