Muere uno, o lo hacen todos

6 0 0
                                    

Desperté, no sabía dónde estaba ni que había pasado después de escuchar la voz que decía que no debimos habernos metido con "no sé quién".

Traté de visualizar algo, pero todo alrededor era oscuridad. En unos segundos, alguien me tomó por los brazos, obligándome a hincarme. Lo primero que pasó por mi mente era que quizá tenía un saco o una tela en mi cabeza, ya que al agachar la mirada pude ver mi playera gris de tirantes, sucia, con gotas de sangre por todos lados. El piso parecía una roca lisa, gris y con demasiado polvo. No lograba ver nada más aparte de eso. Mis muñecas estaban atadas en mi espalda, no sabía con qué, pero me ardían, sentía como lo que sea que las sostuviera me atravesaba la piel. Me dolía mucho la cabeza, seguramente por el golpe que me habían dado cuando estaba con... Lily. La sola aparición de su nombre fue suficiente para asustarme, tenía que saber dónde estaba, necesitaba quitarme esta cosa de la cabeza. En mi boca tenía cinta, no podía abrirla ni mover mucho los labios, quería gritar, tratar de liberarme, sin embargo, me detuvo una voz.

—Les daremos una lección a estos idiotas. —La voz era de un hombre, grave, profunda en gran sentido, lo que me hizo pensar que sería mayor—. Quien se roba nuestra comida paga, y ustedes serán testigos de eso. ¡Vamos!, quítenle a nuestros invitados esas cosas, para que pueda ver sus caras cuando los mate.

Sentía escalofríos que recorrían todo mi cuerpo.

Nos quitaron las bolsas de la cara con jalones. Cuando pude ver, noté que estábamos en un cuarto hecho de piedra con orificios pequeños, con luces verdes que lo alumbraban muy poco, era un cuarto sucio. No había mucho, ni siquiera una ventana, lo que me puso tensa, aunque me di cuenta de que tenía una puerta negra de metal con una rejilla en la parte superior. Normalmente me daban mucho miedo los lugares completamente cerrados, así que traté de concentrarme en la pequeña rendija en la puerta para no volverme loca.

Miré a mis costados, todo mi grupo estaba arrodillado en la misma situación, excepto Lily que estaba sentada pegada a la pared, una mujer de corta edad, con el cabello rojizo sostenido en una coleta, no dejaba que Lily se moviera.

Había más o menos diez hombres y tan solo cinco mujeres lanzándonos miradas de desprecio. Sus ropas eran negras y limpias, demasiado limpias en comparación con las nuestras. El hombre del centro se hacía notar con facilidad, por lo que era obvio que debía ser quien dirigía el lugar. Su gente lo veía con admiración, además, de que era el único que hablaba. Era muy bajo de estatura, calvo, con ojos cafés que por alguna razón les encontré familiaridad. Tenía una barba corta, musculoso, aparentaba tener cuarenta años, tal vez unos cuantos más. Llevaba puesta una camisa negra de manga larga, pantalones negros y botas, un cinturón café con dos pistolas que colgaban de ambos lados de sus caderas.

Estaba segura de que lo sacaron de alguna película.

—Seguramente están sonriendo debajo de esas cintas —se burlaba, reía horriblemente—. Ustedes nos robaron, tienen que pagar, lo siento tanto, pero mis mascotas no comieron por lo que ustedes nos quitaron. —Sus ojos nos examinaron uno por uno sin detenerse—. Quítenles las cintas, quiero oír lo que tienen que decir.

Los hombres hicieron lo que se les pidió.

—Nosotros no te robamos, no salíamos de nuestra casa —el oficial García gritó en seguida.

—Eso no es lo que yo recuerdo... No me mientan, les irá mucho peor. —El hombre parecía demostrar que no estaba enojado, aunque su voz decía otra cosa—. Mis hombres los vieron.

—No lo recordamos, lo juro —soltó el oficial recibiendo un golpe del jefe en cuanto comenzó a hablar.

Intenté llegar a él, pero me sostuvieron por los brazos.

RendirnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora